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La joya estropeada

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Ramón “Nino” Agüero recorre las ruinas del hotel y casino Costas del Mar, en donde trabajó como mozo. Foto: Fernando Ponzetto

El karma de una mala obra hídrica

Venida a menos tras la ampliación del canal Andreoni, que arrastra mugre, agroquímicos y animales muertos a sus playas, La Coronilla quiere resucitar. Para ello, autoridades y vecinos apuestan a promocionar un área protegida, pero esta también corre peligro por el crecimiento del canal.

VEA LA FOTOGALERÍA. Imágnes: Fernando Ponzetto
Ramón “Nino” Agüero recorre las ruinas del hotel y casino Costas del Mar, en donde trabajó como mozo. Foto: Fernando Ponzetto
Comedor del hotel Las maravillas, fundado en 1935. Foto: Fernando Ponzetto
Parte de la salinera construida en 1947 y que funcionó durante 48 horas. Foto: Fernando Ponzetto
“Nino” Agüero recorriendo el hotel Costas del mar, donde fue mozo. Foto: Fernando Ponzetto
Mesón Las Cholgas, el hotel que tenía camellos. Foto: Fernando Ponzetto
Solo quedan las ruinas del hotel y casino Costas del Mar. Foto: Fernando Ponzetto
La Coronilla quiere resucitar. Foto: Fernando Ponzetto

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En los tiempos en que La Coronilla era un balneario de lujo, el gerente de un hotel podía darse el gusto de contratar a un empleado para realizar una tarea tan específica como nivelar el pasto entre cuatro palmeras. Ningún detalle era mínimo si se quería complacer a los miles de turistas adinerados e internacionales que colmaban la docena de hospedajes exclusivos, el casino y la discoteca que estaban en la playa. Algunos llegaban en helicóptero. Había tantos autos circulando por la avenida principal, que los niños tenían prohibido pasear por allí en bicicleta. El servicio de ómnibus de la Onda hacía una parada en cada uno de los hoteles de la costa, y los restaurantes tenían tres vacas en las cámaras de frío: las órdenes eran del estilo "¡50 chuletas para la mesa cuatro!", cuentan los vecinos.

Las temporadas duraban por lo menos seis meses. Todo era abundancia y nadie imaginaba su fin.

Orides Nieves Alegre fue jardinero del hotel Mesón Las Cholgas: era el que cuidaba el césped entre las palmeras. A la derecha de estos árboles lucía una de sus dos piscinas con vista al mar, y a la izquierda estaban los cuatro camellos que habían llegado desde Sahara Occidental, y mediante un pago de US$ 10 los huéspedes podían usar para recorrer la playa como si estuvieran en un desierto.

Hoy, en la costa de La Coronilla, no hacen falta camellos para sentirse solo. Es 29 de enero, hay más de 35° y en la playa Las maravillas los bañistas se cuentan con los dedos de una mano. Las lluvias arruinaron la temporada para todos los balnearios, pero este paisaje no es una excepción, reconocen sus guardavidas.

La Coronilla quiere resucitar. Foto: Fernando Ponzetto
La Coronilla quiere resucitar. Foto: Fernando Ponzetto

Nieves mira el paisaje de pie, junto a su moto estacionada donde era el hall de entrada de su antiguo lugar de trabajo. Desde que está jubilado, cada tarde pasea por sus ruinas. Recorre lo que queda de las habitaciones. Toma el fresco y observa el agua, pero no la toca.

—Se terminó todo. Se terminó todo por culpa del canal —dice sin demasiado enojo, como si estuviera repitiendo una frase gastada.

En La Coronilla, los pobladores llevan 40 años echándole la culpa de la decadencia del icónico balneario al canal Andreoni, una obra hídrica de 1895, que se amplió durante la dictadura militar, y les echó una maldición de agua dulce que se mete en el mar y arrastra a sus orillas, cada vez que hay lluvias, agroquímicos de las arroceras, animales muertos, camalotes, ramas. A veces se amanece con el cadáver de una vaca en la arena, o de un caballo, o de una nutria. O con serpientes vivas.

