Ezequiel Campa vuelve a Uruguay, despide su show y dice: "Se cuestiona a un comediante cuando no es gracioso"

El actor y comediante argentino se presenta esta noche, con doble función, en Sala Camacuá y despide su unipersonal "Sí pero no". Habló con Sábado Show de cómo crea sus shows y los límites del humor.

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Ezequiel Campa.
Ezequiel Campa.
Foto: Difusión.

Anunció una función y hará dos, hoy en Sala Camacuá. El actor y comediante argentino Ezequiel Campa cuenta que hace 20 años que trae a Uruguay su característico humor. Esta noche despide aquí Sí pero no (Redtickets), y de eso charló con Sábado Show.

Ezequiel Campa regresa a Uruguay para despedir su unipersonal Sí pero no, que ya ha presentado en nuestro país. “Ya son varias las veces que fui con este show, y como es un espectáculo que está llegando a su fin, estoy pasando por todas las ciudades a las que fui y donde tuvo buena recepción”, dijo el actor y comediante.

—Anunciaste una función para este regreso a Montevideo, y terminaste agregando otra...
—Excelente. Uruguay siempre ha sido un lugar que me ha recibido con los brazos abiertos. La gente se ríe mucho, lo cual está bueno porque, al principio, hace muchos años, había mucho prejuicio de cómo iba a ser ir con el stand up para otro país. A un país, además, con mucha tradición de humor, como es el caso de Uruguay. Pero por suerte la pasamos bárbaro cada vez, y ya son casi 20 años de que voy, y por lo menos dos o tres veces por año.

—¿Cómo fue el proceso creativo para la construcción de este show, Sí pero no, que estás despidiendo? ¿Partiste de una idea central o dejaste que los textos fueran apareciendo?
—Es bastante caótico. Uno va teniendo imágenes, frases, palabras o situaciones que observa en la vida cotidiana, o decís: quiero escribir sobre esto. Y uno va tomando nota. Vas anotando ideas, aparece alguna expresión que me gusta y la quiero meter en el material, entonces tengo que meter un material alrededor de eso. Y hay ideas un poco más elaboradas.

Ezequiel Campa.
Ezequiel Campa.
Foto: Difusión.

—¿Por ejemplo?
—Si quiero escribir acerca de que tengo 48 años y no tengo hijos, ahí tenés todo un tema. Y es un proceso muy fragmentado, porque uno va escribiendo de a poquito y un día hay que sentarse y encontrarle un sentido, un orden, una musicalidad. A mí me gusta que haya un devenir y que el monólogo tenga una estructura, no me gusta trabajarlo como una lista de temas. Y después viene la parte más divertida para todos, que es empezar a hacerlo con gente. Porque ahí aparece mucho más material del que puede surgir sentado escribiendo. Aparecen remates, chistes o cosas que le vas agregando, que en el escritorio no nacen, y ahí es cuando uno va encontrando la parte más interesante de los materiales. Lo otro que sucede es que de tanto repetirlo y repetirlo, le vas descubriendo nuevos significados. A mí eso me parece muy flashero, porque hay cosas que uno las escribe solamente porque te parecen graciosas y cuando lo vas haciendo, mucho tiempo después, a veces hasta años después, entiendo por qué eso me causaba gracia o qué estaba queriendo decir en verdad.

—¿Como que tenés 48 años y todavía no tenés hijos?
—Claro. De eso hablo mucho en este espectáculo, y es algo que empezó con un chiste. Voy a la casa de un amigo que tiene hijos, y no me los banco. Eso fue lo primero que se me vino a la cabeza, la primera observación. Y cuando le empiezo a construir un mundo alrededor, empiezo a descubrir por qué no quiero tener hijos: ¿realmente no quiero tener hijos? Aparte, ¿hay alguien que quiera tener hijos conmigo? Porque tal vez no es una decisión solo mía, y ahí aparece todo un universo y se empieza a profundizar un tema que nació de una simple observación, de una palabra o una frase.

