La agonía de las ferias top: “desaparece” un feriante por semana en Villa Biarritz, Parque Rodó y Carrasco

La feria de ropa y artesanías de Buceo ya no existe, la de Carrasco está a punto de desaparecer y las de Villa Biarritz y Parque Rodó agonizan. La IMM analiza un cambio de modelo.

Feria de Villa Biarritz un día martes.
Feria Villa Biarritz un día martes.
Leo Mainé.

En los días difíciles, en los que el frío barre con la fina esperanza que les queda, las teorías de cómo se llegó a esto toman vuelo, se amontonan en las conversaciones de los feriantes que sobreviven al peor momento de su negocio.

Estamos en la feria Villa Biarritz. Es martes, falta poco para el mediodía. Donde solía haber unos 450 puestos, hoy apenas hay unos 10 armados.

—¡Probátela tranquila, mi amor! Mirá que, si no te convencen, tengo otros modelos —dice Sara, que ya se terminó el agua del mate y discute con sus dos hijos sobre quién tiene que ir a la estación a buscar más a la vez que ofrece un pack de blusas térmicas a una posible clienta, una de las pocas que ronda esta mañana.

Sara se mueve rápido, con energía. Ordena, acomoda, cobra, envuelve. Como si no hubieran pasado más de 30 años desde la primera vez que puso un pie en una feria.

Lo cierto es que sí pasaron. Y todo cambió.

—Esto estaba lleno. Lleno de puestos. Todo esto, varias cuadras. Era increíble. Ahora ni los sábados; si somos ciento y algo un fin de semana, es mucho.

Unos años atrás, las calles que rodean al parque de Punta Carretas solían ser el escenario de la estrella de las ferias especiales, que es como se les llama a las que venden ropa, objetos de diseño, alhajas, juguetes, libros, inciensos y velas, artesanías, productos de limpieza e higiene personal. Antes, cuando había más de 400 puestos, la feria se montaba dos cuadras más adelante, junto al Club Biguá.

Pero se empezaron a ir los feriantes y los vecinos comenzaron a meter sus vehículos ahí; los feriantes ya no podían armar en los lugares señalados por la Intendencia de Montevideo (IMM) y había que llamar a la grúa, pero la grúa no venía y los feriantes se fueron yendo, y con el tiempo se fueron muriendo.

Así, cada vez eran menos.

—Al final un día dijimos, ¡si somos 30! Armemos en otro lugar, en esta calle, más cerca de Ellauri, por ejemplo. Y esa es la historia de lo que pasa ahora —resume Mauricio, un feriante con una trayectoria de 37 años en el rubro.

Martes en la feria Villa Biarritz.
Martes en la feria Villa Biarritz.
Foto: Leo Mainé.

Y ahí se quedaron, en la zona periférica, envueltos en un limbo legal en el que no pagan por usar el piso.

En el otro extremo de la calle, sobre una esquina, Juan Carlos intenta vender alguna alfombra.

—Usted acá tiraba un alfiler y no tocaba el piso —dice para ilustrar lo masiva que era esta feria.

Eso ya pasó, lo sabemos.

Ahora, los puestos son tan pocos que hay huecos de algunos metros de distancia entre ellos.

—Yo tengo una teoría de lo que nos pasó —dice Juan Carlos.

—¿Que la culpa es de Temu?

—No, eso es de ahora. Fueron los shoppings.

—Pero los shoppings llevan años abiertos…

—Cómo le puedo decir, creo que los que predicen el tiempo están arreglados con ellos. Es una teoría mía. Asustan a la gente. Anuncian ciclones extratropicales, la gente no viene a la feria y va a los shoppings porque ahí están calentitos, tienen todos los servicios. En cambio acá chupan frío y el ciclón nunca aparece.

Mariana, vendedora de juguetes desde hace 36 años, tiene una explicación distinta. Cree que fue la pandemia la que perjudicó este negocio. Una calle más abajo, José y Fito, vendedores de indumentaria, lanzan otra hipótesis. Primero, impactaron las importaciones desde China que dieron lugar a grandes tiendas en los shoppings con precios que le compiten a la feria. Después, se sumó otra complicación: la flexibilización de las ventas en el Barrio de los Judíos, donde según los feriantes se le vende a un particular prácticamente al mismo costo que a los mayoristas.

