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Adriana da Silva: "Si no tenés pestañas, cejas, ni pelo, todo el mundo se da cuenta de que tenés cáncer"

La comunicadora y actriz uruguaya habla de su batalla contra su enfermedad, cuenta sobre su presente, sus proyectos y el apoyo que ha recibido de amigos, y de personas que no conoce.

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Adriana da Silva.
Adriana da Silva.
Foto: Federico Díaz.

Se ha mantenido al aire todos los días por Radio Uruguay junto a Leonardo Lorenzo en el programa Buenas tardes Uruguay. Y también actuó en la obra Bajo trapia, en las funciones en Montevideo y Punta del Este. Tal vez por eso, el público no sabía que Adriana da Silva estaba cursando una enfermedad. La también actriz y directora de teatro se encargó de que solo sus íntimos supieran lo que estaba atravesando. La radio la hizo desde su casa, aunque el teatro fue más complejo. “No podía juntarme con mucha gente y tenía que usar mi propio maquillaje”, dice. “Iba, actuaba, me subía en un auto y me traían a casa. Así fueron las funciones que hice”, comenta Da Silva. De sus últimos meses y su presente es esta entrevista.

—Estuviste haciendo radio y teatro. Seguramente por eso cayó sorpresiva la noticia de tu salud.
—Es que hay cosas que para mí están claras. Primero, no me gusta dar lástima, es un sentimiento que no tengo. Segundo, quería cuidar a mi familia porque este tipo de enfermedades da mucho miedo. Y tenía la angustia de que se me empezase a desmoronar mi estructura. Con una enferma en la familia ya bastaba. Ahora si se me enfermaban emocionalmente o físicamente algunas de mis hijas y mi papá, ¿cómo hacía para sostener esa realidad? Como el panorama no era desalentador, dije: “Si esto no es desalentador y lo voy a poder resolver me callo la boca, dejo que me cuiden dos o tres personas que eran clave, que todo siga su curso y vamos a ver qué pasa”. Cuando terminé el tratamiento y finalmente me dieron el alta, dije: ahora sí lo voy a contar.

—¿Quiénes sabían?
—Casi todos en el ambiente teatral. Pero respetaron mucho mi decisión de tranquilidad, de que no me llamaran todo el tiempo, porque sinceramente no tenía nada que decir. No tenés nada que contar, por lo menos nada bueno. Estás suspendido en el tiempo haciendo lo que tenés que hacer y esperando que funcione y en ese marco me mantuve.

Adriana da Silva.
Adriana da Silva.
Foto: Federico Díaz.

—Sos una actriz y conductora conocida, calculo que en este tiempo te llegaron ofertas para trabajar. ¿Cómo hacías para rechazarlas?
—Sí, durante el tratamiento me surgieron trabajos alternativos como conducir eventos, o trabajos en redes. A todos les decía que no, pero no aclaraba el motivo. Entonces dije, esta manera de blanquear la situación también le dice al mundo: “estoy volviendo, puedo trabajar, estoy sana”. Era también una manera de comunicarlo a un montón de amigos, sin tener que llamarlos uno por uno.

—¿Cómo lograste el apoyo para no desmoronarte?
—Quiero ser sincera, no la pasé nada bien físicamente. Tuve un padecimiento físico bastante agudo la mayor parte del tratamiento. Sin embargo, en la mitad de ese recorrido me hicieron una tomografía y vieron que todo había disminuido al 50 por ciento. Entonces me dije: si con la mitad, bajó al 50%, me queda la otra mitad. Me empecé a alentar y ahí volvió la luz.

—Esos momentos imagino que te hacen reevaluar muchas cosas.
—Si. Después de que blanqueé la noticia fueron días muy movilizadores. Primero por la cantidad de amigos que me escribieron y por sobre todas las cosas por la cantidad de gente que lo está transitando. Me ha escrito gente de que está internada, gente que ya lo pasó. Los otros días me escribió un alambrador rural que cuando yo trabajaba en Buen día Uruguay, ese señor había quedado solo, la esposa lo dejó y quedó con dos hijos. Uno de ellos tenía leucemia y estaba encerrado por las defensas. No tenían para comprar un televisor, y fuimos con el móvil y le llevé un televisor y un video para que estuviese entretenido. Cuando este señor se enteró de mi enfermedad me escribió con el hijo de 22 años que está divino, lo superó y es alambrador como él. Me escribieron para decirme que ahora que me tocó a mí, me querían ayudar. Todo lo que no lloré por el tratamiento, lo hago ahora. También una chica de Maldonado me regaló pañuelos para que usara ahora que tengo poco pelo. Es gente que no conozco, o que me la crucé hace una vida y tienen ese detalle conmigo. Estoy muy sensible en estos días a nivel emotivo. Además ando caminando despacito como recuperándome, abro Instagram y me llegan mensajes de aliento de gente muy devota. Hubo un cura en el Prado que desde que se enteró me llama y me dice “hoy en la misa estoy orando por ti”; esas cosas me movilizaron mucho.

