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Uruguay no es Venezuela

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Siempre atentos

@| Hace 20 años los venezolanos repetíamos en la campaña electoral que Venezuela nunca sería una segunda Cuba. Ufanábamos de nuestro petróleo, nuestras riquezas hídricas, agrícolas, mineras, turísticas y nuestra posición geopolítica clave en el continente. Seguros estábamos que la madurez democrática del continente no permitiría jamás la consolidación de otra dictadura en Latinoamérica. Ese discurso se mantuvo en los primeros años del gobierno de Chávez, cuando las señales de autoritarismo empezaron a manifestarse.

Cuando la corrupción comenzó a hacerse evidente, la excusa fue que ellos (los políticos tradicionales que gobernaron antes) también robaban. Cuando la institucionalidad empezó a ser un asunto de mero trámite imponiéndose el poder del partido, nada se dijo, porque el partido que se imponía era el que simpatizaba a la mayoría. Cuando las restricciones y afectaciones ilegítimas a los derechos económicos empezaron a aparecer perturbando al aparato productivo, dijimos “ese no es mi asunto, es asunto del empresario y la oligarquía” y hasta aplaudimos la mano dura del gobierno. (Nadie nos explicó que sin empresarios ni aparato productivo se encarecen los bienes y servicios, se acaba el laburo y hasta la comida).

Cuando apareció el ventajismo electoral con el uso de bienes públicos para las campañas, primero de forma indirecta y luego con el mayor descaro, nos pareció gracioso porque el eterno candidato-presidente era “chévere” y finalmente los otros también lo hacían. Cuando comenzó a cercenarse la libertad de expresión de manera concreta frente a determinados periodistas o medios puntuales acusándolos de no ser veraces o de estar al servicio de la “derecha y la oligarquía” nuevamente nos zafamos del problema porque afectaba a otro (sin entender que la afectación de los derechos frente a unos pocos, en últimas, es afrenta para todos).

Hoy es muy clara nuestra equivocación como país. Los venezolanos con humildad debemos aceptar que esta tragedia no fue culpa de la clase política únicamente. La clase política entendida como partidos tradicionales y las novedosas coaliciones de izquierda nada habrían logrado sin el voto emocional y no racional, pero sobre todo sin la apatía generalizada que vio los cambios progresivos y dejó que estos pasaran en silencio, sin solidarizarse o cuando menos interesarse realmente en las voces que empezaban a manifestar genuina preocupación y pedían acción. Ni siquiera la clase política opositora, que en buena medida estuvo siempre atenta a su protagonismo particular, sin pensar en agendas unitarias sino cuando ya era tarde.

Mis queridos uruguayos, si de algo sirve la vergonzosa situación actual en mi país es para no replicarla jamás. Nada salvará a un país sino su propia gente, que ha de procurarse ser menos un simple habitante y más un comprometido ciudadano. Entérese de las noticias, háblenlas con sus vecinos y amigos, pregunte lo que no entienda y reclame lo que no le parece. No deseche la protesta de otros, simplemente porque identifique sus proclamas con una postura política que no es la suya (escúchelos, puede que tengan algo de razón o que al menos, le muestren que hay asuntos a los vale la pena meterle el ojo). Involucre a sus hijos en lo que pasa en el país; aunque no le hagan caso en apariencia, sembrará la semilla para más tarde ellos también sean ciudadanos críticos. Pero sobre todo no deje que la dicotomía izquierda vs derecha se robe un país, como ya se robó al mío.

Que Uruguay nunca sea Venezuela.

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