En Buenos Aires y La Rioja
Nadie vuelve desde la nada. Nadie regresa desde ningún lugar. Cuando la silueta de una figura histórica es restituida, ya sea para celebrarla o para volverla a enterrar, es porque quedaban asuntos por discutir alrededor de ella. Se ve que la sociedad argentina no había agotado la revisión de sus años noventa. Se ve que la sociedad argentina no había terminado la conversación acerca de Carlos Saúl Menem.
Fue tremendamente popular. Fue tremendamente impopular. Murió en febrero de 2021, con 90 años. Y hoy, en este redefinido presente nacional, el gobierno de Javier Milei ha decidido referenciarse en él.
Cuadros, bustos, monolitos, homenajes. Han abundado y es altamente probable que sigan abundando las manifestaciones de gestualidad vindicativa. Pero esta enumeración podría ser simplemente evocadora, incluso cuando estas acciones cuentan con la presencia de Zulemita, hija del expresidente argentino y principal figura tutelar de la marca Menem. Ahora bien, resulta que en octubre de 2024 una línea interna de La Libertad Avanza fundó y presentó en sociedad La Carlos Menem, una agrupación que ya no solo rinde tributo simbólico sino que busca darle volumen político y despliegue territorial a la militancia libertaria. Memoria y militancia física no son la misma cosa.
Hay más: tres apellidos Menem integran el gobierno argentino, y lo hacen cada uno en un vértice crucial: Martín Menem, sobrino de Carlos Saúl, es el presidente de la Cámara de Diputados. Eduardo Lule Menem, sobrino segundo de Carlos Saúl, es la mano derecha de Karina Milei, la todopoderosa titular de la Secretaría de la Presidencia. Y Sharif Menem, con solo 23 años, fue elegido por la misma Karina para liderar la juventud nacional de La Libertad Avanza. Es decir: hay una tradición, hay una familia, hay un apellido y hay la fuerza de un patronímico traccionando política en las entrañas de la orquestación de gobierno y dándole soporte a lo que hemos empezado a llamar “El Karinato”.
Hay mucho más: en 40 años de democracia recuperada tenemos pocos, poquísimos, momentos de bienestar económico. Desde el punto de vista de los números duros, números estadísticos, números sin discusión, el gobierno de Néstor Kirchner, que contó con un boom internacional de los commodities, pudo presentar durante su gestión el mejor salario real de América Latina. Y el gobierno de Carlos Menem, que comenzó el mismo año en que cayó el muro de Berlín y todo giraba hacia el libremercado, pudo entregarle a este país el milagro de la inflación cero.
Si el peronismo es el hecho maldito del país burgués, la inflación es el hecho traumático de todas las argentinas juntas. El 3.079% por ciento del año 1989 fue algo más que un índice récord para la sociedad argentina. Se trató, más bien, de un acontecimiento predador de la vida en comunidad, una alteración sísmica del orden social y una contusión brutal sobre el cuerpo civil organizado. Los países lidian contra —y en esa lidia aprender a vivir con— la memoria de sus guerras, la de sus catástrofes naturales, la cicatriz de un atentado, un magnicidio, el terrorismo de Estado, sus contiendas civiles. La Argentina, que lleva encima alguna de esas heridas, aprendió a vivir en estado permanente de inflación desbocada. Cuando un gobierno doma el índice de precios al consumidor, cuando un gobierno aplaca ese número, hay un efecto inmediato: ese gobierno gana sus siguientes elecciones y quien lo lidera se hace un lugar en la Historia.
Pero Carlos Menem produjo algo más que un primer reparo económico. Queriéndolo o no, su gobierno consolidó una era, una época, una parcela de tiempo recortada sobre la piel común del argentino. Dicen los politólogos Martín Rodríguez y Pablo Touzon, compiladores de ¿Qué hacemos con Menem? (Editorial Siglo XXI) que “los noventa fue la última década que tuvo relato de sí misma, la última década capaz de la autoconciencia. Menem supo administrar un país que siempre soñó en dólares”.
La década bailada
Escribir sobre los años noventa en la Argentina es, de alguna manera, para la generación a la que pertenezco, escribir sobre quiénes fuimos. Visto como una etapa histórica de la cultura y la sociedad, la década del 90 duró exactos doce años. Terminó en diciembre del 2001 con la implosión de la economía y empezó el 20 de diciembre de 1989, día en el que el presidente Carlos Menem firmó los decretos de adjudicación de LS 85 TV Canal 13 al grupo Clarín; y de LS 84 TV Canal 11, a Televisión Federal, Telefé. La desaparición del Estado de las gerencias de programación anunciaba la desaparición del Estado del resto de la gestión pública: la tele advirtiendo la Era, funcionando como el trailer de lo que nos tocaría vivir.
