Dice que hoy no tiene nervios por estar frente a las cámaras, aunque la primera vez temblaba. Pablo Brum -a quien suelen confundir con el escritor Pablo Brum- se crió en Lezica, jugó handball varios años, es hincha de Progreso por herencia familiar, y dice que hoy está solo pero en paz.
La historia de Pablo Brum en la televisión comenzó en 2013. Primero como operador, luego productor y desde hace poco más de un año, en los móviles de Día a Día de VTV.
Entiende que el salto fue natural: ya hacía videos para el Instagram del equipo de handball del Colegio Alemán, y cuando faltó un movilero, lo mandaron a la cancha. Reconoce que tuvo un poco de vergüenza, pero al principio. “Ahora más o menos. Pero me animo, ya está”, dice.
A diferencia de otros movileros, Brum no sale a la calle sin una idea clara de lo que tendrá que cubrir. “Yo produzco mi propio móvil. Entonces sé de qué voy a hablar, con quién, en qué momento. Esa es la parte más linda y más difícil, porque todos los días hay que buscarle una vuelta nueva”.
Durante un tiempo, uno de sus sellos fue rescatar efemérides: “Buscaba fechas, lugares que cumplieran años, y con esa excusa mostraba actividades. Después se fue repitiendo, me tuve que reinventar. Es como una zanahoria: siempre tengo que buscar algo novedoso”.
—Aclarame un detalle porque en tus redes sociales te llamás Gerardo Pablo, y en televisión sos Pablo Brum, ¿cómo te llamás?
—En realidad soy Pablo Brum. Gerardo Pablo son mis dos nombres, pero todo el mundo me dice Pablo. Lo de Gerardo Pablo está como artístico para las redes, por decirlo decirlo así.
—Imagino que te han confundido con el otro Pablo Brum, el que escribió el libro de los Tupamaros.
—¡Sí, varios! Cuando salió ese libro me llegaron varias fotos de la tapa al celular. Encima yo también estudié en ORT un par de años, así que algunos pensaron que era yo. Pero no, yo todavía no me di para escribir libros. Así que en eso soy inconfundible.
—Estás en VTV desde hace años, ¿cómo fue ese camino?
—Arranqué en 2013 como operador. Fui operador cinco años, después editor de video cuatro años, donde hacía cosas para la prensa. Hace tres años estoy en producción de Día a día, y hace un año y medio que salgo como movilero.
—¿Cómo se dio el salto al aire?
—En la nueva revista faltaba la figura de movilero, y como hacía videos para Instagram del equipo de handball del Colegio Alemán, ya sabían que me manejaba frente a la cámara. Me preguntaron si me animaba y dije que sí, y acá estamos.
—Así que vergüenza, no tenés.
—Vergüenza y plata nunca tuve (se ríe). Pero claro, al principio me daba cosa. Ahora más o menos, a veces, pero me animo igual. Por algo me eligieron. Además ya conozco a todos, a los camarógrafos, a los operadores. Esa es una ventaja. Te sentís entre amigos.
—¿Cómo es el rol de movilero? ¿Difícil?
—Sí, es difícil. Pero yo produzco mis propios móviles, así que ya sé con quién voy a hablar, qué voy a decir, en qué momento. No es que me largan a la calle sin saber nada. Eso ayuda pila. Producir el móvil es lo más lindo y lo más complicado a la vez. Buscar todos los días una arista distinta, que tenga un condimento. Es un desafío, pero me gusta.
—¿Así surgieron las efemérides? Fueron un sello tuyo el año pasado.
—Sí, al principio me gustaba buscar fechas históricas, lugares que cumplieran años, alguna excusa para mostrar algo de la ciudad. Fue mi fuerte un tiempo. Pero después ya se volvió repetitivo y tuve que reinventarme. Esa es como la zanahoria: tratar de no aburrirse, ni tampoco aburrir.
—Además de esta faceta frente a las cámaras, también jugabas al handball. ¿Cuándo empezó eso?
