El periodista argentino Daniel Hadad se siente uruguayo, habla del poder de la masonería y el futuro de Milei

Su madre nació en la ciudad uruguaya de Libertad. Y, aunque vive buena parte del año en Estados Unidos, es uno de los principales empresarios periodísticos de Argentina. Aquí, una charla con El País.

Daniel Hadad.
Daniel Hadad, empresario y periodista argentino.
Foto: Infobae.

En Buenos Aires
Daniel Hadad está esperándome en la puerta de su despacho, cuando salgo del ascensor, en el edificio de la calle Humboldt, Palermo medular, donde funcionan las oficinas de Infobae. Por un ventanal que mira a Buenos Aires se llena el sitio de luz. Estoy frente a uno de los grandes hacedores de medios de la Argentina. Alguien que ha sabido olfatear a la masas y entregarles comunicación. Un hombre que se sienta en la mesa histórica donde tienen su silla sujetos como Héctor Ricardo García, Jacobo Timerman, Constancio Vigil, Roberto Noble o Alejandro Romay. Nos sentamos. Abro el grabador, aviso que lo abro y la charla empieza a rodar.

—Cada vez que terminamos de conversar una nota, mi editor en Montevideo me dice: qué país. Tantas veces la Argentina asume esa condición de espectacularidad, algo que provoca estupor. Si tuvieras que explicarle la Argentina al Uruguay, ¿por dónde empezarías?

A ver. La Argentina es un país que tuvo una noche muy negra, entre el 76 y el 83, que de alguna manera la marcó a fuego. Que, a su vez, esa noche tuvo impacto sobre la región. Y entonces quedó algo en claro: no hay lugar para aventuras por fuera del sistema democrático. Ese es el punto de partida de cualquier explicación contemporánea.

—Bien, primer punto.

Después, la Argentina tuvo algunos años de una economía abierta, en la década del 90, con todo lo bueno y con todo lo malo que eso implica. Ese experimento no terminó bien. No ocurrió durante los noventa, pero sí inmediatamente después, en los dos años que siguieron al gobierno de (Carlos) Menem. Y, ahora sí, durante el gobierno de (Fernando) De la Rúa. La implosión del país en 2001 dejó un resabio de temor en mucha gente, entonces cuando alguien habla de economía de mercado o apertura económica, ese temor se activa como un reflejo.

—¿Menem dejó las condiciones para el estallido del 2001 y De la Rúa no supo ni revertirlas ni encontrar un punto de salida? El 2001, ¿fue de Menem, fue de De la Rúa, fue de los dos?

—Bueno, Menem se fue con una sociedad medianamente funcionando y era un época en que, con el peronismo en contra, te podía terminar con el gobierno, cosa que hoy ya no pasa. No fue un gran gobierno, el de De la Rúa, pero no merecía ese final.

Vos sabés que hay una línea del ex presidente uruguayo, Julio María Sanguinetti, que dice: Uruguay es una república, Argentina es una nación. En la napa de la coyuntura política, en la constitución nacional argentina, en esa hoguera de las pasiones, en esa incandescencia perpetua que la Argentina manifiesta, ¿encontrás una explicación también?

—Creo que tiene que ver con nuestros orígenes. Creo que la inmigración italiana anarquista marcó a la Argentina. No conocía Nápoles, hasta hace unos cuatro.

—¿Y que Argentina encontraste ahí en Napoles?

Encontré el reflejo de lo que somos: una ciudad caótica y divina. Está llena de encanto, pero también de gente que grita, protesta, sale a la calle. La Argentina es así. No somos nórdicos y no lo vamos a ser nunca. Está en nuestra genética que los problemas se magnifican.

—¿Eso nos diferencia del Uruguay de qué manera?

Bueno, ellos fueron capaces de construir un sistema de partidos sólido, fuerte. Y en cambio lo único que nosotros pudimos sostener a lo largo del tiempo, sin tener una explicación fácil para alguien que no es argentino, es lo que se llamó el peronismo.

Daniel Hadad en los Premios Iris.
Daniel Hadad.

—¿Cómo definís al peronismo?

—Es muy difícil de explicar. Gran parte de la población argentina se siente peronista. O antiperonista, que es otra forma de vincularse también con el peronismo.

—Haciendo un corte brusco ¿dirías que somos más italianos que españoles y los uruguayos, más españoles que italianos?

—La sociedad uruguaya me hace acordar más a una sociedad británica antes que latina. Por ejemplo, la masonería en Uruguay es de una potencia solamente comparable con la masonería inglesa y luego, solamente la norteamericana.

