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La modernidad ausente

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Si por modernización entendemos un proceso de transformación permanente, económica y social, no hay dudas que en los últimos años nos quedamos en una etapa meramente discursiva.

Esta es una descripción realista de la situación que el país atraviesa, tanto por la contundencia de un diagnóstico que identifica claramente la patología discursiva, como por el aporte metodológico de limitar el concepto de modernización por razones ideológicas.

Modernizarse supone una actitud de cambio que se exterioriza tanto individual como institucionalmente en el abandono de viejas prácticas, y fundamentalmente en el replanteo del modelo de país como respuesta a la evolución de la tecnología, del comercio y los mercados internacionales. La modernización surge como el principal enemigo del socialismo que refugiado en el simplismo estatista esconde la verdadera dimensión de los problemas para transformarse en un esquema mental más con fines exclusivamente proselitistas.

El gobierno del Frente Amplio es tan conservador como ineficiente. Sus reformas tienen el sesgo de su arcaica ideología sin abordar la necesidad de ajustar conductas, actualizar estilos de gestión, adecuarse a los cambios tecnológicos y desarrollar una mayor capacidad de propuesta con base al mundo que nos rodea y a la realidad que vivimos.

En definitiva, durante tres períodos de gobierno contando con mayorías regimentadas se ha carecido de un impulso creativo y dinamizador destinado a lograr una mayor participación y movilidad de la estructura social, y en particular, a mejorar el nivel de bienestar de los sectores más postergados de la comunidad.

No puede confundirse modernización con novelería porque esta es enemiga de la razón y la seriedad. Muchas veces lo que la comunidad siente es una aspiración repetida y tantas veces frustrada de adaptar o corregir un estilo individual o colectivo de encarar una gestión de gobierno. Tal es el caso de los criterios que se utilizan para la designación de muchos jerarcas en importantes posiciones clave, en los que prevalece el mérito político de los postulantes más que su capacidad e idoneidad. Sobran ejemplos en todos los partidos, pero fundamentalmente en el Frente Amplio, que a pesar de su aparente intelectualidad nos ha inundado de todólogos improvisados y corruptos. Situaciones dañinas que se propician desde las alturas en rimbombantes campañas que crean en la ciudadanía una ilusión de cambio destinada lamentablemente a diluirse bajo el peso de la superficialidad del planteo.

Todo eso se identifica precisamente con lo discursivo. Esto es, con el lanzamiento de ideas que una y otra vez quedan reducidas a espejismos y que adquieren utilidad simplemente para alimentar las estrategias políticas de corto plazo. Una forma diferente de demagogia con el mismo resultado: la constatación de una situación incambiada y una gota más de descreimiento sobre todo el sistema.

Por tanto, la primera y más importante etapa de la modernización está, a nuestro juicio, en el funcionamiento de las instituciones políticas que deben adaptarse a una realidad cambiante que exige cada día una disciplina partidaria más marcada, una mayor coherencia en las manifestaciones programáticas y una acentuada profesionalidad y seriedad en la forma de decir y de actuar de la clase dirigente. Basta con comprobar que mientras que tantas voces de modernización ahuecadas por su ausencia de contenido escuchamos, seguimos sin diseñar una política que no haga del Estado "el inamovible ogro filantrópico" de que hablaba Octavio Paz, mientras continuamos contaminando el ambiente, deteriorando nuestra calidad de vida y el destino de la nuevas generaciones. Asistimos al despoblamiento del interior de la República y una constante emigración de lo más joven de la sociedad que sigue abandonando el país en busca de mejores horizontes. Una consecuencia clara, entre otras cosas, de una estructura tributaria dotada de una voracidad fiscal implacable y de un gasto público divorciado de buenos resultados.

En definitiva, alimentamos una forma agregada de ineficiencia que se transforma en un letargo que gana a todos aquellos que reclaman decisiones importantes, y que manifiesta su mayor expresión en la ausencia de un mapa político y partidario que sea capaz de poner sobre sus hombros la empresa de canalizar al país con la permanencia y la estabilidad que las políticas de mediano plazo otorgan.

Nadie puede sustraerse a la obligación de aportar su esfuerzo a la modernización, pero antes debemos coincidir en el marco conceptual y no sentirnos atraídos por el eslogan o la frase publicitaria efectista.

La modernización está en la vida diaria, pero principalmente, en la seriedad con que desarrollemos un proceso de transformación en el que empecemos a creer los uruguayos. Para a partir de allí ser capaces de transmitir a la colectividad una idea concreta que no se diluya como tantos otros sueños que hemos alimentado.

EDITORIAL

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