—¿Y cómo se profundiza?, ¿te llega la inspiración?
—A la inspiración, más que encontrarla, hay que buscarla. Y buscarla es laburar, y laburar es sentarse, escribir y hacer funciones. Yo hago la mayor cantidad de funciones posibles, tres o cuatro por semana en distintos lugares, porque ahí uno está buscando la inspiración. No me aparece mirando por la ventana o meditando. Hay que laburar.

—¿Seguís curtiendo los locales de stand up?
—Sí, muchísimo. Más ahora que estoy armando lo nuevo.

Ezequiel Campa.
Ezequiel Campa.
Foto: Pablo Javier Lucero

—¿Probás el nuevo material ahí?
—Sí. Tengo un ciclo que se llama Armadillo, que es un show improvisado en el que me subo al escenario con los papeles, probando, leyendo, encontrándole un orden y compartiéndolo con la gente. Eso me sirve a mí además para pasarlo, para aprendérmelo de memoria, porque es muy tedioso si uno lo tiene que hacer fríamente en su casa.

—¿Cuál va a ser el tema del próximo espectáculo?, ¿“Tengo casi 50 y todavía no tengo hijos”?
—No, y no sé si debería insistir por ese lado. Me parece que me empiezo a poner medio repetitivo. A mí siempre me cuesta definir por temas a los shows. Más en esta instancia, porque es todo un salpicado. Igual hay temas de los que no me puedo escapar, porque me gusta mucho la edad, el paso del tiempo. Y después hay otro montón de cosas. En el nuevo hablo de los amigos, porque estoy en una edad medio rara, los 48 años: te hacés amigos nuevos y la sensación es que a esta edad es como que va quedando lo peor. Alguien que no pudo hacer amigos a los 48 y anda con ganas y tiempo de hacer amigos, es porque claramente es alguien roto o que algo le ha pasado. Ahí, jodiendo con ese material, me empiezo a dar cuenta de otro montón de cosas.

—Te gusta el humor ácido, crítico, filoso. En estos tiempos donde el humor se inspecciona con lupa, ¿sentís que hay temas que preferís evitar o sos de los kamikazes que lo hacen igual?
—Por un lado creo que ya pasó un poco eso, aunque no del todo. Y por otro lado, creo que es una reacción natural. Tal vez veníamos de otro extremo y, en esta cosa pendular, por ahí en un intento por cambiar algo te pasás y te vas al carajo. Yo estoy en contra, filosófica e ideológicamente, de la idea de los límites. Por lo menos en ese sentido, los límites morales y qué sé yo. Creo más en los límites “artísticos”, no sé si llamarlos así. A mí me ofende mucho más un comediante que no me hace reír a un comediante que hace chistes sobre un tema tabú. Si voy a ver un show y no me hacés reír, me voy mucho más ofendido de que si voy y hablás del Holocausto. Pero hay una cosa, porque los otros días escuchaba a un científico argentino, Estanislao Bachrach, que dijo algo muy interesante: “¿Por qué hay tanta gente que se ofende?”. Él no hablaba específicamente de esto, pero explicaba que tener razón, o creer que uno la tiene, genera placer. Eso está comprobado científicamente, que te genera endorfinas y esas cosas. Y a eso lo vínculo con otra cosa que escuché: que el ofenderse, mucha gente lo vincula con tener razón. O sea, como esto me ofende, estoy teniendo razón. Como no estoy de acuerdo con esto y tengo una opinión, estoy teniendo razón. Esa es una cadena lógica con la que no estoy de acuerdo, que es esta idea de: “no estoy de acuerdo con esto”, “sobre esto no se debería hacer chistes porque esa es mi opinión” y “como estoy teniendo una opinión, creo tener razón y eso me genera placer y una sensación de superioridad moral”. Entonces, desde ese lugar, yo estoy totalmente en contra de los límites en la comedia.

—¿Y cuáles son los límites?
—Para mí los límites se los pone tu inteligencia o la ausencia de tu inteligencia. Y la gracia. Si te fijás, en el 100 % de los casos, cuando se cuestiona a un comediante, es porque no es gracioso. Cuando te fijás en el chiste que dijo un panelista en la tele acerca de la muerte del papa, ponele, y dicen que no lo debería haber dicho, seguramente lo dicen porque fue un chiste que no es gracioso. Cuando el chiste es gracioso, nadie dice nada.