—Ah, de alta gama.

—Sí, y además en todos lados: en el Poder Ejecutivo, Judicial y Legislativo. En las Fuerzas Armadas. Y muchos de los acuerdos que hace la sociedad uruguaya, que le permite ser muy civilizada, tiene que ver con la gran influencia que tiene la masonería en esa sociedad. En Argentina no pasa eso.

Le hice esta pregunta a Enrique Piñeyro y me dijo que ojalá nunca hubiera ocurrido. El gol que Diego Maradona le hizo a los ingleses con la mano ¿está bien?

Bueno, ehhhh… yo lo disfruté, lo que no significa que esté bien. A mí me dio mucha alegría y yo creo que si le hubiera pasado algo así al Uruguay, hubieran sentido lo mismo. Ahí sí nos parecemos. En el fútbol, nos parecemos. Tenemos la misma irracionalidad. En el fútbol se rompen un montón de reglas que naturalmente deberíamos respetar. Ahí somos gente parecida. Después, en otros aspectos, el uruguayo es un tipo mucho más civilizado que el argentino.

¿Civilizado?

Sí, civilizado.

Entonces nosotros seríamos los bárbaros. Digo, Sarmiento, civilización o barbarie. Viste cómo están puestas las cosas desde el siglo XIX.

La civilización uruguaya queda demostrada en su clase política desde el momento en que en el sepelio de una jefe de Estado o de un Papa, ellos pueden enviar tres o cuatro presidentes. Nosotros no podemos mandar ni dos.

—No, claro.

Por eso, ¿cómo le explico la Argentina a un uruguayo? Nosotros no tenemos la salud de sus estructuras políticas y sus sistemas de partidos. Hasta el Frente Amplio, que es en términos históricos una expresión relativamente nueva, tiene sus reglas.

—¿Qué cosa sí le valorás la Argentina frente al Uruguay?

Bueno, yo también soy uruguayo. Tengo pasaporte uruguayo. Y no quiero confrontarlos.

Entiendo, pero la pregunta no busca la colisión o las competencias. En todo caso, revisar un poco la idea de quiénes somos cada uno.

No sé si hoy, pero durante muchos años la Argentina tuvo un desarrollo científico muy interesante para lo que es América Latina. Hoy eso parece un poco abandonado. La educación pública argentina fue muy buena durante muchísimo años.

¿Sos uruguayo desde cuándo?

Yo tenía muy buena relación con el presidente (Jorge) Batlle.

—Sí, su frase “los argentinos son todos ladrones, del primero al último” quedó grabada en la historia.

Sí, yo hacía televisión en esa época y fue fuerte. Del primero al último, ja. Batlle vino a mi casa en Punta del Este, después de haber sido presidente. Me dijo: “Usted es uruguayo. Por acá rige Ius sanguinis”. Un hombre cultísimo.

Ius sanguinis es el derecho de sangre a la nacionalidad.

Mi mamá era uruguaya.

Mirá. ¿De dónde?

De Libertad. Yo empecé a ir a Montevideo a los 45 días.

¿Vos naciste en?

En la capital federal.

¿Y creciste en?

—Entre Flores y Floresta.

Ah, de barrio. ¿Y tu mamá conoció a tu papá en Argentina?

Mi abuelo materno, de los nueve hijos que tuvo, cinco nacieron en Uruguay. Perdón, seis.

—¿Dónde creció tu mamá?

Hizo la escuela primaria en Libertad.

¡Ah, pará, sos muy uruguayo!

Yo al Uruguay lo siento mi país. Desde hace cinco años vivo en los Estados Unidos, pero en realidad cada vez más creo en la perspectiva de ser ciudadano del mundo. El concepto de nación es algo relativamente nuevo, en la humanidad, ¿no?

¿Cómo te llevás con ese concepto?

Bien, en la medida en que no le quita civilización a las sociedades. La nación debería ser algo menos trágico, menos dramático. Debería ser como elegir un equipo de fútbol o a tu escritor favorito. Por eso me parecía bien lo que hacía Uruguay con su arquitectura impositiva, tentando al empresariado argentino, atrayéndolo hacia sus tierras. Un país con las mejores pampas, las mejores playas, seguridad jurídica y evolución legislativa. Uruguay es un país modelo para la región.

Volvamos un poquito a tu infancia.

Todos los eneros en el comienzo de mi vida son uruguayos.

