Por Sebastián Cabrera
El futuro de la coalición tal cual la conocemos desde el 1º de marzo de 2020 estaba sobre la mesa. Cuando en la nochecita del lunes 8 de mayoleyó la declaración en la que anunciaría que Cabildo Abierto al final (y a pesar de todo) seguiría en la coalición, el senador Guido Manini Ríos apuntó directo al presidente Luis Lacalle Pou y a su modelo de conducción. “Los acontecimientos de los últimos meses muestran que a la coalición le ha faltado lo que se llama affectio societatis. El modelo presidencialista y personalista de funcionamiento lleva necesariamente a desencuentros”, leyó el senador cabildante, en ese tono casi militar de hablar al que nos tiene acostumbrados. “Todas las coaliciones habidas en este país, especialmente las presididas por Luis Alberto Lacalle Herrera, Julio María Sanguinetti y Jorge Batlle, se caracterizaron por la toma colectiva de las grandes decisiones, así como el respeto a todos los socios y a las posiciones de cada uno”, dijo después.
El mensaje estaba claro. Manini marcaba diferencias en la conducción de Lacalle y el relacionamiento con sus socios de la coalición respecto a anteriores gobiernos de los partidos tradicionales, previos a 2005. Tanto Cabildo Abierto como el Partido Colorado, los dos socios más importantes del Partido Nacional, han reclamado varias veces ámbitos institucionales de discusión y una conducción más abierta de Lacalle Pou. El presidente, en cambio, prefiere una negociación bilateral con cada socio y recién después encuentros colectivos, y ha usado la famosa metáfora de “pico a pico” y luego “redondilla”.
¿Pero cómo se tomaban las decisiones en los gobiernos de Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle Herrera y Jorge Batlle? ¿Cómo funcionaron las coaliciones (cuando las hubo)? ¿Fueron tan colectivas como recuerda Manini Ríos? ¿En qué casos se llegaron a romper y por qué? ¿Qué diferencias tienen aquellas coaliciones con esta, más allá de la obvia de que antes eran dos partidos y ahora cinco? Aquí un repaso, uno a uno, de los cuatro gobiernos tras el fin de la dictadura y hasta la llegada al poder del Frente Amplio, en la voz de sus protagonistas y de algunos analistas.
Las diferencias con las anteriores coaliciones
La actual coalición de gobierno tiene varias peculiaridades. La principal es que son cinco socios, algo que complejiza la situación. “Está bien, son cinco partidos, pero en las definiciones de la ciencia política los partidos relevantes son tres: los que pueden dar o quitar la mayoría parlamentaria”, dice Eduardo Bottinelli, director de Factum. De todos modos, “es una complejidad mayor que las coaliciones anteriores, solo con dos socios”. Otra diferencia: “Era habitual ver a (Alberto) Volonté en reuniones donde se decidían cosas en conjunto con (Julio María) Sanguinetti, los dos socios decidían políticas”. Eso no pasa tanto hoy: “El presidente claramente conformó otro estilo de coalición, que no es el de cogobernar, que es lo que quiere (Guido) Manini y hasta Sanguinetti”. El presidente negocia por separado “y luego lleva una propuesta que debe ser aceptada por los socios o que pasa a la discusión parlamentaria, donde se dan las modificaciones mayores porque el producto que llega al Parlamento no tiene totalmente incorporada la visión de los socios”. Así, Luis Lacalle Pou “llega a un mínimo acuerdo y manda al Legislativo”.
Sanguinetti (1985-1990): la gobernabilidad.
El primer gobierno posdictadura, el de Sanguinetti, no fue de coalición sino lo que Wilson Ferreira Aldunate definió como “gobernabilidad”. Si bien no todos los ministros eran colorados (había varios independientes y el caso más claro es el del canciller Enrique Iglesias), no existió un acuerdo por cargos en el gabinete con el Partido Nacional.
Así lo recuerda Sanguinetti: “Fue una actitud comprensiva hacia las decisiones aún difíciles que el gobierno tenía que tomar en un período de transición”. El nacionalista Ignacio de Posadas, quien sería ministro de Economía en el gobierno siguiente, dice que fue “un ofrecimiento de Wilson que no se escribió ni firmó, no hubo una hoja de ruta”. Y Didier Opertti, quien sería ministro del Interior en el segundo gobierno de Sanguinetti y después canciller, también dice que “no fue gobierno de coalición, sino de alguna coincidencia”.
Lacalle (1990-1995): coalición inestable.