Los turistas que llegan siempre hacen la misma pregunta: ¿el agua está contaminada? Y aunque les digan que no, miran la mugre, la huelen y muchos se van. Por eso, el balneario que entre 1945 y 1985 le competía a Punta del Este, se vació. Los que vuelven son los más leales: sobre todo personas mayores o familias que sacrifican la playa a cambio de la paz que da la soledad de un balneario que no se llena. Y como no se llena no suele haber mayores delitos que algún hurto a la propiedad. Esta visión generó, incluso, la expansión de un barrio con nuevas construcciones, y la creación de otro barrio privado, desarrollado por inversores argentinos. Para ellos, así como está, este sigue siendo un paraíso.

La Coronilla quiere resucitar. Foto: Fernando Ponzetto
Foto: Fernando Ponzetto

La mitad vacía del vaso.

Del Mesón Las Cholgas quedan solo los huesos sobre la arena. Cuentan que su último concesionario —que terminó en prisión por librar cheques sin fondo— había contraído deudas y lo perdió en un remate. Por el año 2004, antes de que llegaran sus nuevos propietarios argentinos, anunció en el pueblo que se podían arrancar puertas, azulejos y lo que se quisiera. Y así fue. Con este nuevo panorama el hotel nunca fue recuperado.

Entre 1980 y fines de 1990, cada vez con menos clientela, y con la competencia creciente de los balnearios vecinos Barra del Chuy, Punta del Diablo y Santa Teresa, los hoteles cerraron. Los dueños, envejecidos, murieron, y sus herederos decidieron en algún caso cederlos en concesiones que, según distintos testimonios, no daban buenos servicios.

Activos quedan tres. Uno de ellos, el Parque Oceánico, fundado en 1942, pertenece al Ministerio de Turismo y lo maneja desde hace 16 años un privado. Seis de sus 26 habitaciones están ocupadas. El sauna, el jacuzzi, el gimnasio, la sala de lectura, las piscinas y las tinajas de agua caliente están vacías. Para Laura González, su encargada, es la propia falta de infraestructura, la ausencia de movida nocturna, y la mala propaganda que le hacen al balneario sus vecinos obsesionados con el canal lo que les juega en contra.

Mesón Las Cholgas, tres piscinas con vista al mar en ruinas. Foto: Fernando Ponzetto
Mesón Las Cholgas, tres piscinas con vista al mar en ruinas. Foto: Fernando Ponzetto

Por la avenida principal se llega al hotel Las maravillas, que era de paja allá por 1935, cuando lo inauguraron como el primero del pueblo. Tiene dos huéspedes que pagan $ 500 por la noche. Hay 15 habitaciones y tres apartamentos libres. Mariana Tejas era profesora de tango cuando, un año atrás, se le ocurrió probar suerte en la hotelería. No le fue bien: todavía no llega a cubrir el costo anual de US$ 6.000 de la concesión, incluso habiendo rentado todas las piezas durante el carnaval de 2018.

—Las ganas son de irme, pero me voy a quedar. Es que para que se llene La Coronilla todos los balnearios vecinos tienen que estar repletos —dice mientras pasa las manos por unos hermosos murales pintados en 1950 que sobreviven en perfectas condiciones en los amplísimos salones de su desaprovechado hotel.

En la costa, el impresionante Rivamare se mantiene con apenas 10 piezas habilitadas. Será por poco tiempo. Delia, quien lo trabaja, se toma este verano como una despedida. Se acaban de ir sus únicos huéspedes: un matrimonio.

—Siempre es lo mismo. Llegan, les gustan el hotel y la playa. Bajan, ven el color del agua y lo que hay en la orilla, me preguntan si se pueden bañar ahí, les digo que sí, me dicen que mejor prefieren no hacerlo y se van. Ese es el problema.