Así como hay tantas argentinas dentro de la Argentina, también hay muchos uruguays dentro del Uruguay. No es lo mismo Tacuarembó que Montevideo que Punta del Este. ¿Cuál es tu Uruguay?

Nooo, yo soy de Maldonado.

La elección del domingo y el triunfo de Milei

Nadie esperaba que La Libertad Avanza, el sello del presidente Javier Milei, obtuviera más de 40 puntos, 10 por encima del peronismo, en las últimas elecciones legislativas nacionales, las que nutren de bancas nuestras honorables cámaras de diputados y senadores. Fue un verdadero batacazo. El discurso del Milei, sin embargo, la noche del domingo, que finalmente era el discurso del gran triunfador, no tuvo la arrogancia, la furia, el estrépito de otras victorias. El presidente dejó de hablar de kirchnerismo para hablar de populismo. Y por primera vez, se lo escuchó bendecir seriamente la idea de producir consensos con otras fuerzas políticas.

—¿Qué pasó el domingo pasado?

—A mí me da la sensación de que no se votó ideológicamente, pero sí se votó… el otro día escuché a una analista que dijo que entre lo conocido del pasado y entre la incertidumbre del futuro, la gente volvió a elegir la incertidumbre del futuro.

Volvió…

—Sí, como si hubiera repetido un tipo de voto, una decisión. Como diciéndole algo muy claro, al presidente.

Casa Rosada, Argentina
Fachada de la Casa Rosada, en Buenos Aires, Argentina.
Foto: Archivo El País

¿Qué le dijo la sociedad argentina a Javier Milei?

Te doy una segunda oportunidad. Por favor, aprovechala.

—Claro, no la vuelvas a joder.

Y si querés, el mensaje más directo es: tratá de hacer una coalición, buscá consensos, buscá aliados.

Está claro que las tres grandes reformas argentinas hace rato que están esperando con la mano levantada que alguien se haga cargo de ellas. La reforma laboral, la previsional y la impositiva. La pregunta del millón es cómo deben hacerse.

—Eso se responde con democracia. Debatiendo, discutiendo, cruzando ideas y perspectivas. Así deberían hacerse. Con respeto.

¿Qué ves en Karina Milei?

A Milei mismo. Es su columna vertebral, más emocional que intelectual, porque el intelectual es él.

El presidente de Argentina, Javier Milei, saluda a sus partidarios al llegar a la sede del partido gobernante, La Libertad Avanza.
El presidente de Argentina, Javier Milei, saluda a sus partidarios en la sede de La Libertad Avanza.
Foto: AFP

¿Qué ves en el periodismo uruguayo?

Bueno, leo El País, leo El Observador, estoy atento.

Y así como ves diferencias en nuestros países, ¿ves diferencias en nuestros periodismos? El verano pasado yo estaba con amigos en una pizzería del Parque Rodó y alguien dijo: acá no sabemos qué votan los periodistas.

—En el periodismo argentino hay demasiada opinión.

—A eso iba. El editorial siempre fue una zona lateral del enunciado periodístico. Siempre existió: La Nación ha tenido toda la vida su página editorial y Pagina/12, su contratapa. Pero ahora la opinión del periodista, se llame Feinmann o se llame Brancatelli, ha pasado a ocupar el centro, el corazón, del enunciado periodístico desplazando de ese lugar a la información, a la que debería corresponderle ese lugar central.

—Absolutamente.

—¿Es un flagelo?

—Sí, pero ocurre en todo el mundo. Y los periodistas nos debemos ese debate. Las redes, además, han polarizado a la sociedad. Y si sos libertario el algoritmo te va a ofrecer más libertarios, y si te gusta Carolina Cosse, entonces solo vas a estar recibiendo contenidos de Carolina Cosse.

—¿Y qué hacemos?

—Primero, comprender que la gente no buscar informarse, busca confirmarse.

—Interesante.

—Sabés que Infobae tiene una buena relación con The Washington Post. Y entonces me tocó conocer a Martin Baron, quizá el mejor editor de diarios que tuvo Estados Unidos en los cincuenta años. Editó el Miami Herald, el Boston Globe, el Post, tres Pulitzer ganados, en fin. En una cena, no hace mucho, le pregunté por qué se había retirado del periodismo. Me dijo que no quería traerle problemas a su empresa con el gobierno de Donald Trump, y que además él se había dado cuenta de esto que te digo, porque fue él quien me lo dijo: a la gente no le interesa informarse, le interesa confirmarse. Lo que hoy quieren las audiencias es tener razón. Y consumen el periodismo que se las da.

—¿Y entonces cuál es nuestro lugar como periodistas en este desastre, Daniel?

