Durante décadas, la lana fue el “oro blanco” del campo uruguayo. Movía localidades enteras, marcaba calendarios productivos y explicaba buena parte del pulso económico del agro. Pero ese Uruguay lanero empezó a desarmarse hace ya varias décadas. El stock ovino cayó a un mínimo histórico -entre 5,4 y 5,7 millones de cabezas, según los últimos datos del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP)-, muy lejos de los más de 25 millones que llegó a tener el país en la década de 1990. El negocio dejó de ocupar el centro de la escena rural frente al avance de la agricultura y la ganadería vacuna.
Y, sin embargo, la lana uruguaya sigue llegando a los escaparates más exclusivos del mundo. ¿Cómo se explica que, en medio de una caída histórica del stock y de un rubro que perdió peso en la estructura productiva, marcas como Gucci utilicen lana producida en Uruguay? La respuesta no está solo en la fibra, sino en toda la cadena productiva y en el consumidor final.
La explicación de la caída tampoco es exclusivamente local. “Más que nada está debido a factores internacionales”, dice Gabriel Ciappesoni, investigador del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA).
Australia, uno de los grandes productores y exportadores de lana, llegó a acumular un stock enorme y, cuando ese volumen salió al mercado, los precios cayeron con fuerza. “Fue un proceso progresivo, pero muy marcado”, dice. La caída general también se dio en otros países históricamente laneros, como Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica.
Desde el Secretariado Uruguayo de la Lana (SUL), la técnica Josefina Sanguinetti explica que la irrupción de las fibras sintéticas desde la segunda mitad del siglo XX desplazó a la lana como fibra dominante en el mercado. Lejos de un regreso a ese pasado, sostiene que el futuro del sector pasa por otro lugar: la lana como producto de nicho y de alto valor. “Hoy la oportunidad está en mercados premium, que demandan lanas finas, trazabilidad y bienestar animal”, señala.
Esa reconversión productiva puso el foco en la calidad. “Cuanto más fino es el diámetro de la fibra, mayor es la calidad y más sofisticado el uso”, explica Ciappesoni. Las lanas más finas -principalmente de raza Merino- pueden alcanzar en Uruguay las 14 micras y se utilizan para trajes livianos, ropa deportiva o prendas en contacto directo con la piel. En esos mercados más exigentes no se paga solo por la fibra: se compra información. Los clientes quieren saber de dónde viene esa lana, cómo se crio la oveja y en qué condiciones trabajaron las personas que participaron de la cadena productiva. La trazabilidad, la certificación y el relato se volvieron parte del producto.
El ovino, además, sigue siendo un sistema de doble propósito. “Todos los animales producen carne y lana”, recuerda Ciappesoni. Una oveja adulta se esquila una vez al año y produce entre tres y cuatro kilos de lana, según la raza y la edad. En ese esquema, la raza Corriedale juega un rol clave, especialmente por sus corderos pesados, que hoy sostienen buena parte del negocio cárnico.
Solo por concepto de carne ovina, de enero a noviembre de 2025 ingresaron al país unos 60 millones de dólares. Brasil fue el principal destino de las exportaciones, seguido por Israel, China y Rusia. La carne congelada con hueso concentró el mayor volumen de las ventas.
La carne ovina, sin embargo, nunca logró consolidarse en el consumo interno. “Es una cuestión cultural”, explica el investigador del INIA. En el campo históricamente se consumía más carne de oveja que de vaca, por facilidad de faena y conservación; en las ciudades, en cambio, el cordero quedó reservado para fechas especiales.
Los mejores precios se logran en cortes con hueso, aunque las restricciones sanitarias limitan el acceso a algunos mercados. Aun así, la carne aparece como un sostén cada vez más importante frente a la inestabilidad del mercado lanero.
Los números muestran ese equilibrio frágil. Entre enero y noviembre de 2025, las exportaciones del rubro ovino crecieron 3,3% respecto al mismo período del año anterior y superaron los 214 millones de dólares. La lana y sus derivados fueron el principal motor. En total, la lana generó casi 154 millones de dólares.