Si las audiencias proyectan sobre sus pantallas no lo que son sino la forma en la que quieren verse, la televisión argentina de los 90 explica con mucha facilidad a este Menem que vuelve. De movida, el acto privatizador de una señal de TV proponía una nueva dinámica: los mismos adolescentes estancos que le contestaban quietitos y de pie preguntas a Silvio Soldán en Feliz Domingo para la Juventud durante los 80, ahora se corrían por los estudios de Telefe tirándose baldes de leche fresca alentados por la Cris Morena de Jugate Conmigo. El cuerpo en acción. El cuerpo en movimiento. Como se mueve el cuerpo en una fiesta, o en su víspera. Videomatch, el programa insignia de la época, fue un cuerpo nuevo que asomó en perfecta simetría con el cuerpo nuevo de la súbita, inesperada Argentina liberal.
La naciente televisión de Marcelo Tinelli funcionó en perfecto encastre con el arranque de un nuevo período social: fueron, televisión y paradigma político, dos novedades sinérgicas, una mutua construcción. La tapa de Clarín del día en que Videomatch salió al aire por primera vez tiene un título principal: Establecen en URSS la propiedad privada de la tierra. Adentro, en página 3, un textual del presidente Menem dice: “Ellos (por los empresarios) reclamaron libertad de precios, libertad de mercado y libertad de sueldos y ahora los tienen”. Es Clarín del 1° de marzo de 1990. La Argentina, como el resto del mundo, pasaba de pantalla.
La perspectiva del cuerpo en relación con el imperativo de mercado produjo mutaciones fascinantes: de golpe el sujeto económicamente activo, el trabajador, ya no tenía un cuerpo, sino un recurso humano, y cada uno se había vuelto el CEO de sí mismo. La industria de la estética, sintomáticamente, perforó todos sus techos de actividad clínica. Había que ponerse tetas, culo, había que mostrarle al de al lado que uno tenía cuerpo con el que competir. El cuerpo como recurso y como plataforma para la emisión de señales que constaten la salud competitiva. En 1990, el cuerpo era el mensaje.
El peronismo, con su inmensurable gravitación política, es quien le reescribe estas nuevas coordenadas culturales a la Argentina y convierte dos gobiernos sucesivos en Era: resulta un maravilloso chiste de la historia que el Alto Palermo Shopping haya sido inaugurado el 17 de octubre de 1990, el día de la lealtad fashonista.
Toda fiesta tiene su clímax, su mejor momento, el rato donde salen todos a la pista y el dj quema sus mejores cartuchos. Dura un rato, esa instancia. Tiene un largo. Y al día siguiente será recordada como la fiesta entera. En el mejor momento de una fiesta todos se autocelebran de estar ahí, y el futuro pierde su condición de amenaza. No hay como la fuerza del consenso para ser arrastrado o para dejarse arrastrar. En los primeros noventas, la mayoría creyó que la Argentina de la paridad cambiaria y la consigna liberal iba a ser una fiesta para siempre. Y qué tal si salimos todos a bailar.
No está ni bien ni mal que un presidente pise una Ferrari contra toda norma de seguridad vial, ni que saque chapa de rocker invitando a los Rolling Stones a la Quinta de Olivos, o cediéndole el balcón de Casa Rosada a Madonna para que haga su Evita. Es decir, está bien si la economía funciona. Y está mal si la economía no funciona. ¿Saben cuándo un presidente tiene razón? Cuando no hay inflación y explota el consumo interno. Ahí tiene razón, no importa lo que diga.
Acá, en La Rioja
Vine a Anillaco enviado por la revista Orsai a buscar el fantasma de Carlos Menem, pero acá el único fantasma que queda es la resaca de los años noventa. Tres mil habitantes distribuidos como si alguien los hubiera estornudado sobre el desierto del noroeste argentino viviendo sus vidas en la más inagotable calma chicha y apenas apareciendo por las callecitas de esto que no es un pueblo, es un paraje o un caserío, con un centro que tampoco es un centro, apenas una mota de pasto en forma de pequeña rotonda con una Virgen de Fátima encumbrada en el centro. ¿Cómo una figura histórica de la escala de Carlos Menem, con su tamaño y la capacidad que tuvo para marcar la vida de todos nosotros, salió de este pañuelito, de esta venecita? Yendo para la ruta está el museo que lleva su nombre. Es breve, muy breve. Está hecho a escala de Anillaco y no de él.
