En los hogares uruguayos la locura por los festejos llegaron con mínimos segundos de diferencia. Los que escucharon el partido por radio -todavía quedan- o los que lo que lo veían por la tele le avisaron a los que estaban prendidos al streaming que los gurises de la Sub 20 eran campeones del mundo. Jugados esos 11 minutos adicionales, y con el título de la FIFA asegurado, la noche del domingo 11 de junio pasó a ser parte de la historia de las hazañas celestes.
En las calles, lo que todos vimos. Caravana improvisada y autoconvocada por la Rambla de Montevideo, con la gente gritando el triunfo entre banderas uruguayas flameando y vuvuzelas que aún sobreviven. Concentración de personas que tomaron a pie la Avenida 18 de Julio a la altura de la explanada de la Intendencia de Montevideo. Muchos uruguayos por redes sociales compartieron el logro: videos, fotos y afiches de los campeones del mundo. Y también filmaciones de los festejos en La Plata y en Montevideo, junto a pedidos de feriado nacional para el lunes 12.
La euforia por la celeste, llevó a que muchos uruguayos cruzaran de apuro el charco, por tierra, por barco y hasta por aire. Todos querían ver en vivo y directo, sin ningún tipo de demora, la final ante la selección italiana, en el Estadio Único “Diego Armando Maradona”. ¿Pero por qué los uruguayos viven los triunfos futbolísticos con una pasión tan grande?
“Siempre hay una mirada, y es algo que se ha dado a lo largo del tiempo: somos un país chico y ganamos aún contra todo. Es la lógica de David contra Goliat”, dice el historiador Juan Carlos Luzuriaga, para empezar a explicar por qué el fanatismo es compartido por personas de distintas edades, géneros y clases sociales. Se generan creencias bajo la idea de “vamos contra todos, y todo”. Aunque “todo esté dispuesto para perder, ganamos”.
“Es como una fiebre del triunfo que nos empodera a todos”, dice Luzuriaga. El sociólogo Leonardo Mendiondo habla de la adrenalina colectiva que se gesta. “En las selecciones hay un espacio de felicidad único. Se puede decir que el Uruguay está de fiesta, se genera el efecto de que todos los que estamos ahí somos iguales, no si somos de derecha o de izquierda. Nos queremos todos. Sí. Nos abrazamos todos”, enfatiza Mendiondo.
El sociólogo patea la pelota unos metros más y dice que el fútbol tiene otra característica esencial a remarcar: “Es uno de los deportes más democráticos que hay en el mundo. Allí puede acceder cualquiera, el médico y el mecánico, están todos juntos y orientados hacia lo mismo”.
“El fútbol ayuda a vivir a la gente”
“Hay una recompensa inmediata, que nos da la satisfacción del triunfo, sin uno tener absolutamente nada que ver con estos chiquilines que salieron campeones. Cuando se fueron, quizás nadie los fue a ver, o cuando empezaron a practicar. Pero con los resultados la gente empieza a creer y se resucitan las gloriosas hazañas deportivas, si se hace todo como una gran melange con la que nos sentimos cómodos”, dice el sociólogo Mendiondo.
La unión en los festejos se da también en la euforia de los reclamos. Lo racional se borra, y por más repeticiones de jugadas que se muestran, se ve siempre todo con los lentes celestes. El historiador Luzuriaga dice que sería ingenuo creer “en una conspiración mundial contra Uruguay, lo que no quiere decir que no haya circunstancias puntuales, cuestionables. Porque si fuera así no llegaríamos a clasificar, o a pasar de serie”.
Las ciencias humanas y sociales ensayan respuestas, una y otra vez, como golero que practica penales con sus compañeros, pero muchas de las preguntas todavía no tienen respuesta. Luzuriaga dice que hay dos elementos que son indispensables para explicar la pasión por el fútbol de la selección: “Por un lado es un deporte que no necesita grandes habilidades para poder practicarse y por otro tampoco requiere de elementos más que de una pelota”, puntualiza el historiador.
Estas dos características traen como resultado que “todos” se sienten con el conocimiento necesario para opinar sobre cómo se arma el cuadro, si es mejor ir con línea de tres o de cuatro o de qué manera es mejor patear un penal, con fuerza o a colocar. “La gente siente que lo vivió, que son ellos. Porque muchos alguna vez jugaron, aunque haya sido solo de niños y manejan conocimientos básicos”, opina.