Sanguinetti destaca que el consumo de lana se está diversificando: ya no se limita a prendas pesadas de abrigo, sino que incluye ropa de uso diario y textiles técnicos. Prendas que al ojo parecen de lino o de algodón, son vestidos frescos y pantalones de verano.
China concentra hoy el mayor volumen de exportaciones, especialmente de lana sucia, mientras que Italia y Alemania siguen siendo destinos clave para la lana peinada, vinculada a la industria textil de mayor valor agregado que luego abastece a mercados de todo el mundo. En términos de valor, China lideró las exportaciones uruguayas con el 45% del total (70,4 millones de dólares), seguida por Italia, con el 13% (19,6 millones de dólares) y Alemania con el 10% (15,8 millones de dólares).
La corbata del rey: cómo la lana uruguaya se transformó en un producto de lujo
Hay historias que explican mejor que cualquier estadística la reconversión silenciosa del negocio lanero. Detrás de la empresa uruguaya Ruralanas, por ejemplo, una cadena que empieza en el campo y termina en una etiqueta de lujo logró llegar hasta la colección personal del rey Carlos III de Inglaterra, que luce corbatas confeccionadas 100% con lana uruguaya. Resulta que le enviaron una de regalo, le gustó mucho y pidió más.
Ese es el extremo visible de un sector que dejó de competir por cantidad y empezó a apostar por identidad, valor agregado y relato.
Virginia Montoro fundó Ruralanas hace casi 23 años, con un objetivo social y una convicción clara en la fibra. Hoy la marca articula a más de 150 personas entre talleres artesanales y procesos industriales en distintos puntos del país, y exporta a Europa, América Latina y Asia. En Uruguay vende desde hace casi una década en los free shops de los aeropuertos y abrió recientemente su único local propio en Punta del Este, dedicado exclusivamente a productos de lana durante todo el año. “No es solo para el invierno. En verano se vende incluso más”, afirma.
Tras la pandemia, explica Montoro, se aceleró el giro hacia lanas más finas. Su apuesta es clara: lana 100%, sin mezclas sintéticas. “Bien trabajada no se deforma, abriga en invierno y aísla en verano; hoy incluso se puede lavar en lavarropas”, señala. La marca produce desde medias y pantalones hasta prendas pensadas para el uso diario, el trabajo y los viajes.
El cambio también es cultural. “Todavía hay gente que asocia la lana a algo pesado o que pica. Cuando la prueban, no vuelven atrás”, dice.
Detrás del producto final hay una red dispersa de hilado, teñido y tejido que se adapta a las capacidades de cada taller, con controles estrictos para garantizar uniformidad. Producir en Uruguay implica más costos, reconoce Montoro, pero defiende la industria local: “Existe industria textil uruguaya. Hay que rescatarla y comprometerse con la calidad”.
De los campos uruguayos a prendas de Gucci y a Decathlon
Uruguay creció con una imagen casi inalterable del campo: vacas y ovejas, ovejas y vacas. Ese binomio, que estructuró la producción y también la identidad rural del país, empezó a cambiar en los últimos 30 años. La llegada de la agricultura y el peso de la soja, el sector arrocero que se especializó, la forestación y la cuenca lechera, crearon un nuevo campo. Ese proceso, sin embargo, tuvo un costo. “A la oveja le tocó perder espacio”, dice Pedro Otegui, director de Lanas Trinidad. “El agro se volvió más profesional, más intensivo, y la oveja fue la que pagó el ajuste”.
La crisis del sector convirtió al país en un polo regional: la lana ingresa sin procesar, se industrializa en Uruguay y se reexporta. “Es exportación uruguaya”, subraya. Lejos de competir con la producción local, agrega, esta dinámica permitió sostener a una industria que, con menos ovejas en el territorio, habría tenido dificultades para sobrevivir. En ese esquema, el país se mantiene como el cuarto productor y exportador mundial de lana, detrás de Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica.
A nivel global, el mapa también cambió. Australia, principal productor mundial, redujo drásticamente su stock, pero concentró casi toda su producción en Merino. Nueva Zelanda giró hacia un modelo carnicero, con foco en cordero pesado para exportación. Sudáfrica se consolidó como productor de lana fina. “Estamos todos en la misma franja del hemisferio sur, con grandes extensiones y pocos habitantes. El consumo está en el hemisferio norte”, resume Otegui.