La ampliación del canal Andreoni arrastra mugre, agroquímicos y animales muertos a las playas. Foto: Omar Defeo
Foto: Omar Defeo

Sin turistas no hay hoteles y sin hoteles no hay turistas. El núcleo social y comercial de La Coronilla está encerrado en un círculo vicioso. Winston Vázquez, reciente dueño del restaurante La Ruta —uno de los tres que hay— dice que cuando abrió en noviembre pasado esperaba al menos unos 90 comensales por día, pero no ha superado los 40.

—Para levantar esto se necesitan inversiones y nadie va a invertir hasta que no tengamos una playa verdaderamente limpia —dice el empresario.

Desde Las Cholgas se ven los enormes hoteles Guretxe y Costas del Mar, también abandonados. El Guretxe —donde los vecinos cuentan que Pedro Bordaberry pasó su luna de miel— está a la venta. Piden US$ 400.000. En la inmobiliaria que lo patrocina dicen que por US$ 300.000 lo entregan, y por US$ 250.000 también. Hace más de cinco años que espera un comprador. Los que veranean en estas costas —que si no llueven, se ven hermosas— pagan alquileres en casas particulares que oscilan entre los US$ 30 y 80. La mayoría duerme allí y pasa el día en alguna playa vecina.

Este cementerio de hoteles en la arena, como cicatrices que no cierran, le recuerda a La Coronilla lo que fue. Algunos, como Ramón "Nino" Agüero, que se presenta como "el decano de estas playas", que ha trabajado para casi todos los comercios que existieron en este lugar, prefiere esquivarlos para evitarse el disgusto. Él, junto a su hermano y su padre, colocaron cuadrados de césped en todos ellos. En varios también trabajó como mozo. A algunos les escribió poemas.

Un paisaje habitual tras una tormenta. La foto la compartió Omar Defeo.
Un paisaje habitual tras una tormenta. La foto la compartió Omar Defeo.

Ahora la gente los recorre para contar sus historias y sentir la adrenalina de meter las narices en un lugar que fue poderoso. En Las Cholgas, una escalera en forma de caracol lleva a sus habitaciones sin techos ni vidrios y con vista al mar. Desde sus terrazas se obtiene una vista espectacular de 23 kilómetros de océano partido en dos: del lado de los hoteles el agua está marrón por el impacto del canal, pero hacia el este está verde.

Allí puede ser que esté la oportunidad de una revancha.

La mitad (casi) llena.

Gerardo Veiga aguanta en la zona de Las Piedritas por testarudo, lo sabe. Es el único que queda de las 49 familias que solían vivir en el pesquero que, antes del canal, era, de los deportivos, el cuarto mejor de América. Había turistas que se costeaban la estadía de un mes para disfrutar de su pesca abundante y variada. Después de cada tormenta, ahogados de agua dulce, mueren los mejillones y la almeja amarilla, recurso típico del balneario. Sin comida, los peces escasean. Omar Defeo, investigador grado 5 de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos, lleva 35 años analizando las consecuencias de esta obra maldita. Los estudios demostraron una disminución de la diversidad biológica y una alteración del sistema de playas.

—Es como que los deja agonizando, porque con el buen clima se nota que los peces quieren volver a la vida —cuenta Veiga.

Su casa, en una zona sin energía eléctrica, está dentro del área protegida Cerro Verde e islas de La Coronilla, un paraíso ubicado entre este balneario y el Parque Santa Teresa, que al no estar afectado como la playa Las maravillas, es la apuesta de las autoridades para conquistar a un nuevo turista. En enero se inauguró un camino para ingresar desde la ruta 9, y se organizaron excursiones. De esta tarea se encarga Ana Claudia Caram, directora de Turismo de la Intendencia de Rocha.

—Uno puede quedarse en la agonía y seguir atado al canal, o buscar los otros atractivos que tiene el balneario —dice.

Esta es la mentalidad que también defiende la Comisión de Turismo del pueblo, que nació cuando los vecinos empezaban a hacer el duelo, en la década de 1990. "La playa es medular, y no es que haya que resignarse a aceptar el problema, pero a veces si hay buen clima y el caudal se seca, tenemos una buena temporada. Hay que enfocarse en buscarle una nueva cara al balneario", dice Leticia Zoma, presidenta de esta comisión.

