Gustavo Tejera pitó el final y se desató la locura de Nacional. Algunos se tiraron en el piso del Gran Parque Central sin poder controlar la emoción por ser campeón y tras más de 120 minutos de fútbol, casi sin energías como para correr. Otros se abrazaron, y Christian Ebere empezó a correr de frente a la tribuna José María Delgado queriendo encontrar como cómplices a los hinchas, sabiendo que fue la estrella de las finales contra Peñarol, en una definición que se terminó sentenciando por un golazo suyo a los 114 minutos.
Bruno Arady, recuperándose de la operación, se olvidó de las muletas y salió corriendo a abrazar a todo el que se le cruzara por delante. Sebastián Coates fue rápido a encontrarse con sus hijos y dejó el GPC con la gente coreando su nombre (¿habrá sido su último partido como profesional o su despedida del tricolor?); la familia de Juan Manuel Izquierdo entró a celebrar con la copa que lleva el nombre del jugador fallecido y Diego Polenta tomó en brazos a Lucero -la hija pequeña de Juan y Selena- y se lo vio notoriamente emocionado. Ha actuado como un papá para esa niña que estando en São Paulo, en uno de los momentos más tristes de su vida, bancó la toma como el gran capitán que es.
También se emocionó cuando Coates, Luis Mejía y Mauricio Pereyra, los capitanes actuales, lo fueron a buscar para que él también levantara la copa de la que fue parte a pesar de que en el primer semestre, tras la salida de Martín Lasarte, decidió retirarse del fútbol profesional.
La lluvia, la felicidad de Diego Romero -que se colgó del alambrado-, los abrazos del presidente Ricardo Vairo y del vice Flavio Perchman. Gente llorando en las tribunas. Postales de una tarde mágica de una serie con final perfecto para Nacional, que tuvo el regalo de vencer al rival de todas las horas en su casa y revertir una mala racha de dos años sin poder consagrarse en el Uruguayo, y así quedarse con un trofeo con un nombre que quedará guardado para siempre en la sede de 8 de Octubre: el de Juan Izquierdo.
Nacional pudo romper el cero gracias una genialidad de Ebere, que se sacó de arriba a Emanuel Gularte (que venía cumpliendo un buen partido, pero que ya estaba agotado por el trajín del partido), para poner la pelota contra el palo para el delirio local.
Antes se había desatado el delirio por el gol de Coates en el primer tiempo del alargue, pero una fina posición adelantada hizo que el marcador volviera a cero. Y durante los 90 fue un juego parejo, donde Nacional fue levemente superior y se salvó cuando Gustavo Tejera no sancionó una falta de Romero adentro del área en perjuicio de Leo Fernández, que tuvo una tarde para el olvido. El VAR no ayudó a Tejera (8’), el árbitro que, también, bien pudo expulsar a Eric Remedi por doble amarilla.
El hincha de Nacional está feliz. Muy feliz. Sabe que los jugadores le respondieron en la cancha y que le hicieron honor, porque si algo no faltó fue la actitud de todo el equipo.
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