En ese escenario Uruguay encontró un lugar particular: el de proveedor confiable de lana procesada. “Especialmente en lana lavada y peinada, esta región del Río de la Plata está entre los grandes jugadores”, afirma. Es en ese punto de la cadena donde se llega a grandes firmas internacionales, desde casas italianas de lujo como Gucci hasta marcas masivas como la francesa Decathlon.
El reposicionamiento de la lana se aceleró tras la pandemia. “El covid mostró a muchas industrias europeas y estadounidenses que dependían demasiado de China”, señala Otegui.
Como ya dijimos, la trazabilidad también cambió la lógica del negocio. “Antes el topista llegaba hasta el hilandero y no sabía qué pasaba después”, dice Otegui. Los topistas de lana son las empresas que procesan la lana sucia y la transforman en “top”, una fibra ya lavada, peinada y lista para hilar, que luego se usa en la industria textil para fabricar telas y prendas. Ese encadenamiento exige volumen y estandarización. Un contenedor de exportación lleva unas 25 toneladas de lana peinada, lo que implica procesar más de 40 mil kilos de lana sucia, provenientes de más de 10 mil ovejas de características similares. “Vendemos micronajes, largos, resistencia. Eso se logra armando lotes de distintas estancias que producen de forma parecida”, explica Hugo Surraco gerente de Lanas Trinidad.
Nada de eso es estático. “La lana es una fibra natural: no hay dos años iguales”, advierte Surraco. Cambian el clima, el rendimiento y la finura de la fibra. Por eso, explica, en Lanas Trinidad realizan inspecciones anuales en cada establecimiento con el que trabajan y, además, cuentan con auditorías externas: técnicos independientes que recorren los campos sin previo aviso para verificar que se cumplan todos los requisitos exigidos por los mercados más demandantes. “Es la única forma de sostener el acceso a esos destinos”, resume Surraco.
Mujeres del noreste vuelven a agregar valor a la lana ovina
El trabajo artesanal con lana ovina, que durante décadas fue una fuente de ingresos para mujeres del medio rural, volvió a cobrar sentido en el noreste del país a partir de una intervención impulsada por la Dirección General de Desarrollo Rural del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), en articulación con el Secretariado Uruguayo de la Lana (SUL), que cerró el pasado miércoles el proyecto “Agregado de valor a la Producción Ovina Familiar”, desarrollado en Rivera, Cerro Largo y Tacuarembó.
“No es una solución estructural al problema del mercado lanero, porque los volúmenes son pequeños y la situación es compleja, pero sí es una alternativa real para generar ingresos y fortalecer la autonomía económica de las mujeres”, señala Fernando Sganga del MGAP. La experiencia estuvo acompañada técnicamente por equipos del ministerio y por el SUL.
Durante la ejecución del proyecto se realizaron múltiples instancias de capacitación en procesamiento de lana rústica: lavado, hilado, teñido con insumos naturales, tejido en telar y bastidor. A eso se sumaron talleres de comercialización, marketing, cálculo de costos, emprendedurismo y trabajo en equipo. Las actividades alcanzaron a 77 mujeres rurales de los tres departamentos involucrados.
El proceso permitió consolidar acuerdos entre productoras y artesanas para asegurar la materia prima, realizar inversiones estratégicas en herramientas y generar espacios de venta.
Lana fina: la carrera del merino uruguayo por bajar micras y ganar mercados
Juan Manuel González, el presidente de la Sociedad de Criadores de Merino Australiano, nació y se crio entre ovejas. No es una metáfora: el Merino australiano atraviesa su historia familiar desde hace más de seis décadas. Primero por el lado de sus padres, que en los años 60 dejaron atrás otras razas para volcarse al Merino; después, con más fuerza aún, por la familia de su esposa, históricos cabañeros de Salto.
Empezó a trabajar en el campo en 1987, en pleno auge del negocio lanero. “El kilo de lana Merino pasó de dos a cuatro dólares y enseguida saltó a seis. En ese momento seis dólares era un platal”, recuerda. Con una sola zafra, muchos productores pagaron deudas bancarias, acomodaron sus economías y hasta compraron camionetas nuevas. Fue un boom que empujó reconversiones productivas y llevó a que muchos criadores dejaran razas más carniceras, como el Corriedale, para pasarse al Merino.