Solo quedan las ruinas del hotel y casino Costas del Mar. Foto: Fernando Ponzetto
Solo quedan las ruinas del hotel y casino Costas del Mar. Foto: Fernando Ponzetto

—Hay una cantidad de razones para salir adelante —opina Paola Ferrari, secretaria de la comisión y su expresidenta.

Su ubicación estratégica a un kilómetro de la Ruta 9, su ordenamiento territorial espacioso y organizado, la presencia del centro de tortugas marinas Karumbé —que en algunas temporadas visitaron alrededor de 5.000 personas— y las playas que están pasando el canal. "Hemos hecho un montón de promociones y actividades para lograr que se asocie a La Coronilla con algo más que el drama del Andreoni", asegura.

Un gimnasio nuevo, calles asfaltadas, un mercado de artesanos, conciertos, carreras, competencia de pesca, campeonatos de voleibol, talleres de Carnaval. En 2008 se consiguió que el LATU certificara la playa. Ese verano se construyó un parador, pero vino una tormenta y el canal lo arrastró y con él la certificación.

El drama siempre termina volviendo. También es la principal amenaza del área protegida. El plan de manejo, que se aprobó en agosto de 2018, advierte que "las concentraciones de agroquímicos en la zona costera y marina, los efectos de contaminación por residuos sólidos, orgánicos y por la descarga de agua dulce del canal Andreoni en la zona costera y marina" pueden afectar el área. Aunque se previó realizar análisis en el agua, su director, Jorge Pereyra, dice que todavía no se ha hecho.

Pereyra, como muchos de los pobladores de La Coronilla, tiene dos vidas y tres funciones en el balneario. Fue teniente coronel de la Fortaleza de Santa Teresa, y como suele suceder entre sus colegas, terminó enamorado de este balneario. Además de dirigir el área protegida, es el presidente del Club de Pesca y edil por el Partido Nacional. Su temor es que el Cerro Verde y las islas terminen convertidos en "un gueto ambiental", si no encuentra quien lo visite. Y eso, asegura, tiene que ver —cómo no— con el karma del canal.

—Al área la vimos como una oportunidad de solucionar este problema. Todos nos ilusionamos.

Durante tres años de audiencias públicas con la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama), la población pidió que se incluyera al Andreoni dentro del área, para así asegurarse una solución, pero las autoridades se negaron. Dice Pereyra:

—Los expertos lo identificaron como la amenaza número uno. La explicación del impacto abarcaba tres hojas del plan de manejo, pero por orden de Dinama lo redujeron a un párrafo. Ellos tampoco se quieren hacer cargo, y pasan la pelota para el costado y para adelante.

La pelota siempre termina en los pies del Ministerio de Transporte y Obras Públicas, que está ejecutando, lentamente, el plan de regulación hídrica que se aprobó en 2002. Son cinco etapas y se concretó una. Según los vecinos, nada cambió. Desde ninguno de los dos ministerios se contestaron las consultas para este informe.

Para Pereyra, detrás de la demora hay un enfrentamiento antiguo:

—Los intereses del agro contra La Coronilla. Ellos hacen lo que quieren con el agua dentro de sus predios y no les importa el impacto en el mar. En esta lucha siempre perdemos 25 a 0.

Caudal feroz.

El canal Andreoni tiene 68 kilómetros de longitud y drena el agua de una superficie de 95.000 hectáreas. Después de la ampliación realizada en los 70 para favorecer el desarrollo de las arroceras y otros emprendimientos ganaderos, y con el descontrol hídrico en los establecimientos rurales, que construyen canales, represas y ponen muros para proteger su producción, el caudal se ensanchó a 65 metros y tiene 18 metros de profundidad, que en algunos sectores llegan a ser 26.

