Aún es posible descubrir algo nuevo de Joaquín Torres García después de tanta omnipresencia en afiches, tazas, camisetas o tote bags, tanto constructivismo amateur?
¿No habrá convertido todo eso al viejo maestro en un lugar común, en el estanco destino de ser una marca país de la que todos creemos saber todo?
Dependiendo nuestro grado de involucramiento con esa clase de cuestiones, es sabido que esos cuadros compartimentados en colores básicos, son un signo identitario nacional de un movimiento artístico que dio en llamarse constructivismo y que es mucho más que un montón de cuadros. Es, en realidad, un universo artístico y teórico, una manera de ver el mundo creada y regenteada por Torres García, una de las usinas artísticas y de pensamiento de Uruguay y América Latina claves de la primera mitad del siglo XX.
Al constructivismo, Torres García aportó mapa, manuales, manifiestos, libros, apuntes, clases, conferencias y la parte más difundida de su obra, su forma pictórica, y uno descubre que capaz que es posible, sí, descubrir algo nuevo cuando se recorre la muestra El descubrimiento de sí mismo, que reúne ejemplos de todas esas facetas.
Hay allí obras icónicas, bocetos de algunas de ellas, revistas, libros, textos, afiches, sus hermosos juguetes, manuscritos, el mapa de América patas para arriba y hasta una foto del mejor disfraz de Nueva York del mundo. (Lo confeccionó el propio Torres García para una fiesta y hasta le valió una mención de The New York Times). Todos son planetas del mismo universo.
En todo caso, lo que consigue ésta exposición -que se inauguró el viernes en el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (el MACA) que está en el Parque de Esculturas de Pablo Atchugarry en Manantiales- es poner en evidencia la magnitud del proyecto torresgarciano, sus procesos y alcance para contar su mundo y, por lo tanto, contarnos a nosotros.
Inicia, además, las actividades por los 150 años del nacimiento de Torres García, un evento que incluirá celebraciones varias, de las que ésta es la primera y, probablemente, una de las más relevantes. Y, como confirma el director del MACA, Leonardo Noguez, es la primera exposición de Torres García que se hace fuera de Montevideo. La primera en la historia.
Con acervo aportado por el Museo Torres García, el Museo Nacional de Artes Visuales y coleccionistas privados principalmente locales, El descubrimiento de sí mismo traza, de una forma didáctica y amable pero teóricamente bien fundamentada, el camino que llevó a una obra que, reveladas algunas de estas claves, desnuda aún más su contundencia.
Se inicia en 1917 (Torres había nacido en 1874 y ya había tenido un pasaje por Barcelona) y sigue su travesía artística por Madrid, París, Nueva York y Montevideo, un recorrido que está revelado en un gran mapa que preside el salón en el que se ven obras y objetos de cada una de esas escalas.
La exposición está armada, principalmente, alrededor de su devenir por esas distintas ciudades, su fascinación (¡esas acuarelas neoyorquinas!) y decepción con ellas y cómo ayudaron a construir no solo su obra pictórica y su composición visual, sino una organización social y todo el trabajo hacia lo colectivo que es central en su proyecto.
Las curadoras de la muestra, Aimé Iglesias Lukin y Cecilia Rabossi, que son argentinas y prestigiosas, eran conscientes de los riesgos que asumían con una exhibición de este porte con una figura del porte del maestro Torres García.
“Nos interesaba mostrarlo desde una nueva mirada y por eso quisimos trabajar con Aimé y Cecilia”, dice Nogues sobre esa mirada forastera que aportan las dos investigadoras.
“Nuestro desafío fue ver qué podíamos aportar dos argentinas jóvenes que no son especialistas en su obra y cómo traer algo que no conociera el público uruguayo”, dice a El País, Iglesias Lukin, quien es directora y curadora de arte de la Americas Society y por lo tanto está afincada en Nueva York hace más de una década. “Se ha escrito mucho y se ha visto mucho la obra de Torres García y exploramos la posibilidad de trabajar desde el archivo y así aportar un ángulo temático”.
No es, técnicamente, una retrospectiva pero sí una lectura de un viaje artístico, pedagógico y político apasionante.
“Tradicionalmente, las exhibiciones de Torres García han decidido priorizar los óleos sobre otros medios”, dice Iglesias Lukin. “Para nosotras era clave mostrar que todos sus procesos eran parte de un mismo ejercicio de trabajo y un mismo proyecto estético y político”.
“Era poner en valor todos los lenguajes con los que experimentó y por ahí no son tan conocidos”, dice Rabossi, quien recientemente curó Recurrencias, la notable retrospectiva de León Ferrari en el Museo Nacional de Bellas Artes porteño.
En ese sentido, dicen las curadoras, fue fundamental acceder a las obras y al archivo del Museo Torres García, que aportó libretas, acuarelas, collages que son parte del acervo torresgarciano y muchas de las cuales representan un acontecimiento en sí mismo que estén ahí a la vista de todos.
“El contacto con los materiales nos permitió articular una aproximación desde esas otras búsquedas que organizan a esa figura que va a plantear todo lo que plantea con el Universalismo Constructivo”, dice Rabossi.
Eso está claro, por ejemplo en los textos que van articulando el recorrido: Ciudad sin nombre, El descubrimiento de sí mismo, La historia de mi vida, la autobiografía que escribe a su regreso a Montevideo, el Universalismo constructivo y otros libros manuscritos que se pueden hojear completos en video.
El plan fue “revelar las estrategias que él empleó para divulgar sus ideas”, dice Rabossi. “Y su necesidad de compartir su arte, sus ideas y trabajar colectivamente desde lo local, lo espiritual, lo concreto, lo abstracto”. Hay un montón de concepto en la obra de Torres García y está explicitado en la muestra y en el hermoso e ilustrativo catálogo que la acompaña.
Hay mucho material y texto que no se han visto en exhibiciones similares sobre el maestro. La última retrospectiva grande fue en el MOMA neoyorquino en 2015. El descubrimiento en sí mismo no tiene esa ambición abarcativa sino que apuesta nuevas lecturas. Hay una docena de cuadros importantes.
“Siempre hay que volver a la obra de Torres García y releerla porque tenemos una visión muy estereotipada del constructivista a través de cinco obras y es muy interesante ver que es mucho más que eso”, dice Iglesias Lukin. “Y eso también fue un descubrimiento para nosotras que quisimos compartir con el público. Nos encontramos con un artista aun más rico que esa reducción que nos llega a todos”.
Descubriendo a sí mismo está tomado del título de un libro que el maestro publicó en 1917, pero también es un interesante objetivo para quien la recorre. Encontrarnos frente a esa colección de obras y objetos, obliga a pensarnos.
“El gran legado de Torres más allá de la belleza de sus pinturas es su propuesta estética y política y la combinación de ambas y pensar lo local y lo universal como cosas valiosas”, dice Iglesias Lukin. “Y es tan relevante hoy como en su momento”.
La muestra estará abierta hasta el 31 de marzo allí en el kilómetro 4,500 de la ruta 104 en Manantiales, la entrada es gratuita y, sumándole, si se quiere, el parque de esculturas, dos muestras internacionales, la colección permanente, un Blanes carísimo y las obras del propio Atchugarry (quien suele andar en la vuelta o en su taller trabajando) es tremendo paseo.