Adriana da Silva.
Adriana da Silva.
Foto: Captura Instagram.

—Es lo que tiene ser una figura de la televisión y el teatro que siempre va para adelante, sonriente y que trata a la gente con respeto
—Sí, y todo eso te vuelve. Pienso que sí. Yo he intentado en mi carrera ser bastante fiel a cómo soy, no protagonizar otro personaje dentro de los medios de comunicación más que ser yo misma, cumpliendo el rol que me compete. Todo lo demás lo dejo para el escenario. Y en esto quise ser fiel a mis convicciones. Es que hay gente que tiene enfermedades autoinmunes, con tratamientos permanentes, gente con diálisis día por medio, gente que se inyecta insulina cuatro veces al día, gente a la que le dan pronósticos devastadores, y esa gente está de pie. Entonces, hasta por respeto a eso, y como dice la gente de Los Andes: “cada uno tiene su propia cordillera”, así que vos transita la tuya en silencio y llevala lo mejor posible. Igual, ahora en el verano salí.

—¿A dónde fuiste?
—Me fui unos días de vacaciones, tomé sol y mucha vitamina D que es importante.

—¿Y hay planes para este año?
—Este año voy a dirigir dos obras de teatro que produce Diego Sorondo. Una se estrena en junio y la otra en agosto con elencos divinos. Eso me pone súper contenta, y abordando temas que son interesantes a nivel social. Seguramente voy a hacer un viajecito con mi hija que cumplió 15 el año pasado y no pude hacerle nada. Le tuve que mandar un regalo por internet. Le mandé una tortita, hicimos un zoom y ella apagó la velita mientras yo estaba en el sanatorio. Así que tengo un debe con mi hija más chica que va a cumplir 16 pero vamos a festejar sus 15 juntas en algún lado. Estoy como en plan recambio después de todo esto, y voy a cambiar de casa. Una de las cosas que tengo, me vinieron ganas es cambiar de aire. Voy a dejar el apartamento por una casa, necesito un poco de verde y aire más que nunca. Esos son mis proyectos, mis expresiones de deseo. Hoy uso la palabra proyecto con certeza, porque cuando estaba enferma decía: “tengo la ilusión de”, porque tenía miedo. Y como tenía miedo no me quería comprometer con nada. Por eso cuando me dieron el alta se terminó la palabra ilusión y empezaron los proyectos, a corto, mediano y largo plazo. En mi próximo control, si todo está ok, al otro día sacamos el pasaje; y así lo iré transitando.

—Hay que ponerse metas y tener proyectos.
—Sí, ponerse metas disipan los miedos. Porque quedás hipersensible, con miedo; con la sensación de que tu fecha de vencimiento podría haber sido una realidad. Y eso que tuve covid y lo pasé, dos veces. Creo que soy una mujer con una salud frágil pero una energía muy fuerte. Calculo que eso es lo que me salva. Soy una especie de esponja humana, vino el covid y fui de las primeras en agarrarlo; vino la segunda ola y me lo volví a agarrar cuando ya tenía esto otro. Podría no haber contado la historia y estoy acá. De salud puedo ser frágil, pero soy fuerte de espíritu. Por eso no bajo los brazos nunca. Calculo que es lo que me va a salvar.

Adriana da Silva.
Adriana da Silva.
Foto: Federico Díaz.

—¿Te apoyaste en la religión?
—No soy religiosa. Creo que todos los que han rezado por mí lo han hecho desde su lugar, desde su convicción y lo agradezco mucho porque fue muy genuino. No creo en divinidades y no soy devota de nada. Creo mucho en la ciencia. He sido una paciente que colaboró mucho a nivel de tratamientos. Contraté una clínica, y algo que podía haber demorado un mes, los resultados vinieron en pocos días. No era por desconfianza de la sociedad médica que arribamos al mismo diagnóstico, era para colaborar.

—Cuanto antes, mejor.
—Sí, incluso el primer tratamiento con los químicos también lo compré en forma privada. Me puse expeditiva para colaborar. Y lo que podía haber sido 30 días después, fue 30 días antes. Confío en la ciencia, en ser expeditivo. Confío en todo eso pero también en las energías positivas que me vienen de todos lados. La gente que prende una velita, que reza por uno, eso tiene que tener su efecto.