Pero el ciclo cambió. A mediados de los 90 el mercado se desplomó por el enorme stock ovino acumulado en Australia. La baja rentabilidad, el avance de la agricultura y el mayor costo de mano de obra terminaron de expulsar a muchos productores del rubro. “El lanar da trabajo y, cuando los ingresos no acompañan, los costos se vuelven imposibles”, explica. A eso se sumaron problemas estructurales como el abigeato, los ataques de jaurías de perros y jabalíes.
En ese contexto, el Merino logró sostenerse porque tomó otro camino. Mientras en los 80 un Merino promedio producía lana de unas 23 micras, hoy los rodeos de punta trabajan con fibras de 17 micras o menos. Es una lana que casi no se percibe al tacto: liviana, suave, pensada para prendas de alto valor. Esa diferencia se refleja directamente en el precio: un kilo de lana Merino fina puede rondar los nueve dólares, muy por encima de los valores que alcanzan las lanas más gruesas.
A los 61 años, González lo tiene claro: la era del oro blanco quedó atrás, pero el Merino sigue siendo una apuesta vigente para quienes entienden que el futuro del rubro pasa por la calidad, la genética y la especialización.
Carne y lana: el Corriedale y el giro del rubro ovino hacia el cordero pesado
Ignacio Tedesco trabaja junto a su padre, quien hoy preside la Sociedad de Criadores de Corriedale del Uruguay. Su historia personal es también la de una raza y la de un rubro que tuvo que transformarse para no desaparecer.
“En la época de mi tío abuelo y de mi padre, lo que valía era la lana”, recuerda. El vellón sostenía la economía del campo y la caponada -machos castrados que se mantenían varios años- era una categoría central.
En los años 90, frente al desplome de los precios, el sector también buscó alternativas. “Ahí se empieza a priorizar la carne”, explica Tedesco, y aparece con fuerza el concepto de cordero pesado. Se trata de un animal joven, que aún no corta los dientes, con una carne de alta calidad y buena aceptación comercial.
Ese cambio transformó todo el sistema productivo. Donde antes había majadas extensivas en grandes potreros, hoy hay manejos más intensivos: praderas, subdivisiones, cercas eléctricas y un control más fino de la nutrición. El objetivo es claro: que el cordero llegue en pocos meses al peso y la condición corporal adecuados para faena.
En ese nuevo escenario, el Corriedale encontró su lugar. “Es una raza doble propósito”, resume Tedesco. Produce carne y lana, más gruesa que la del Merino, y el cordero está pronto para venderse con menos de un año de edad. Nacen en primavera y, en general, se comercializan entre marzo y abril, con rendimientos que rondan los 18 a 20 kilos de carne.
El foco en la carne abrió además nuevas oportunidades comerciales. Tedesco destaca el trabajo de años que permitió a Uruguay exportar carne ovina con hueso a Estados Unidos, y más recientemente la apertura del mercado israelí.
Históricamente, la lana Corriedale se usó para uniformes militares, tapicería de autos y aviones, alfombras y aislantes. Hoy, con lanas más afinadas, también vuelve a entrar en algunas prendas de vestir.
El desafío pendiente sigue siendo el consumo interno. En Uruguay, la carne ovina continúa asociada a momentos puntuales. Tedesco cree que hay margen para crecer, sobre todo si se desarrollan más cortes frescos y si instituciones públicas -hospitales, cárceles, Fuerzas Armadas- incorporan carne de cordero en sus menús. “Es una carne de muy buena calidad, producida acá”, enfatiza.
La patria ganadera uruguaya se construyó sobre vacunos y ovinos, y la lana fue durante décadas uno de los pilares de la economía nacional: vistió ejércitos, cruzó océanos y ordenó la vida productiva del campo. Hoy esta fibra natural representa apenas el 1% de la vestimenta mundial. Pero en ese pasaje -del volumen al valor, de lo masivo a lo selecto- se redefine el lugar de la lana uruguaya: menos presente en cantidad, más exigente en calidad.