También hubo un cambio cultural en la forma en que se hacen las compras, a distancia, sin ver el producto, sin ir a buscarlo, esperando al delivery, alterando la dinámicas de las ventas tradicionales.

Y por último, el golpe de gracia lo están dando los precios imbatibles de comprar en China mediante Temu, un enemigo directo de los feriantes.

La acumulación de estos factores condujo a la situación en la que están hoy.

—Estas ferias están agonizando en el CTI. Puedo darles una estadística: desaparece un feriante por cada fin de semana —dispara Mauricio.

Caída libre.

Los feriantes más experientes se conocen entre sí porque solían formar parte de un circuito de ferias “top”, en el que en la década de 1990 y durante los 2000 se movía muchísimo dinero: Villa Biarritz los sábados y los martes, Parque Rodó los domingos, Carrasco los miércoles y Buceo los viernes.

En aquella época, apróximadamente la mitad de la mercadería se fabricaba en Uruguay y el resto se traía —sobre todo— de Argentina. Luego, fabricar dejó de ser negocio y los feriantes ampliaron sus compras en el Barrio de los Judíos y, en algunos casos, se convirtieron ellos mismos en importadores.

Se ganaba “muchísimo”, coinciden los entrevistados. Tanto, que algunos permisarios alquilaban ilícitamente el puesto un costo de 100 dólares la jornada. Los que más fortuna hicieron, crecieron y salieron de la calle para abrir sus propios locales. Otros se quedaron, confiados en que la suerte seguiría de su lado, acostumbrándose a la particular actividad de “hacer feria”. Fito trabajó tan bien en esos años que se compró una casa. “Pero ahora si tenés que vivir de la feria, no podés”, advierte.

En la misma línea, Mauricio cuenta:

—A mis hijos cuando eran chicos les decía, bueno, ¿no querés estudiar? Perfecto, no hay problema, vas a tener un lugar en la feria y vas a hacer plata. Cuando tenían 10, 12 años nos veían llegar a casa los fines de semana y tirábamos la plata arriba de la mesa. Les brillaban los ojos. Pero empezamos a vender cada vez menos, a ganar cada vez menos y empecé a decirles “estudien, porque la feria ya no da para más”.

Martes en la feria Villa Biarritz.
Martes en la feria Villa Biarritz.
Foto: Leo Mainé.

Este es el peor momento del negocio en más de 30 años, más duro incluso que la crisis del 2002, coinciden los feriantes.

—¿Peor que en la crisis?

—Aunque parezca raro, cuando hay crisis los feriantes levantamos mucho. En el 2002, la gente no podía pagar las tarjetas que usaban para comprar con crédito en los shoppings, entonces se volcaban a comprar en la feria al contado —rememora Fito.

De aquellas ferias, Villa Biarritz y Parque Rodó redujeron drásticamente la cantidad de puestos. La primera, pasó de tener 2.200 puestos a contar 84 armados el pasado sábado. La del Parque Rodó se había creado con 1.100 puestos, pero el domingo eran solo 165.

Sin permiso

El martes pasado había muy pocos puestos en la feria de Villa Biarritz y varios no eran permisarios. Incluso, uno de los puestos estaba haciendo su debut allí. “Un feriante me avisó que había mucho espacio libre y me vine, me arriesgué”, dice el joven feriante, que vende productos de limpieza y de higiene personal y sabe que si cae una inspección podría perder la mercadería. Hace feria toda la semana, pero no ha regularizado su situación porque dice que en la IMM el período de llamado es breve y las exigencias muchas

La feria de Buceo, en tanto, tuvo un destino fatal: ya no existe. Y la de Carrasco está a punto de desaparecer. Antiguos visitantes cuentan que los clientes pagaban en dólares y con chequeras, que los padres les daban billetes de 1.000 pesos a los niños para que gastaran en la feria cada miércoles. De todo eso ahora deben quedar ocho puestos en pie, apuntan. La alcaldesa del municipio E, Mercedes Ruiz, que solía frecuentar la feria, estima que quedan menos: uno o dos, no más.