—¿Cuál fue el golpe más bajo que te dio esta enfermedad?
—Objetivamente lo más duro es estar enferma de esto. Subjetivamente lo más duro es perder el pelo, tus cejas y tus pestañas. ¿Pero sabes por qué es? No es la enfermedad es el tratamiento el que te expone públicamente a que estás enferma. Porque si hubiese tenido mis cejas, mi pelo y mis pestañas nadie se hubiese dado cuenta. La gente que es diabética o celíaca, nadie se da cuenta. Pero si no tenés ni tus pestañas, ni tus cejas, ni tu pelo, todo el mundo se da cuenta de que tenés cáncer. Entonces, esto me expuso.

—¿Y cómo fue, así, hacer las funciones?
—Fue gracioso porque rápidamente le dije a un amigo que me consiga una peluca. No era la ideal, me sentía macrocéfala y le decía no me toque la cabeza porque si se me cae la peluca, me muero. Y me pintaba las cejas y todo el mundo me arreglaba. No me podía poner rimel, entonces tenía que generar de nuevo el personaje para subirme al escenario. Para estar en mi casa no, pero cuando iba al escenario me ponía todo.

—Y esas artimañas también te ayudaban a no estar pensando todo el tiempo en tu enfermedad.
—Claro. Subjetivamente y emocionalmente me pegó mucho el no tener pelo. Por eso ahora aparecí con pañuelo, porque con este verano me da mucho calor andar de peluca. Me dije ahora voy a andar de pañuelo al estilo actriz italiana, prendidito al costado. Cosa de no andar dramatizando. Fue un: “bueno quiero estar cómoda”, “déjenme”, “ya se enteraron, ya saben”. Emotivamente lo que me pegó fuerte fue el tema estético, y lo que me pegó, objetivamente, fue el miedo a que mis hijas se quedaran solas.

—El humor también ayuda a no pensar.
—Sí, he desarrollado un humor negro con mi enfermedad. Porque a los 10 de hacerme el primer tratamiento me paso la mano por el pelo y me quedo con un mechón en la mano. En simultáneo, con la otra mano tengo el celular y me llaman de una agencia para ofrecerme a hacer unos posteos en redes para una tintura para el cabello.

—¿Y qué hiciste?
—Me dio un ataque de risa. ¿Que le iba a decir “disculpame, ya no tengo pelo”? No le iba a contestar eso. Amablemente le dije “mira por un tiempo no voy a hacer trabajos en redes”. Pero era tragicómico. Y así desarrollé un humor negro muy grande porque me da mucha gracia. Mi papá que es muy viejito siempre pasa por detrás y me dice “¿por qué no te peinas?” cuando voy a salir. Y se ríen, si ya te va a venir el pelo, quedate tranquila. O me tocan la cabeza y dicen que da suerte. Y todos quieren sentir cuánto creció, cómo viene. Cosas de la vida que están, que empezamos a satirizar con el tema, que relajamos un poco y le da como otro color a una situación que es, de todo punto de vista, siempre es patética.

—Me llamó la atención lo natural que dijiste la palabra cáncer.
—La digo ahora. Durante el tratamiento no la dije, por mi padre y mis hijas, sobre todo la más chica. Aunque no lo quieras creer, cayó en la cuenta de qué tenía cuando terminé el tratamiento, e hizo su catarsis en ese momento. Yo decía, linfoma, linfoma, linfoma, y para ella no era cáncer.

—¿Y cómo fue ese último día de quimioterapia?
—Después de la última quimioterapia estamos charlando de noche y no sé qué dije que ella me dice “pero tú no tuviste cáncer, ¿no?” Y le dije sí Clarita, es lo que estoy terminando de tratar. Y ahí se desbordó y me dice “que horrible mamá, me tendría que haber dado cuenta”. Ahí le dije “bueno ya lo pasé, ya está”. Pero todo transcurrió con normalidad, mi hija se puso a estudiar en el exterior, la más chica tuvo muy buena escolaridad, y mi papá no se dio mucho cuenta. En realidad le dije solamente que tenía el bazo enfermo y que me iba a recuperar; que el tratamiento iba a ser un poquito complicado, que iba a perder el pelo, pero que me iba a recuperar. No quise decirle porque mi papá también es un sobreviviente de cáncer, pero como lo tuvo de adulto, no avanzó. Preferí no decírselo, y por eso la palabra no se usó en casa. La uso ahora porque ya pasó.

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