—Empecé a jugar en 2002, a los 14 años, en el Club Olimpia, en Colón. Soy de Lezica y me crié ahí. Después, a los 21 años me fichó el Colegio Alemán, aunque no fui a estudiar a ese colegio, pero tenía conocidos por las formativas, también me fui haciendo amigos y quedé en el equipo. Desde entonces sigo vinculado. Ya no juego más porque el hombro me pasa factura, tengo 36 años y es difícil enfrentarse a gurises de 20. Ya no estoy para correr. Me podría revolver para seguir, pero cada vez cuesta más llegar a casa y salir para entrenar. Se me apagó la llama. Además, no sé qué comen, pero los guachos están enormes. Yo no era así cuando jugaba a esa edad. Además, si sigo jugando le saco el lugar a un chico que empieza a formarse.
—¿Qué te gusta de ser entrenador?
—Me gusta jugar bien, jugar lindo. No soy del ganar por ganar. Me gusta que se diviertan. Entreno un grupo de mamis y ahí el objetivo es que todas jueguen, que todas pasen bien. Si ganamos, mejor. Pero lo principal es que se vayan contentas, que logren objetivos, tanto personales como grupales.
—¿Ese es tu estilo?
—Sí. Quiero que el grupo esté bien. Si el grupo termina bien el año, para mí ganamos. Más allá de la medalla. Ese es mi leitmotiv. Que se diviertan. Y si no me divirtiera yo también, no lo haría, porque hace siete años que estoy con esto. Capaz soy el entrenador con más años en el Mami Handball. Fuerte, ¿no?
—Además de entrenar, tenés un podcast, ¿no?
—Sí, se llama Hablemos de Handball y sale por YouTube los sábados. Hablamos dos horas de handball sin compromiso, con humor, con actualidad. También de selecciones, torneos, clubes, lo que pinte. Me divierte mucho y me mantiene vinculado al ambiente.
—Te cambio de tema porque tenés una cicatriz en la frente. ¿Cuál es la historia?
—Le digo con cariño “la cicatriz de Harry Potter”. Me la hice cuando era chico, tendría un año o dos. Me dijeron que me caí de frente contra el marco de una puerta. No me cosieron, nada. Quedó ahí, como una marca. Me acompaña desde entonces. Como fue cerca del ojo, mis viejos se pusieron nerviosos, pero por suerte no pasó a mayores. Hay varias versiones, algunos creen que fue por una pelea o un accidente, pero no, fue de chico nomás. Ni me acuerdo.
—Decías que sos de Lezica, ¿hasta cuándo viviste en el barrio?
—Me crié en Lezica hasta los 28, después me fui a vivir en pareja a Ciudad Vieja, me separé y ahora hace tres años que vivo en Pocitos. Estoy soltero desde hace siete años. Mi madre Celeste sigue viviendo en Lezica, con ella tengo mucho vínculo y siempre la tengo presente. Mi padre, Gerardo -sí, me puso su mismo nombre- también está. Y mis abuelos eran de La Teja.
—¿Y ahí viene tu vínculo como hincha de Progreso?
—Claro. Yo era de Peñarol, pero me emboló ir hasta el Campeón del Siglo, y quise compartir actividades con mi abuelo que es de Progreso. Así que me hice hincha de Progreso. Mi abuelo ya no va más al estadio, tiene 90 años, pero yo sigo yendo, y de ahí ese lindo vínculo con La Teja. Es una hinchada fiel la del gaucho. Cuando ganamos es una fiesta, y cuando perdemos, es normal. Igual, uso y recomiendo ser de cuadro chico. Es hermoso porque tenés cercanía. Conocés a todos los hinchas, porque los ves en cada partido, escuchás a los jugadores. Y ves siempre a los mismos veteranos en la tribuna. Son como una familia, y a veces van guachos, algunas parejitas. Está buenísimo.
—¿Y con el amor cómo estás?
—Solo. Pero estoy bien así. He salido, he conocido gente, así que no estoy cerrado, aunque tampoco lo busco. Tengo muchas actividades, el trabajo, el podcast, el handball... cuesta encontrar tiempo para una pareja. Estoy tranquilo, encontré paz en este momento. Además, soy medio bicho y no suelo salir mucho.
—¿Y te ves escribiendo libros como el otro Pablo Brum?
—Todavía no. No me dio para eso. Pero capaz que algún día. Quién te dice.
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