—No sé si a la gente le interesa ese debate. Es interno, y te repito: hay que dárnoslo.

—Porque también hay curvas. Vos de hecho hiciste la tuya.

—¿A qué te referís?

—A que uno se mueve de sus lugares con el tiempo. Jorge Bergoglio, recuerdo, firmó una carta contra la ley de matrimonio igualitario en pleno debate de aquella ley y el Papa Francisco, tiempo después, dijo: ¿quién soy yo para juzgar?

—Es verdad.

—Vos hiciste Radio 10, que estaba posicionada con mucha contundencia en un discurso de derechas, con una planta de periodistas que incluía a Eduardo Feinmann, Lito Pintos, Baby Etchecopar, el Negro Oro, es decir, con pocos matices entre ellos, llenaste los taxis de Buenos Aires con ese enunciado y hoy hacés Infobae, donde conviven las notas de Claudia Peiró, antifeminista declarada, con las de Luciana Peker o Julieta Roffo, dos pañuelos verdes declaradas también.

—Yo hoy no haría la Radio 10 que hice en aquel momento.

—Apa, qué título.

—No, no la haría. Si a eso te refería con mi curva, está bien.

—¿Qué te hizo cambiar? 

—Mis hijos. Los hijos son una escuela.

—¿Se ve que ellos fueron la tuya?

—Sí y se los agradezco tanto.

La libido: final de la charla con Hadad

Apago el grabador, y aviso que lo apago. Cuando en una entrevista el grabador se apaga algo cambia en el aire, en los semblantes. El grabador es también una presencia, como la de un sujeto más. En toda entrevista de dos personas hay tres sujetos: el entrevistado, el entrevistador, y esa maquinita que está dejando registrado lo que se dicen. Para cualquier periodista, es el momento de aprovechar y meter una pregunta más. En general, se trata de algo más íntimo, como en un borde de la charla, un borde que no tendrá memoria, pero que igual existe.

Daniel Hadad y yo estamos de pie mientras alguien nos saca unas fotos, nos miramos y entonces aprovecho a preguntarle:

—¿Qué edad tenés, Daniel?

—Sesenta y cuatro años.

—Okay, a los 64, con la realización que has obtenido, la prosperidad económica que has obtenido, decime… ¿qué sigue tirando de vos?

—¿Te referís a la libido? ¿De dónde la saco?

—Exacto.

—Abrimos en México. También abrimos en España. Cada vez que abro una nueva oficina de Infobae siento algo por dentro que no sé muy bien cómo explicar, pero que todavía me hace ir para delante.

—Ah, el boliche. Como un hijo más.

—Tiene algo de eso, tal vez. Y como te dije antes: los hijos son una escuela.

PRESIDENTE

El principio de una aparente transformación de Milei

Como si hubiera tomado nota de los tropiezos que en este último año y medio no pudo evitar, como si hubiera sintonizado mejor la voz del padrón que volvió a confiar en él, el Javier Milei que vimos el domingo pasado a la noche, cuando fue confirmada su contundente victoria en todo el territorio argentino, no se pareció al que conocíamos.

Escucharlo hablar en vez de rugir fue una novedad. Y en su paquete de gestos también se dejó leer el principio de una transformación. Uno: antes de comenzar su discurso, su militancia cantó “saquen al pingüino del cajón”, pero esta vez él no la cantó con ellos. El Pingüino es Néstor Kirchner, muerto en 2010. Dos: cuando tomó la palabra no dijo “hola a todos…”, fórmula para que el resto escuche sin que él lo diga: “...yo soy el león”. Tres: le agradeció por la elección a “todos” los argentinos. Estábamos acostumbrados a escucharlo hacer un corte entre los argentinos de bien (quienes lo votaban) y, por contraste, se dejaba suponer que quien no, bueno, tan de bien no eran. “Todos los argentinos”, dijo, “a los que nos acompañaron y a los que no nos acompañaron también, porque la Argentina grande es para todos”. Eso fue realmente una diferencia notoria de su narrativa. De golpe ya no hay zurdos de mierda o, si los hay, su gobierno es inclusivo con ellos. Cuatro: al eslogan “kirchnerismo nunca más” lo transformó en “populismo” nunca más. Es una diferencia. Suena de otra manera. Y finalmente, dijo “consensos”. Que iba a buscar “consensos”. No era, hasta hoy, una palabra de su diccionario.

En definitiva, anunció a otro Milei. La historia nos dirá si el anuncio se concreta. (A.S.)

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