Enviado / Rocha
Miles y miles de kilómetros pedaleados desde mediados del año anterior, horas que sumadas podrían traducirse en semanas bajo el sol ardiente o la lluvia o con el viento pegando fuerte en la cara. Hasta la noche antes de largar la Vuelta Ciclista del Uruguay, el principio del fin de la temporada y también el examen final.
Para el ciclista —en este caso los 148 que largaron—, esta es una noche de paz. Porque ya no hay nada más que hacer, solo queda descansar y esperar, y porque la ansiedad se hace a un lado para darle lugar a los sueños. Todos tienen sueños, desde los que van a pelear por la malla oro hasta los que solo quieren llegar, y es la noche para permitírselo porque después la ruta pone a cada uno en su lugar.
La espera fue larga porque desde Rutas de América solo hubo una carrera más hasta la semana de Turismo que todavía no empezó. Es viernes, el último y único día de escuela de los 10 que tiene la Vuelta, lo que durante el camino se hizo visible.
Porque más allá de los cientos que se aglomeraron sobre la llegada en Rocha y otros tantos que de a puñados había dispersos a los costados de las rutas Interbalnearia y 9, a lo largo de los 184 kilómetros de la primera etapa, lo que más decoró el camino fueron una cantidad de niños de túnica y moña y con miradas deslumbradas por el colorido del pelotón que pasaba frente sus narices.
Serán ellos, o no, quienes en el futuro también sueñen con largar la Vuelta Ciclista, llegarla o ganarla. Como esos 148 guerreros que como aparecieron por el horizonte se esfumaron por el otro lado y no volvieron más, porque viajan con la misión de recorrer la patria “desde un extremo al otro”.
La carrera
El sol salió temprano pero no se asomó ni un minuto de las cinco horas de carrera. Ayer, el pronóstico del tiempo vaticinaba probabilidades de lluvia sobre algún tramo de la etapa. Era difícil prever dónde y a qué hora, pero las nubes amenazaron desde el primer kilómetro hasta el último y la ruta también, cuando aparecía con el vitumen ensopada. “Si se va a largar que se largue”, seguro pensaron varios, ansiosos por la incertidumbre y porque bajo lluvia la carrera cambia y la ruta se vuelve más hostil.
Pero todo quedó en amagues. Lo que sí no faltó fue el viento otoñal, más fuerte conforme pasaban las horas y siempre de frente, comiendo piernas y bajando el promedio de velocidad.
Fue una etapa accidentada con varias caídas y otros inconvenientes. Desde el retraso de la largada por la demora del equipo Cerro Largo, que quedó trancado en el tránsito montevideano y generó algunas caras largas en el resto de los ciclistas, hasta roces dentro del pelotón que terminaron desparramando sobre la carretera grupos de cinco, 10 o 15 hombres.
Una vez en Rocha, las heridas y raspones en codos y rodillas, o corredores rengueando fueron lamentablemente visibles en cantidad. Quizás por el viento fuerte, los nervios del primer día o solo mala suerte, porque tanto rutas como banquinas estaban en buenas condiciones.
Hubo también varios pinchazos y un par relativamente inusual: pincharon los dos ciclistas que definieron el embalaje final y fueron primero y segundo de la etapa.
Primero Leonel Rodríguez (Cerro Largo) a los pocos kilómetros de largar. Cambió la rueda, bajaron sus compañeros a auxiliarlo y antes de que la mayoría se diera cuenta estaba de nuevo en el pelotón. Y a mitad de carrera pinchó Leángel Linares, el extranjero del que más se habló y que tanta expectativa generó (y genera) porque es el vigente campeón panamericano de ruta, que vino con la selección de Venezuela para revalidar el título (entre el martes 22 y domingo 27 de abril en Punta del Este) y aprovecharon la volada para también correr la Vuelta por primera vez como invitados.
Porque su currículum lo respalda, es uno de los candidatos a ganar la edición 80 de la tradicional carrera por etapas del país y lo demostró el primer día. Pero cuando todavía faltaban 80 kilómetros para cruzar la meta, sembró el nerviosismo en sus compañeros que rápidamente bajaron a socorrerlo. Y también las miradas cómplices entre uruguayos y el chiste implícito de aprovechar su infortunio para acelerar y sacarlo de carrera, antes de que incluso los comisarios se aprendieran bien el nombre. La jugada más vieja del ciclismo, que con el diario del lunes capaz no era tan mala idea, aunque a esa altura de la etapa seguramente era inútil y el que no sabe las reglas del juego lo tacharía de desleal.
“El que fue segundo ya me habían hablado de él que era muy rápido”, dijo el venezolano Linares a Ovación con la malla oro puesta, sobre el más rápido de los nuestros, al que le ganó en un sprint para fotofinish.
También dejó claro que a su equipo no le tiembla el pulso por hacerse cargo de la carrera para defender su liderazgo, que no conocen la Vuelta y admitió que la contrarreloj no es su especialidad ni trajeron cabras (bicicletas de contrarrelojs) para correrla. Pero esa prueba siempre decisiva en las carreras más importantes del calendario nacional, en esta Vuelta son muy cortas y muy tempranas: hoy por equipos de 8,0 km y el martes individual de 15 km, con cinco etapas y media por delante y gran margen de maniobra.
La mesa está servida porque aún faltan 1.454 km de competencia y mucho palo y palo sobre las rutas del país.
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