Faltaban 10 años para la llegada del balotaje y, una vez que ganó, Lacalle necesitaba apoyos para poder gobernar. Ahí nació un inestable entendimiento que se llamó “Coincidencia Nacional”, donde estaban los diferentes sectores del Partido Nacional (el Herrerismo, Renovación y Victoria, Movimiento Nacional de Rocha y Movimiento por la Patria) pero también del Partido Colorado (Foro Batllista, Lista 15 y Unión Colorada y Batllista de Jorge Pacheco Areco). La Cruzada 94 de Pablo Millor decidió no participar del pacto.
“Lacalle habló por separado con Sanguinetti, Batlle y Pacheco, se manejó, es un hombre ducho”, dice Alberto Volonté, quien desde 1990 fue presidente de UTE, luego candidato presidencial del Partido Nacional y más tarde, ya veremos, socio clave de Sanguinetti en su segundo gobierno. “Lacalle hizo lo que se hacía históricamente, una suerte de reparto en ministerios y entes para asegurarse cierta tranquilidad”, agrega. Eso derivó en un clima “traumático” porque además la relación entre Lacalle y Sanguinetti “era muy compleja”, dice el expresidente del Directorio nacionalista.
Aquel acuerdo tenía “muy tenues lazos”, reconoce hoy Lacalle. “Los colorados ofrecieron para el gabinete nombres muy honorables pero de escaso peso político”, dice, en referencia a Alfredo Solari, Augusto Montesdeoca, José Villar y Raúl Lago.
Sanguinetti la recuerda como “una coalición bastante inestable” y de hecho lo fue, tanto en el Parlamento como en los cargos ejecutivos.
La salida de los colorados del gabinete fue gradual: el primero en retirarse fue el Foro Batllista de Sanguinetti, quien terminaría respaldando el referéndum para derogar cinco artículos de la ley de empresas públicas, que impulsaba un plan de privatizaciones en el país.
Eso implicó que Solari y Montesdeoca dejaran sus cargos. En lugar del primero entró el blanco Carlos Delpiazzo en Salud y en lugar del segundo el pachequista Eduardo Ache en Industria. En 1992 Batlle (Lista 15) también retiró a su ministro Lago en Vivienda. Solo los dos ministros pachequistas permanecieron hasta 1994.
La ruptura de las coaliciones “suelen ser hechos traumáticos para la dinámica de gobierno”, dice el politólogo Daniel Chasquetti en La supervivencia de las coaliciones presidenciales de gobierno en América Latina, “el futuro es casi siempre difícil para el presidente”. Lacalle marca dos causas para la “rápida disolución del acuerdo” con buena parte del Partido Colorado: la puja entre Sanguinetti y Batlle y la ley de empresas públicas. “Sanguinetti eligió erigirse en defensor del batllismo, pretendidamente atacado por el gobierno”, indica. Y señala: “Todos los colorados votaron la ley y solo Sanguinetti apoyó el referéndum. Todos votaron la desmonopolización de seguros. No puede negarse la calidad de batllistas de Batlle y Pacheco, que sí acompañaron al gobierno en el referéndum”.
Jorge Lanzaro, profesor emérito de Ciencia Política, recuerda que un ministro de ese gobierno resumió así la situación: “Esta fue una coalición que nunca existió”.
Sanguinetti (1995-2000): los cinco años.
La elección de 1994 fue la de los tercios: el Partido Colorado ganó con el 32,25% de los votos, el Partido Nacional le siguió con 31,21% y el Frente Amplio salió tercero con 30,61%. Tras la ajustada victoria, Sanguinetti convocó a Volonté y la primera reunión fue en la casa del líder colorado.
—Alberto, ¿cómo la ves? ¿Cómo acordamos? —le dijo quien sería presidente por segunda vez, esperando el apoyo del líder blanco.
—Mirá Julio, acá el presidente sos vos —le respondió Volonté, quien había resultado el candidato más votado del Partido Nacional y había sido elegido presidente del Directorio—. Pero a mí me parece que lo primero es que también tenés que llamar a (Tabaré) Vázquez porque en la convocatoria tiene que estar el Frente, este no es un acuerdo más entre blancos y colorados.
Así recuerda hoy Volonté aquel diálogo, palabras más, palabras menos. Y dice que esa fue casi una condición que le puso a Sanguinetti, quien llamó a todos a negociar en mesas temáticas en enero y febrero de 1995, incluso a la izquierda, pero terminó acordando solo con el Partido Nacional. La “mala experiencia” del gobierno de Lacalle Herrera con los colorados dejó claro que debía ser un gobierno con bases sólidas “y no un mero reparto para gobernar tranquilos”, sostiene el exdirigente nacionalista en su apartamento con privilegiada vista al puerto del Buceo.