Es fácil en Anillaco cruzarse con viñedos y Rapipagos y heladerías y más viñedos. Como si campo y urbe nunca hubieran necesitado escindirse. Unos días después, llego a La Rioja, la ciudad capital de la provincia.
La noche en la ciudad es amable, cálida. En el centro, la Catedral y Santuario San Nicolás de Bari resplandece y pasadas las ocho van saliendo los que vinieron a misa. A una cuadra de allí, las mesas de la vieja casona se llenan de comensales. Empanaditas como caramelos, que podés tragar mil, una tras otra. Las mejores aceitunas de la Argentina y el queso de cabra con dulce de cayote y nuez que andá a encontrarlo en Buenos Aires.
Carlos Saúl Menem dejó Anillaco con 13 años porque no había secundario en el lugar donde nació. Así que fue en esta ciudad donde hizo la secundaria. Trato de imaginarlo adolescente, joven, volviendo al pago los fines de semana para ayudar con el viñedo familiar a sus padres, venidos de Siria en 1910.
Camino por la Avenida Facundo Quiroga —tantas cosas en este lugar se llaman Facundo Quiroga— y pienso que las patillas de Menem para homenajear a Facundo no tienen nada que ver con las patillas de Milei, con las que busca homenajear a Menem. Llego hasta la esquina de Berutti y allí me está esperando Alfredo Menem, ministro de Desarrollo, Igualdad e Integración Social de la provincia de La Rioja. Su bisabuelo fue hermano de Don Saúl, el padre de Carlos Menem. Le pregunto si el gobierno de Milei es menemista. Parece venir con la respuesta desde la calle porque lo que responde lo responde con toda seguridad:
—Carlos Menem promovió con toda la fuerza de su gobierno a la Universidad Nacional de La Rioja. Y este tipo está haciendo todo lo posible por desfinanciar las universidades. ¿A vos te parece que Milei tiene algo de Menem?
—Está bien, pero su aparición en la escena política de alguna manera ayuda a que la figura histórica de Menem vuelva a tener un lustre que había perdido.
—Puede ser, en parte. Pero lo que está haciendo Milei es aprovecharse del nombre, especular con una marca y subirse a ella para convocar en nombre de Menem a la gente que lo ha querido. Sus políticas, sin embargo, no tienen nada que ver.
Eran los 90. El padre de Alfredo Menem tenía problemas de salud y le costaba caminar. Carlos Saúl, entonces presidente de la nación y su hermano Eduardo lograron hablar con Fidel Castro para que Alfredo padre recibiera tratamiento en Cuba. Un año después, me cuenta ahora Alfredo hijo, su padre volvió mucho mejor. Y ya podía caminar.
—El clan nunca dejó de funcionar.
—Es que Carlos era profundamente humano y no te iba a dejar tirado. Como ayudó a mi papá, ayudó a muchísima otra gente también.
—Podés haberlo votado o no, pero nadie puede discutir el tamaño, la escala, de su figura histórica. Explicame algo Alfredo, algo que me resulta incomprensible. ¿Cómo de un lugar tan breve, tan pequeñito como Anillaco, pudo salir alguien así?
—Pensá en Quiroga, pensá en el Chacho Peñaloza, en La Rioja son posibles personajes así. Hay una sola forma de responder tu pregunta. Carlos Menem tenía la sangre del caudillo.
El hermano
No sé cuántas veces le escribí antes de irme. Y cuántas le escribí después de regresar. Le dije que había estado en Anillaco. Que era importante para mi trabajo contar con su voz. Me leyó todos los mensajes pero no me respondió hasta que lo llamé de una, sin avisar, sin preguntarle. Y entonces Eduardo Menem, el hermanísimo, el Gran Hermano, con sus 87 años, me atendió. Me pareció que empezar preguntándole si había visto la serie Menem, bueno, era una pregunta blanda, como para empezar a charlar. Me dijo:
—Sí, la vi, es una basura.
—¿Por qué le parece eso?
—Porque está hecha para hablar mal de mi hermano.
—¿Usted cree que esto ocurre en toda la serie o solo en momentos particulares?
—Cuentan cosas que nunca pasaron. Hicieron un personaje de ficción, el fotógrafo, solo para dañar la imagen de Carlos. La privatización de los teléfonos, en un país como la Argentina donde tardan dos años en darte una línea, está contada con toda mala intención. Esos empresarios extranjeros no sé de dónde los sacaron. Disculpe, pero no puedo seguir hablando, tengo serios problemas de salud.