—En Uruguay te pasó hace varios años que un espectador se ofendió por un chiste y se fue en medio de la función.
—Sí, un tarado. Quería pedir el libro de quejas del teatro como si fuese un local de McDonald's, sin entender el contexto.

—Y sin entender que sos Ezequiel Campa y qué tipo de humor hacés.
—Ponele que no sepas quién soy. Una mina que te gusta te invita y vos no tenés idea de lo que hago. Lo que es muy triste es que se trató de alguien claramente de clase media alta, o sea, supuestamente formada e instruida. Y lo que es muy triste es la desubicación en el sentido de no entender el contexto. Volviendo al tema de los límites, el límite siempre está puesto por el contexto. ¿Cuál es el contexto? Es un comediante arriba de un escenario haciendo su show en una sala. Ese es el contexto. No es el presidente de la Nación diciendo una barbaridad, ni una persona en la tele que se te mete abruptamente en tu casa porque la tele y los medios masivos son invasivos. Entonces a vos te puede no gustar, te puede ofender y estás en todo tu derecho, pero levantarte y hablarme como hizo ese tipo, es de alguien que no entendió nada. Y seguramente hay una persona violenta detrás de eso, un machista que cree que se la banca y que es el macho de no sé qué. Y lo más triste de todo es que se trata de gente formada y educada que no entiende cuál es el contexto. Es como ver una obra de Shakespeare y esperar al actor a la salida del teatro y decirle: “¿Cómo vas a matar a tu tío?”. No, amigo, es una obra de teatro, ese es el contexto. Pero a la gente le gusta flashear ofensa y le gusta flashear que tiene razón.

—¿Y qué te genera esa ofensa de la gente?, ¿te molesta?
—Me encanta. No es algo que busco, porque no sé si me identifico mucho con esa idea del provocador, el que quiere escandalizar ni nada de eso, pero me parece que está buenísimo, porque es una emoción. Con lo fríos que somos hoy en día, que alguien te produzca una emoción, por más de que sea negativa, me parece fantástico. ¿Pero sabes qué es lo peor de todo? Que en un espectáculo por ahí digo 200 cosas incómodas o polémicas, y no dicen nada. Ahora, decís la cosa 201 y esa es la que eligen para ofenderse. Pero te estoy diciendo de todo hace una hora y media, ¿y esto es lo que te ofende? ¿Este es tu límite? Porque quisiera saber cómo eligen la vara.

—Entonces hacés humor en estos tiempos donde la gente se ofende por todo, y además toma todo para el lado político. ¿Cómo hacen?
—Me parece que eso tiene que ver con las redes. Hoy por hoy, cuando uno llega al sábado a hacer la función, el chiste, el meme y el tuit ya lo hizo todo el mundo. Y creo que tiene que ver con nuestra naturaleza y con nuestra historia reciente. Somos un país que va de crisis en crisis, entonces nos involucramos de esa manera. Yo no hago mucho humor de contingencia y política, pero sé que pasa. Y con las redes somos manipulados. Es tremendo. A mí me llevó un tiempo aprenderlo, todavía me cuesta, pero hay que hacer un esfuerzo todos los días para no caer en esa cosa binaria, de blanco-negro, de la que es muy difícil salir. Porque las redes están en todos lados y están invadidas por intereses que van más allá del propio.

—Más allá de que a tu madre la hiciste instagramer e influencer, las redes te han permitido crear personajes como Dicky del Solar, tu exitoso rugbier de clase alta e ideas un tanto rancias. ¿Qué te permitió explorar un personaje de esas características?
—En Dicky del Solar se condensa un poco todo. Porque recién te decía que no hago humor político, pero Dicky del Solar claramente tiene eso. Y si uno sabe leer entre líneas puede dilucidar cuál es mi postura sobre muchos temas. Y él me permite a mí decir un montón de cosas y hacer un montón de chistes desde un personaje, y a la vez estar a salvo de esta cosa de: “Che, no podés decir eso”. Porque hay muchos chistes que yo los diría, pero como los dice Dicky, zafan por el contexto. Después hay gente a la que le gusta el personaje por los motivos equivocados.

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