Luego asegura que, de los cuatro gobiernos anteriores al Frente Amplio, el de Sanguinetti de 1995 al 2000 fue el único verdadero de coalición. “Lacalle y Jorge (Batlle) no convocaron a gobiernos de coalición, no hubo mesas temáticas, hicieron gobiernos de acuerdos”, opina.
De hecho, Volonté dice que es “un error técnico garrafal” llamar “gobierno de coalición” al de Lacalle Herrera porque más bien fue “de reparto” y una visión similar tiene respecto al de Batlle. Un gobierno de coalición, afirma, es aquel que está integrado por partidos que son y piensan “diferente” pero tienen temas para “ponerse de acuerdo”, que en su caso era sobre todo la reforma de la seguridad social que instaló las AFAP y la reforma constitucional para modificar el sistema electoral. “Y además los dos, Sanguinetti y yo, apoyamos a (Germán) Rama y ahí tenés la tercer reforma, la educativa”, agrega.
Hubo cuatro ministros blancos en ese gobierno: Juan Chiruchi (Herrerismo) en Vivienda, Ana Lía Piñeyrúa (Movimiento Nacional de Rocha) en Trabajo, Álvaro Ramos en Cancillería y Raúl Iturria en Defensa (estos dos últimos que apoyaron a Volonté). Iturria y Ramos solo estuvieron hasta 1998. A Iturria lo reemplazó el también nacionalista Juan Luis Storace y a Ramos el colorado Opertti. Sergio Chiesa, también de la columna de Volonté, ingresó en 1998 en Ganadería.
El papel de Volonté es clave y Sanguinetti dice que “no tuvo fisuras”. El analista político Óscar Bottinelli, de Factum, lo ha definido como un “copresidente” y, de hecho, se reunía varias veces por mes (y a veces por semana) con Sanguinetti en la residencia de Suárez o en el Edificio Libertad. “Generalmente yo caía a las siete de la tarde y a eso de las nueve de la noche volvía”, recuerda Volonté.
“Nos reuníamos todo el tiempo. La prensa, un poco en broma y un poco en serio, decía que Volonté era el primer ministro”, dice Sanguinetti y se ríe fuerte. Volonté lo confirma pero también admite que otros, para tomarle el pelo, lo definían como “el mayordomo de Sanguinetti”.
Para De Posadas, aquel fue “un entendimiento a la antigua, es decir ‘apoyame y te doy cargos’, pero tampoco hubo una hoja de ruta” a seguir. Esto, dice, recién llegaría con el balotaje y el caso más claro ocurrió antes de la elección de 2019 con el Compromiso por el país entre el Partido Nacional, el Partido Colorado, Cabildo Abierto, el Partido Independiente y el Partido de la Gente.
Volonté, desde ya, tiene otra impresión. Dice que fue realmente “un gobierno de coalición y no de reparto” y que él no quería cosas como “el pacto del chinchulín, donde cada uno se llevaba algo”, en referencia al acuerdo entre Gabriel Terra y el nacionalismo independiente en 1931 que en forma despectiva Luis Alberto de Herrera calificó así.
Los blancos integraron el gabinete casi todo el gobierno, ya que se fueron en 1999, “para asegurar el cumplimiento de las líneas nacionales comunes”, dice Volonté.
Aquella fue, hasta ahora, la coalición más exitosa porque duró todo el período de gobierno y a eso se suma la buena sintonía entre los dos líderes. Para Sanguinetti, es imposible comparar con la situación actual, para empezar “porque es inédita con cinco partidos en el gobierno y no están solo el Partido Colorado y el Blanco”. Lanzaro dice que esa fue “la coalición más fuerte del ciclo”, con Volonté como “socio muy ferviente, abocado a la idea de un cogobierno, con gran disposición coalicional” pero que “hubo otras muy endebles y que casi no funcionaron como coalición”.
Sin embargo, el apoyo de Volonté a Sanguinetti no redundó en votos para el dirigente nacionalista, quien perdió la elección interna en 1999. Y tampoco para el Partido Nacional —con fuertes disputas internas—, que culminó en un lejano tercer lugar con 22% de los votos, detrás de colorados y frenteamplistas.
Volonté recuerda aquellos cinco años con pasión pero también con un dejo amargo:
—Te voy a decir una cosa: no la nombran jamás.
—¿Lo qué?
—Es como que lo que pasó en Uruguay entre el 95 y el 99 no existió... Yo sé por qué no se habla de ese gobierno, era propaganda para un señor, Alberto Volonté. Esa es una impresión mía. Pero no es una queja, soy un hombre feliz. Soy tan blanco o más que antes.
Batlle (2000-2005): la crisis.