En 2016, durante un Consejo de Ministros, los vecinos advirtieron que la potencia del agua había hecho temblar el puente sobre la Ruta 9. Daniel Pastorino, empresario hotelero convertido en un experto en las políticas que rodean al Andreoni, dice que ya son tres los puentes que cambian. En julio de 2017 quedó listo el último. "Pero dejaron debajo una estructura vieja, cuyo hormigón provoca que el movimiento del agua ensanche más el caudal y de esta forma empeore la erosión de los muros que lo contienen, poniendo en peligro varias casas", explica. A una vecina a punto de ser arrasada, también en 2017, el gobierno le entregó una casa nueva. Por esa época, el ministro de Transporte Víctor Rossi les dijo a los pobladores que estaba decidido a restablecer la calidad de La Coronilla. Edgardo Méndez, presidente de la Junta Local, recuerda que también les dijo que "es muy difícil trabajar contra la naturaleza".

Y esa fue la última respuesta.

Desde la intendencia, el director de Ordenamiento Territorial, Antonio Graña, dice que la segunda etapa de la obra está en camino, pero que las grandes demoras se deben a que los privados han prohibido el ingreso a sus predios y esto ha lleva-do incluso a juicios para expropiar tierras. "Se van a construir diques y desagües para disminuir la cantidad de agua que llega a La Coronilla, derivando parte del cauce a la laguna Merín".

La ampliación del canal Andreoni arrastra mugre, agroquímicos y animales muertos a las playas. Foto: Fernando Ponzetto
Foto: Fernando Ponzetto

Pero los tiempos que necesita La Coronilla, para renacer y para no ahogarse, no son los del Estado.

En la calle Estrella de Mar esquina Laureles está a la venta la casa de la familia Gutiérrez. Piden US$ 45.000. No consiguen comprador porque a pocos metros están las garras del canal llevándose todo. En cinco años se comió dos metros y medio de su terreno, y va por más.

—Es un peligro. Acá va a ocurrir una desgracia —teme Darío.

Muertos en sus aguas ya hubo. No quieren más. Mientras esperan que las obras avancen, cada vez más vecinos dejan de medir la distancia de su hogar hasta el canal en metros: ahora cuentan los pasos.

Científicos llevan 35 años estudiando sus playas

Omar Defeo, investigador grado 5 de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos, comenzó a estudiar el impacto del canal Andreoni en las playas de La Coronilla en 1983. "Ahora todo sigue igual, no ha mejorado", dice. Junto a un equipo de biólogos, demostraron en varios artículos "inequívocamente" el impacto del canal en la fauna y en las condiciones físico-químicas del agua. Entre las alteraciones en la playa, comprobaron el incremento de su humectación y la erosión de las dunas. Además, constataron una disminución de la diversidad biológica con repercusiones en la pesca en pequeña escala, como la almeja amarilla, recurso icónico de La Coronilla. Acerca de la posibilidad de que el agua esté contaminada por los agroquímicos que traen las aguas de las arroceras, un estudio en conjunto con la Facultad de Química arrojó que no hay herbicidas en la playa, ya que se diluyen en la desembocadura. "El problema es cómo el acumulamiento de materiales nocivos genera un ambiente indeseable para la fauna y para el turismo. Estoy hablando acerca de un colapso social y ecológico", plantea.

Confiando en sus otras riquezas, construyen un barrio privado

Santa Ana del Mar es un desarrollo inmobiliario de capitales argentinos que desde hace cinco años está construyendo un barrio privado en la zona de Palmares de La Coronilla, a dos kilómetros del centro. Allí se mezcla el mar y el campo. El terreno —donde se realizó un trabajo de drenaje ya que es una zona de bañados— cuenta con 165 lotes, cada uno con un área de 2.500 metros cuadrados. Hasta ahora se hicieron dos casas, pero el emprendimiento ya tiene compradores uruguayos y argentinos, algún brasileño y se espera conquistar a paraguayos, cuenta Paula de Almeida, la representante local de Santa Ana. "Confiamos en que se va a solucionar el problema del canal. Pero además apreciamos la tranquilidad del lugar, que no esté saturado y los muchos atractivos que están alrededor".

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