Entender la locura y el amor de los uruguayos por el fútbol no es tarea sencilla, el sociólogo Mendiondo afirma que hay fenómenos que los podemos explicar y otros que escapan a la lógica, y que por eso el hincha de la celeste “siente orgullo por lo que logran once muchachos en una cancha”.
-Entonces, ¿qué es lo que sí podemos explicar?
-Quizás podamos explicar los triunfos históricos que han tenido los uruguayos. No nos olvidemos que en el 50 una generación había muerto por consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, aunque de todas maneras Uruguay siguió en esa desventaja numérica. Se genera un nudo que no se explica. Cómo logramos tener tantos buenos jugadores, porque si miras desde el punto de vista estadístico entre Brasil y Argentina, caramba, hay millones de personas comparado con los tres millones y medio de Uruguay. Es realmente increíble. A eso agreguemos las características que tiene el fútbol uruguayo, no hay dinero, ni mercado para grandes desarrollos futbolísticos profesionales. Realmente tienen muy poca explicación, y sin lugar a duda ayuda a fortalecer el mito que se ha creado.
El fútbol es parte de la identidad uruguaya
En Uruguay los niños improvisan canchitas de fútbol en cualquiera lado. Puede ser un callejón o mismo una calle de un barrio tranquilo, un terreno abandonado, el fondo de la casa o el living de un apartamento. Los gurises y desde hace unas décadas también las gurisas, “nacen con una pelota abajo del brazo”, como dice el dicho popular. Según los datos históricos, desde 1905 ya esta realidad era común en Montevideo y después se fue expandiendo por los demás departamentos. Luzuriaga aclara que no hay que pensar en el fútbol profesional de hoy, sino en esa posibilidad de ponerse entre los vecinos a patear y simplemente correr detrás de una pelota.
Cuando Uruguay inició el proceso de modernización, se terminaron las grandes luchas de divisas entre blancos y colorados, y se comenzó a gestar la idea de Estado Nación, el fútbol estaba ahí. Para Luzuriaga este deporte fue un elemento clave para generar un sentimiento nacionalista, que uniera a todos: a los criollos y a los migrantes que recién llegaban.
El sicólogo Mendiondo coincide: “Los triunfos de 1924, 1928 y de 1930 contribuyeron a construir esa identidad nacional. En un momento a principios del siglo XX hay otros factores que se suman a nuestra identidad, como el tango y el carnaval, aunque estos dos eran esencialmente fenómenos muy urbanos y muy montevideanos”. Mientras que el fútbol ya a comienzos del siglo pasado era una realidad en todo el territorio y una muestra de identidad hacia afuera, de lo que es ser uruguayo.
Hay una particularidad que genera este deporte, en opinión de Mendiondo. “Es lo único que nos puede dejar en la tapa de los diarios de cualquier parte del mundo. El fútbol nos lleva a planos como ninguna otra actividad”.
Para este sociólogo apasionado y estudioso de este deporte lo que pasa en la cultura uruguaya es que el fútbol, con sus sucesos reales y algunos imaginados, forman parte de la mitología del país. “El fútbol ayuda a vivir. Tiene una capacidad maravillosa porque nos da la ocasión de felicidad, y esa ocasión de felicidad se rearticula con hechos como los de la Sub 20. Lo que nos pasó con ese triunfo fue volver a reencontrarnos con esa mitología futbolística que tenemos desde el comienzo del siglo pasado”, expresa Mendiondo.
El fútbol es de todo y de todos. Es una forma de marcar en el imaginario colectivo quiénes son los uruguayos. “La gente se apropia del fútbol y sus narrativas. Es una forma de expresar nuestro carácter nacional y las cualidades que supuestamente tenemos: la garra, el tesón, el trabajo. Que en realidad no sabemos si coinciden con lo que pasa en lo cotidiano”, opina Mendiondo.
El sociólogo Rafael Bayce, Grado 5 de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, coincide con estas ideas sobre la identidad, y avanza unos metros más con esta misma pelota. “Uruguay se vuelve conocido como país futbolístico y adquiere una identidad futbolística. Creó identidad en el mundo. Es decir, si una persona dice, bueno: ¿qué es un uruguayo? Un uruguayo es un buen futbolista”. El fútbol se vuelve un marcador de identidad. “La persona una vez que construyó su identidad sobre eso la afirma, en lugar de intentar buscar otra, y se vuelve obsesivamente dependiente de eso que lo hizo reconocido. Entonces necesita del triunfo futbolístico, porque tiene miedo de no adquirir prestigio por intermedio de otras actividades y sí cree que es más fácil repetir el triunfo, porque eso ya pasó”, explica.