Allá vamos.

Durante unos minutos, el auto gira en círculos por las calles del barrio. Casas grandes y veredas anchas. Según las instrucciones de la web de la IMM, la feria se arma en la calle Eduardo Couture, pero allí no hay ni una mesa, ni un carrito, ni una caja: ningún indicio de algo semejante a una feria hasta que en la esquina con avenida Arocena lo vemos.

Ahí está.

Un toldo beige. Debajo del toldo, una mesa de madera. Sobre ella, varias pantallas de lámparas apiladas. A un costado, una camioneta blanca. Y sentado junto a ella, el único feriante de la feria de Carrasco.

—Eligieron el peor miércoles de la historia para venir —dice.

Hace 33 años que vende en ferias. Cuenta que, hace no tanto tiempo, la situación era otra. Que la feria de Carrasco solía ocupar varias manzanas y reunir más de 1.000 puestos. Ahora, con suerte llegan a 30 puestos, en un día muy bueno. Y no todos arman.

Esta mañana, de hecho, varios llegaron pero al ver el cielo encapotado y sentir el frío en los dedos, decidieron que no valía la pena. Hacer feria es un trabajo duro. Se madruga, se lucha contra el frío, se cargan y descargan fierros y kilos de mercadería, a veces maniquíes, que se colocan con cuidado, estratégicamente, sobre mesas y percheros, en ocasiones para no concretar ni una sola venta en todo el día.

Feria de Carrasco.
Feria de Carrasco.
Foto: Leo Mainé.

En el peor miércoles de la historia, el único sobreviviente en pie es el señor de las lámparas. Comenta que la zona cambió. Que Carrasco ya no es lugar para una feria. Hay un mercado, hay varias tiendas de ropa de marcas de elite.

Le preguntamos si podemos tomarle una foto. El feriante sonríe, mira su mesa y con una mezcla de vergüenza y tristeza, se niega.

—No… hoy no. Vine a entregar unos encargos, ya me voy.

Y así, sin ceremonia ni testigos, el último puesto de la feria de Carrasco se retiraría también.

Un nuevo modelo.

A pesar de las dificultades que enfrentan, a los feriantes nucleados en la Asociación de Feriantes de Ferias Especiales (AFFE) les cuesta ponerse de acuerdo. No es un gremio unido, reconocen y este es un problema.

Mauricio, que fue el primer secretario electo de AFFE, dice que un tiempo atrás Inefop financió un estudio de mercado que habría concluido que la principal amenaza del sector eran ellos mismos.

—Siempre digo que si juntás a tres feriantes vas a tener cuatro ideas —lanza.

La interna está dividida por posiciones político partidarias, dicen algunos feriantes. Son minoría los que piensan que deberían confrontar con más ahínco a la IMM, con quien han mantenido históricamente un vínculo tenso.

Feria Villa Biarritz un martes.
Feria Villa Biarritz un martes.
Foto: M. Solomita.

En tiempos de la administración de Tabaré Vázquez en la IMM (1990-1995), cuando se reglamentó por primera vez a las ferias y se reubicaron en torno a parques —para cuidar la convivencia vecinal—, se fijó un tributo simbólico y se delimitó el suelo, los feriantes llegaron a ocupar el segundo piso de la comuna, en medio de un tire y afloje por la regulación que estos comerciantes tildan de “demasiado burocrática”.

—Creo que el culpable fundamental de nuestra situación es la intendencia —acusa Mauricio.

Sara, la señora de la ropa térmica, plantea que no hay un estacionamiento para los clientes, como sí ocurre ciertos días en el Centro para estimular el comercio. “Acá la grúa se pasa llevando los autos”, se lamenta. Tampoco se publicita a estas ferias como un circuito turístico, ni se les reconoce su valor patrimonial como se hace con la de Tristán Narvaja.

