Esa voz rasposa, aguardentosa dirían algunos —aunque el alcohol nada tenga que ver con la alquimia que lo hace sonar como él y nadie más hace más de cinco décadas—, de Bruce Springsteen evoca a sus canciones, a los retratos de la vida de la clase trabajadora norteamericana que compone desde la adolescencia en su Nueva Jersey natal. Pero también a esa música de ninguna parte, el influyente Nebraska, un álbum cuya creación está en el centro del relato de, justamente, Springsteen: música de ninguna parte, la película que protagoniza Jeremy Allen White (quien charló con El País) como el Springsteen de 30 años, un exitoso músico en el precipicio de escribir su obra maestra y de un colapso nervioso de igual trascendencia.
En la película, las tribulaciones del Springsteen treintañero, su vínculo con Jon Landau, su manager interpretado por Jeremy Strong (Succession), se entrecruzan con recuerdos de su infancia. Traumas del pasado que giran en torno al alcoholismo de su padre —encarnado por Stephen Graham, de Adolescencia—, y los maltratos que sufrió como consecuencia.
Para lograr esa verosimilitud el film se rodó, en gran parte, en los escenarios reales donde transcurrieron los hechos retratados en él. Así, aparecen el muelle y el parque de juegos de Asbury Park, mientras que las escenas del músico sobre el escenario del bar The Stone Pony fueron realizadas allí mismo, más de 40 años después de los días en que Springsteen visitaba el lugar tratando de aferrarse al pasado y de ralentizar la fama y celebridad que ya había alcanzado, casi a su pesar.
Este es un resumen de una charla con Springsteen en una rueda de prensa virtual.
—¿Qué fue lo que le interesó de esta propuesta para que le diera el visto bueno a la producción después de años de esquivar otros intentos de contar su vida en la pantalla?
—En primer lugar, el origen de la idea fue el libro del escritor Warren Zanes, Deliver Me from Nowhere, sobre la grabación de Nebraska. Más precisamente fue la charla sobre el libro entre su autor y el comediante Marc Maron en el podcast WTF. Luego de escuchar esa conversación, los productores, Eric Robinson y Ellen Goldsmith-Vein, pensaron que podía haber una película ahí. De mi lado, cuando leí la propuesta me entusiasmó que no se tratara de una biopic musical convencional y que se concentrara en la creación de Nebraska, que fue una época muy complicada de mi vida. Tenía 30 años, había alcanzado cierto nivel de éxito con mi música y seguía viviendo en Asbury Park, la zona en la que nací, y no estaba para nada convencido de querer la fama que empezaba a tener.
—¿Le costó aceptar el nivel de vulnerabilidad que implica contar esta historia, explorar algunos de los momentos más duros de su vida?
—Honestamente, no. Es parte del trabajo de ser artista. No creo ser valiente por exponerme; sencillamente es mi trabajo. Además, me parece que los estereotipos relacionados con cierto tipo de masculinidad, la idea de los hombres estoicos que no hablan ni admiten sus sentimientos o sus costados oscuros, ya hace tiempo que no son compatibles con el mundo moderno.
—¿Ya conocía el trabajo de Jeremy Allen White cuando lo propusieron para interpretarlo?
—Lo había visto en El Oso y me pareció un gran actor, pero más allá de eso, cuando lo conocí también descubrí que tiene algo que es suyo, más allá del personaje que esté interpretando. Tiene el aura de una estrella de rock, un modo de moverse que atrae las miradas. Y cuando lo observás, emana una intensidad y una emoción interna que te desarma. Jeremy fue nuestra primera y única opción.
—¿Qué fue lo que más lo conmovió cuando vio la película en la pantalla grande?
—Las escenas con mi madre. Me senté en la sala a verla junto a mi hermana, que me sostuvo la mano durante toda la proyección. Cuando terminó la película nos miramos y me dijo: “Es maravilloso que tengamos este reflejo de nuestra familia, de nuestras dificultades y de todo lo que pasamos.
—¿Hubo algo del acercamiento de Cooper a su historia que lo haya sorprendido?
—Bruce Springsteen: No sé si hubo sorpresas, pero una de las cosas que me impresionaron de la película es el modo en que Scott logró captar el momento de la creación, que es un misterio total. De hecho, para mí sigue siéndolo, aunque lleve más de 50 años dedicándome a eso. Cuando termino un disco nunca sé si volveré a componer una nueva canción. Sinceramente, no lo sé. En el film se muestra como la inspiración es algo que está en el aire y en tu mente, y de repente se vuelve algo tangible, físico.
—Durante el rodaje se difundieron varias imágenes de sus visitas al set. ¿Cómo le resultó la experiencia de ser testigo de la filmación de su propia historia?
—Hubo algunos momentos del rodaje en los que sentí que no debía estar ahí, porque ya eran bastante difíciles de realizar incluso sin que yo estuviera parado detrás de las cámaras. Pero en general, cada vez que los visité fue una experiencia hermosa. Todo el mundo estaba trabajando a la par, sin egos involucrados y tratando de hacer lo mejor para la película. Para las escenas de mi infancia recrearon en un estudio la casa de mi abuela, que era donde mis padres, mi hermana y yo vivíamos en esos tiempos. Es un lugar que visito en mis sueños al menos un par de veces por año, así que la sensación de caminar por sus ambientes de nuevo fue increíble, algo que superó todo lo que podría haber imaginado. Lo cierto es que cuando iba al set veía todo lo que estaban haciendo, pero no tenía idea de cómo quedaría la película al final del rodaje y del proceso de edición.
—¿Y qué pensó cuando la vio por primera vez?
—El film que Scott me prometió que iba a hacer en la primera reunión que tuvimos es la película que hizo. Refleja aquellos años de mi vida en los que me sentía confundido, alienado, casi un estafador. Me había comprado mi primera casa en Los Ángeles, un hito para alguien que viene de la clase trabajadora, pero en lugar de apreciar ese logro me sentía constantemente fuera de lugar. Estaba extremadamente deprimido.
—Podría haber una secuela, ¿no? Queda mucho para contar de su vida y obra.
—Claro, será como Rocky I, II y III. O como la saga de Star Wars (risas).
Natalia Trzenko, La Nación/GDA