“Me dejaste en orsai”: el poder de las metáforas futboleras
Tan metido está el fútbol en la vida cotidiana de los uruguayos que se usa en la forma que tenemos de hablar. Hay palabras, frases y metáforas. Para la licenciada en Lingüística y docente del Instituto de Lingüística de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, Magdalena Coll, “el uso más común es el metafórico, que está tan incorporado que la gente ni se da cuenta que es una metáfora, y por eso también funciona”. ¿Cuáles son las metáforas que se usan a diario en contextos que nada tienen que ver con lo futbolístico? “Por ejemplo ‘me dejaste en orsai’. A nadie se le ocurre preguntar qué quiere decir, ya lo sabemos”, afirma Coll. Aunque cree que esto puede ser un uso que se de en todo el Río de la Plata, y no sólo en Uruguay.
Quizás otras de las más comunes son “la tiró pa’l córner”, “jugá conmigo” o “te comiste el amague”. Son muchas estas metáforas, hasta para las relaciones sexoafectivas hay una: “No me da pelota” o “estoy jugando en los descuentos”. La lingüista asegura que el uso metafórico se da en todas las clases sociales, porque el fútbol es una disciplina que atraviesa a todos. Aunque hay diferencias según el contexto en el que las personas se encuentran. Para Coll, el punto interesante a destacar es que el fútbol forma parte de nuestra identidad y por eso frases y palabras son apropiadas por los hablantes, “para demostrar con sus interlocutores que son parte de una misma comunidad lingüística”.
Hay expresiones que usadas en determinado contexto no son aceptadas por las personas. “Es esperable que digas: Uruguay noma’, y no Uruguay nomás. En este caso la expresión que se usa es la primera, es la que tiene prestigio”. En este tema ingresan los purismos en el uso de la lengua, si bien desde las teorías sociolingüísticas hace décadas que no se considera que hay formas correctas o incorrectas de hablar, esta idea no se traslada a todos los hablantes.
Otro elemento es la cantidad de palabras que usamos del inglés: “Claro que es un deporte que nació en Inglaterra, pero sería interesante preguntarse por qué decimos córner y no saque de esquina”.
Todos somos parte del cuadro
Cuando juega Uruguay corren 3 millones / corren las agujas, corre el corazón. Es lo que dice la voz de Jaime Roos en uno de sus temas que ya son clásicos del cancionero popular uruguayo. Este fenómeno, el de sentirse uno más parado en la cancha pronto para cabecear en el área o para frenar el ataque de un delantero rival; aunque en realidad se esté acostado sobre un sillón y nunca se haya corrido detrás de una pelota, tiene una explicación para la sociología: “Es apropiación individual de las actividades colectivas, sucede en todos los países y en todas las épocas”, explica Bayce.
Pasa más en los triunfos, pero también en las derrotas. “Cuando se produce un fenómeno que es considerado positivo ahí las personas se apropian del triunfo. Aunque absolutamente nada tengan que ver con la actividad que lo consiguió. Es incorporar una actividad producida por otros, como actividad propia y producida individualmente”. Y es así que salen a los gritos las palabras en plural: “Ganamos, les ganamos, somos campeones”. Este fenómeno construye ciudadanía y comunidad, afirma Bayce.
El psicólogo social Juan Fernández Romar, docente de la Universidad de la República, va en la misma línea y dice que está muy estudiado que “los eventos deportivos generan cohesión social”. Así, “promueven la interacción y refuerzan los lazos sociales”. Esto funciona desde la época de la Grecia antigua, pero si vamos a lo que pasa con las sociedades tan fraccionadas y con grietas como las de hoy, el fútbol quizás no las borra por completo, pero sí las atenúa, en opinión de Fernández Romar.
Nuestro medallero olímpico tiene oro solo en fútbol, tampoco nos destacamos con el mismo nivel en otros deportes. Por eso es más sencillo sentirse parte de los logros futbolísticos, que de otros triunfos que tengamos como país, o uruguayos de forma aislada. Esto se podría resumir en tres razones. Por un lado los triunfos futbolísticos generan repercusión grande en el resto del mundo, “el uruguayo gana prestigio social”, dice Bayce. Pero no pasa lo mismo cuando un arquitecto prestigioso uruguayo alcanza un logro relevante, o cuando una escuela del interior del país es premiada.
“Hay un grado de práctica mayor de fútbol, las personas saben de fútbol. Entonces el triunfo futbolístico es comprendido por todos”. Y la tercera razón, según explica el sociólogo, es que el fútbol “se volvió un identificador identitario nacional desde hace muchos años”.
