Crítica: "Springsteen: Música de ninguna parte" es una balada triste de un artista en su momento crucial

La película con Jeremy Allen White no consigue escapar de la fórmula de las biopics de las estrellas de rock en crisis y superación en tono de drama

Jeremy Allen White
Jeremy Allen White como Bruce Springsteen

Es apropiada la elección de Scott Cooper para dirigir la película biográfica -o sea la biopic- de Bruce Springsteen: sus primeras películas parecían salidas de alguna de sus canciones.

Eso se hacía más evidente en Out of the Furnace (2013) su mejor obra, un drama polical de pueblo obrero que tenía a Christian Bale como el hijo pródigo que vuelve a casa y a la fábrica local y debe investigar la desaparición de su hermano, ante la inoperancia de las autoridades locales.

Ese es un universo que Springsteen ha transitado, creado y recreado a lo largo de más de 50 años de carrera. Cooper parecía pretender lo mismo pero aquella mirada proletaria fue apagándose en mediocridades de fórmula como Pacto criminal con Johnny Depp y otra con Bale, Los crímenes de la Academia (está en Netflix).

Como para certificar la pertinencia que Cooper dirija Springsteen: Música de ninguna parte está también su primera película, Loco corazón (2009), una biopic extraoficial de un cantante country ya en retirada. Había retazos de varias historias reales y una melancolía que también recorre la música, la poesía y la actitud el propio Springsteen. Fue la que le dio el Oscar a Jeff Bridges.

Cooper, así, tenía las credenciales para encargarse con cierta seriedad y conocimiento de causa de la vida del cantautor de Nueva Jersey conocido como “El Jefe”, y sumarlo a la tendencia, no siempre interesante, de las biopics de estrellas de rock y su sufrido camino hacia la fama y la fortuna.

Hay algo inspirador allí, se supone, y el subgénero ha dado recientemente cosas interesantes (Rocketman sobre Elton John, Un completo desconocido sobre Dylan), arriesgadas (Better Man sobre Robbie Williams), de medio pelo (Bohemian Rhapsody sobre Freddie Mercury) o irritantes (la de Marley, la de Amy Winehouse) pero ninguna gran película.

Springsteen: Música de ninguna parte sin ser la gran cosa -porque el protocolo dramático del género es una limitante- está de mitad de tabla para arriba. Se distancia apenas de la fórmula (a)probada.

Se concentra en un estudio de personaje y toma un hecho y un estado de ánimos concretos para desarrollar la apreciación de un artista. Es parte de la fórmula: lo agarra, justo, en un mal momento, por lo menos para él ,a pesar que la película empieza con la última canción de la gira mundial de The River, su primer paso hacia el estrellato global. Agotado y presionado por la discográfica para que aproveche ese impulso con un album nuevo, vuelve a New Jersey y se instala en soledad de una casa alquilada para ver por dónde seguir. No necesariamente va a hacer lo que se espera de él y la película sigue la creación de Nebraska, un disco raro en su carrera.

Para escribirlo, Springsteen se inspiró en Badlands, la poética película de Terence Malick sobre Charles Starkweather, quien acompañado por su novia adolescente cometió 10 asesinatos en una semana en Nebraska y Wyoming allá por fines de los 50. Fueron unos Bonnie y Clyde sin tanta prensa. Otra influencia fueron los relatos de Flannery O’Connor, una referencia explicitada en la propia película y se ven fragmentos de El cazador nocturno, la de Charles Laughton con Robert Mitchum sobre malos modelos paternos.

El proyecto de Springsteen era grabar un set acústico en un portastudio semiprofesional para captar la mismísima esencia de las canciones. Por esa misma razón, el proyecto incluía no dar entrevistas y no acompañar el lanzamiento con una gira. La compañía se puso como loca (esperaba un disco accesible y comercial que lo llevase a otra dimensión; eso ya iba a venir) pero tiene el apoyo incondicional de su manager Jon Landau (Jeremy Strong) -que funciona como un hermano mayor o, ciertamente, una figura paterna- quien lo alienta a seguir. Por ahí anda Faye, la novia del barrio que se ilusiona.

Springsteen: Música de ninguna parte es un backstage drama de la creación de un disco que resultaría fundamental en la historia musical de su creador. Es, así, una crónica de un artista en un momento de transición: después de Nebraska vendría Born in the USA, que lo convertiría en la estrella global que aún es.

La otra línea argumental pasa por la severa depresión que asolaba a Springsteen que quizás se explicara -, además de la exigencia de su estatus de estrella pop- por su vínculo conflictivo cona un padre vencido, dipsómano y violento (Stephen Graham, el de Adolescencia) que es presentado en flashbacks en blanco y negro, otra convención de las biopics.

La película se basa en un libro de Warren Zanes que también privilegia el estado mental de Springsteen. Ese es el centro de Música en ninguna parte, un drama derecho que va a tono con el apesadumbrado disco que resultó ser Nebraska. De los mejores momentos es cuando con la E Street Band, sus compinches de siempre, interpretan una versión de “Born in the U.S.A.” que ilumina y llena de energía por un rato a la historia. Pero es una falsa alarma.

White hace todo para cumplir con la expectativa que generó que este fuera su primer protagónico en cines tras la revelación de El Oso. No va por la mimesis, más allá de repetir algunos de los gestos característicos del retratado sino que construye un personaje dramático: un hijo intentando entender a su padre y lidiando con la crisis de ser un artista.

Sin privilegiar ningún camino, Música de ninguna parte es un drama que cuando quiere funciona, porque está bien contada, bien actuada y las canciones son buenísimas. No hay que pedirle más.

Springsteen: Música de ninguna parte [ * * * ]
Título original: Springsteen: Deliver Me From Nowhere. Director, guionista: Scott Cooper, basado en el libro de Warren Zanes. Fotografía: Masanobu Takayanagi. Editor: Pamela Martin. Música: Jeremiah Fraites. Con: Jeremy Allen White, Jeremy Strong, Paul Walter Hauser, Stephen Graham, Odessa Young, David Krumholtz, Gaby Hoffmann, Marc Maron. Duración: 114 minutos. Estreno: 23 de octubre, en cines.

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