En las elecciones de 1999 se dio el debut del balotaje y eso permitió un acuerdo previo a la elección entre el Partido Nacional y el Colorado. Había buena sintonía entre Lacalle, quien lideraba otra vez su partido, y Batlle, quien venció a Vázquez y se convirtió en presidente. “Él era muy liberal y tenía una tendencia hacia el libre comercio que coincidía en muchos aspectos con el discurso nacionalista”, dice Opertti, canciller al final del gobierno de Sanguinetti y durante los cinco años de Batlle, “pero tenía obviamente limitaciones provenientes de su propio partido”.
Hubo cinco ministros blancos en el gabinete de Batlle: el herrerista Jaime Trobo fue el primer ministro de Deporte y Juventud, Antonio Mercader ministro de Educación y Cultura, Sergio Abreu de Industria, Álvaro Alonso de Trabajo y Seguridad Social y Carlos Cat de Vivienda.
Pero esos ministros no durarían mucho tiempo. La crisis económica de 2002 complicó todo. En julio los blancos reclamaron la renuncia del ministro de Economía, Alberto Bensión, y el 28 de octubre de 2002 el Directorio resolvió retirar a los ministros, con votos del Herrerismo y del flamante movimiento Alianza Nacional, y el rechazo de Correntada Wilsonista de Francisco Gallinal y algunos intendentes blancos. Unos días después la decisión fue ratificada por la convención, en una votación dividida.
En aquel proceso fue relevante la postura de Jorge Larrañaga (quien unos pocos años después lideraría el partido pero en aquel momento era senador y tenía apenas dos diputados), ya que impulsó la salida de los blancos del gobierno. Carlos Camy, quien entonces era vicepresidente del Instituto Nacional de Colonización por Alianza Nacional, recorrió el país con Larrañaga para levantar firmas y poder convocar a la convención nacionalista. “Y logramos las firmas necesarias. No sacamos el respaldo al gobierno, pero sí quitamos el compromiso mayor, el que se tiene al integrar el gabinete”, dice hoy Camy. Volonté lo recuerda así: “A los dos años Larrañaga pegó un portazo y se fue. Los demás lo siguieron. El portazo cayó muy bien en el Partido Nacional”.
Los blancos retiraron todos los cargos en los ministerios pero no en los entes autónomos y los servicios descentralizados. Mantuvieron el apoyo en el Parlamento para asegurarle la gobernabilidad a Batlle, por lo que la coalición funcionó a nivel legislativo.
El “detonante” de la salida fue la crisis, recuerda el sociólogo Eduardo Bottinelli, director de la consultora Factum, “un elemento claro que separó a los socios”. Aun así, la remoción de Bensión “no fue tomada solo por el presidente Batlle ni los colorados solos, el Partido Nacional con Lacalle Herrera participó en la decisión de sacar al ministro”, explica el analista. Bensión dejó su cargo, de hecho, por la presión de los blancos.
En las elecciones de 2004, con Larrañaga a la cabeza, el Partido Nacional tuvo la mejor votación en años: 35% de los votos. “La nuestra fue una movida política acertada”, resume Camy. “Terminamos con la mejor votación del siglo, cuando cinco años antes había sido la peor de la historia del Partido Nacional”.
¿En qué casos existe realmente una coalición de gobierno?
“Lo primero es definir qué entendemos por una coalición”, dice a El País Jorge Lanzaro, profesor emérito de Ciencia Política, y opina que en ciencia política “hay una tendencia a llamarle coaliciones a cosas que en realidad no lo son, sino que más bien son sistemas de compromiso, gobiernos con apoyos puntuales sobre políticas específicas”. En ese sentido, tener “compromiso de gobierno es un comportamiento cercano a la coalición y a veces es difícil diferenciar”, advierte.
A su juicio, para que sea una coalición, debe haber “un acuerdo para gobernar en conjunto con los socios, con participación de los ministros y responsabilidades políticas”. Si no, “pueden ser solo apoyos sostenidos en el tiempo, acuerdos de gobernabilidad para darle estabilidad a gobiernos sin mayorías parlamentarias sólidas”. Para Lanzaro, un gobierno como el actual donde el presidente Luis Lacalle Pou negocia por separado con cada socio, y no existe un ámbito colectivo, no es una coalición real, sino más bien “un gobierno de compromiso donde el presidente funciona como pívot y tiene la batuta”.
¿Entonces, con esa definición, hubo coaliciones reales en Uruguay? “Sí, hubo. En el segundo gobierno de (Julio María) Sanguinetti efectivamente la hubo, esa fue la más sólida”, responde Lanzaro.
Y explica que en otros países, como Brasil, hay gobiernos presidenciales con coaliciones “muy firmes y frecuentes desde hace décadas”. Eso sin mencionar, claro, los regímenes parlamentarios, como los de Europa, donde la coalición es la norma para gobernar.