Las frustraciones y el gol
La cancha de fútbol 11 que vemos por la tele desde todos los ángulos, ese partido que de parado miramos en una tribuna, la radio a todo lo que da, y todos las formas que las personas eligen para formar parte del show del fútbol, son un escape que tenemos a la rutina diaria.
El sociólogo Mendiondo dice que “nos sentimos muy cómodos con el fútbol, porque en la vida cotidiana es muy difícil experimentar esas alegrías tan intensas”. Es decir, “todos tenemos frustraciones, de pronto laborales o familiares. Mucha gente se va del país, siempre hay problemas. Todo el mundo sabe lo que es vivir, pero también sabemos lo que es el fútbol”.
Para este sociólogo, “en el fútbol encontramos un pequeño gran espacio donde nosotros podemos dar rienda suelta a nuestros sentimientos más profundos. Es extraordinariamente importante para la gente, porque necesita de esas alegrías para seguir llevando adelante su vida”.
Fernández Romar avanza por la misma línea, y dice que se genera un espacio habilitado para descargar emociones. “El fútbol es muy loco, mucha gente lo ve como una descarga de tensiones, y en cierta forma lo es. Pero también es una máquina de generar tensiones”.
Nadie puede ver con tranquilidad un partido de la celeste, más si es con amigos o en familia, el grupo potencia la pasión. Las personas gritan hasta las jugadas más insólitas, esas que nunca llegarán a gol o a tarjeta. Y las emociones se potencian cuando la pelota rueda cerca de una de las áreas. “Está la posibilidad de la sublimación y la catarsis emocional. Es una descarga de energía psíquica reprimida, y esa catarsis es beneficiosa para aliviar tensiones”, explica el psicólogo.
El sociólogo Mendiondo se desmarca solo por la punta para poner al fútbol en su lugar: “Cuando llega el gol nos liberamos, es un momento, es un instante donde nos sentimos en total plenitud, para luego después volver otra vez a luchar en la cancha, a pelear”. Parafraseando a Eduardo Galeano, Mendiondo define: “El gol es el orgasmo del fútbol”.
Los festejos por Sudáfrica 2010
Uruguay fue el último país de América Latina en asegurar su lugar en el Mundial de Sudáfrica 2010, pero fue el último también en irse. Sin estar entre las selecciones favoritas, con los vecinos Argentina y Brasil fuera, logró llegar a la semifinales y terminó cuarto. Se escribió historia, y la celeste alcanzó la mejor participación mundialista desde 1970:
40 años sin grandes victorias generaron un cambio enorme en el comportamiento de los hinchas y hasta de los propios jugadores. “Algo que quizás en otra época no se hubiese festejado”, dice el sociólogo Rafael Bayce al hacer referencia a la euforia celeste de 2010. “De hecho en el Mundial de 1954 en Suiza pasó, fue considerado una vergüenza, algunos jugadores se negaron a jugar por el tercer puesto, porque consideraban que era un deshonor. Y que Uruguay tenía que jugar por el título mundial, o nada”. La gran victoria en Brasil era muy reciente, y solo se esperaban nuevos “Maracanazos”.
Esta situación se repitió con el Mundial de México en 1970, nadie salió a las calle a festejar el cuarto lugar ni se dio una bienvenida a los jugadores, como pasó en 2010 cuando Uruguay quedó paralizado. Sólo importaba la celeste. Ver los partidos no era una opción, salvo para algún cabulero que los escuchaba, todo se detenía a la hora de los encuentros. Se dieron concentraciones masivas cuando el equipo llegó al Aeropuerto de Carrasco. Hasta las actividades públicas fueron suspendidas para que toda la población pudiera recibir a los jugadores.
El festejo en la calles fue a lo grande. Los jugadores recibieron un homenaje en el Palacio Legislativo encabezado por el entonces presidente José Mujica. Eran miles de uruguayos orgullosos de sus “héroes”, de los jugadores y también del equipo técnico encabezado por el “Maestro” Óscar Washington Tabárez. La selección volvió con el Balón de Oro para Diego Forlán, y la eventual rabia de muchos por no haber llegado a ser campeones en 2010 no opacó los festejos.
El sociólogo Bayce afirma que cuando el pueblo uruguayo vuelve a festejar es porque hace mucho tiempo que no ganaba nada. “La gente ya no está tan acostumbrada y se comienzan a festejar otras ubicaciones. Las nuevas generaciones quieren vivir ese momento y no quedarse solo con las historias”.