—Permítame preguntarle por este gobierno, por el gobierno de Javier Milei.
—Hay medidas económicas con las que por supuesto estoy muy de acuerdo, en lo que refiere sobre todo a la desregulación del Estado, pero mi hermano Carlos solía buscar los consensos, y fue un gran pacificador —dice Eduardo Menem.
Y entonces remata:
—Me cuesta acompañar el estilo agresivo del presidente Milei.
Lo que encontré en Anillaco tras el paso de Leonardo Sbaraglia
A.S.
Era agosto de 2023, Javier Milei estaba por meter su primer batacazo electoral y la producción de Menem, la serie, llegaba a Anillaco para iniciar un rodaje que no olvidarían. Leonardo Sbaraglia llevaba un mes viviendo en La Rioja, buscando atrapar ese erre que hace de la voz riojana algo único de escuchar, algo bellísimo de escuchar. Llegué a Anillaco casi dos años después. Encontré vecinos que se emocionaron de solo recordar que alguien muy parecido a Carlos Menem había estado allí.
Hay que ir hasta La Rioja, y si vas hasta Anillaco mejor, para comprender exactamente qué le pasa al riojano con Carlos Menem. Es como el pibito que empezó a rapear en la plaza de tu barrio, y un día hizo un Obras, y un día hizo un River, y un día hizo un Bernabéu, y de golpe el mundo entero lo escucha y a vos no te importa lo que canta. A vos te importa que compartiste barro con él y si él salió de ahí, un poco (solo un poco) vos saliste también. Porque te representa. Porque te da embajador.
En lo personal, puteé a Menem con toda la fuerza progresista de mis 20 años. Yo era un porteño que estudiaba Letras, iba a Puán y votaba a Pino Solanas, qué otra cosa podía hacer. Ahora que tengo 54 y soy un poco menos estúpido, miro la serie y lo veo a Sbaraglia un poco disfrazado pero buscándole la humanidad a un sujeto que he vuelto a comprender. Somos un país periférico del mundo, giramos hacia donde el mundo gira. Menem asumió el 8 de julio del 89. El 9 de noviembre cayó el muro de Berlín. No iba a gobernar desde Lacandona.
Volver a comprender. Capaz toda esta fiebre boba de una serie tras otra sirva para, de algún modo, volver a comprender. Quiénes fuimos, qué historia tenemos. Con Menem llegó la cumbia, por ejemplo. ¿Quién iba a pensar que nos íbamos a pasar una vida bailando esa música del alma y del pueblo, hasta el día de hoy?
Había que darle infraestructura a la Argentina. Había que meter torre, cable y conexión. Había que enfierrar esto para que empezáramos a tener estos telefonitos que tanto nos gustan y echar a andar una cosa que se llamó y se sigue llamando internet. ¿Lo hizo bien, noblemente, sin una astilla de corrupción? Qué sé yo. Lo hizo.
No sé, por momentos me parece que el personaje central está un poco pasado de máscara y que Griselda Siciliani dejó claro que puede hacer de lo que sea, cuando sea. Pero eso le corresponde más a la crítica de espectáculo. Yo, lo que encuentro en el fondo de la serie que se estrenó por Prime el pasado 9 de Julio, día de la patria, es que quizá nos damos estos productos porque lo que nos queremos dar son permisos para repensar la propia historia. Como si dijéramos: che, ¿estamos seguro de que lo que vivimos lo vivimos tal cual como lo recordamos? Llega un día en la vida en que se vuelve imprescindible chequear.
¿Quién fui a los 20 años? ¿Quién soy hoy? ¿Qué curva completé? ¿Qué me faltó? Yo no lo voté. ¿Estoy seguro que siempre voté bien? No me da miedo haberme equivocado, me da miedo que hayan pasado 30 años y yo no me haya movido de mi lugar. Me da miedo ser el mismo. Me dan miedo los años al pedo. Me da miedo haber crecido solo de estampa.
El otro día vinieron unos amigos a casa. Toda gente de mi edad. Hablamos de la serie y uno dijo “Méndez” toda la noche, como insistiendo con una marca del pasado, como si el pasado todavía le ocurriera. Yo nunca más volví a decir “Méndez”, la forma despectiva del amuleto. Digo Menem. Carlos Saúl Menem, digo. A veces me sale “El turco”, pero algunos me lo confunden con Jorge Asís. Y yo no quiero que eso pase.