—Yo le sugeriría al nuevo intendente, señor Mario Bergara, que venga a hablar con nosotros. Lo invito a venir y a conversar. Algo hay que hacer para que esto crezca otra vez —incita Sara.

Tanto Mauricio como Fito y José creen que urge ampliar la oferta para promover un cambio generacional entre feriantes, en su mayoría en edad jubilatoria. Antiguamente, muchos legaban el negocio a sus hijos, o abrían nuevos puestos que manejaban los hijos, o contrataban empleados, pero ante el declive de las ventas, en Villa Biarritz —dice Mauricio, haciendo cálculos en el aire— apenas quedan tres puestos manejados por descendientes de feriantes.

Por estos tiempos, cuenta Mauricio y su pareja Cecilia, actual tesorera de AFFE, es común que varios de sus colegas decidan cambiar de rubro: las ganancias no les justifican las exigencias de la tarea, plantean. "Muchas de nuestras compañeras, mujeres de 65 años, dejan la feria para trabajar como domésticas".

Multiplicar la oferta, traer gente joven que pueda armar el puesto a pesar de las temperaturas cambiantes, decíamos, parece ser la luz al final del túnel. Los entrevistados están convencidos que esa es también la llave para volver a ser atractivos para los vecinos. Algunos feriantes proponían sumar entre 400 y 500 puestos, pero por votación AFFE se inclinó por un tope de 200.

Según Mauricio, en Villa Biarritz la IMM no realizó llamados para nuevos permisarios durante más de 30 años. Esa es su principal crítica.

En la IMM aseguran que son conscientes del daño que la pandemia provocó en las ferias especiales y que para promover una revitalización, realizó llamados y sorteos para adjudicar los puestos disponibles “en forma transparente y accesible”, diseñando un mecanismo de adjudicación “de carácter personal, precario y revocable” que permitirá un control dinámico del uso del espacio público.

Un llamado fue en 2023, otro finalizó la semana pasada: “Todos los postulantes del último llamado accedieron a un puesto, dado que la demanda fue menor que la oferta”, dicen fuentes de la IMM. Se adjudicaron 17 puestos en Villa Biarritz pero quedaron 41 vacantes. En Parque Rodó se sumaron 26 puestos, pero quedaron 49 sin ocupar. “La baja participación nos indica que el desafío hoy no es la falta de cupos, sino repensar el modelo de las ferias especiales”, dicen en la IMM. “Estamos evaluando un replanteo integral que contemple la realidad del consumo actual, el recambio generacional, la convivencia con plataformas digitales y el diseño del espacio público”.

Un cambio de modelo, dicen las autoridades.

Un sacudón que reviva el paseo comercial por las ferias, uno de los hábitos más queridos de los montevideanos.

La centenaria Tristán Narvaja, la feria que no deja de crecer

Según Ricardo Cozzano, la centenaria feria de Tristán Narvaja es la más concurrida de Montevideo, con entre 50.000 y 70.000 visitantes. Cada domingo, se arman 4.000 puestos. Se estima que genera empleo directo a 6.000 personas. La feria cambia de mercadería a lo largo y ancho de entre 40 a 54 cuadras. “A veces la situación económica es mala y la feria se achica y, si las cosas van bien, se agranda. Es como si tuviera vida propia”, dice este feriante que encabeza el gremio que nuclea a sus trabajadores. Cozzano, que cumplió 53 años en la feria, está escribiendo el segundo libro histórico y maneja las redes sociales de Tristán: la de Instagram y la de TikTok, donde cada domingo sube un repaso de cómo se vivió este popular y turístico paseo la semana anterior. La meta es que se declare el Día de la Feria de Tristán Narvaja el primer domingo de octubre, para así coincidir con el Día del Patrimonio. Además, aspiran a ser declarados Patrimonio Cultural Nacional. Cozzano entregó 7.000 páginas de información a la Comisión del Patrimonio. Se considera “un talibán de la feria”: “Soy un verdadero fanático”.

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