Bajo fuego

Roberto | Montevideo
@|Vivir entre balas, miedo y abandono.

El Cerro, un barrio con historia y orgullo de Montevideo, se ha convertido en un campo de batalla donde los vecinos son rehenes del miedo. En La Paloma, la vida se ha vuelto una moneda al aire.

Cada noche, el sonido de las balas corta el silencio. No son fuegos artificiales ni petardos de fiesta: son disparos de bandas rivales que disputan el territorio, el control de la droga, el dominio de las calles. Se escuchan gritos, corridas, motores acelerando en la oscuridad. Y en cada hogar, una familia despierta sobresaltada aferrándose a la esperanza de que la próxima víctima no sea un ser querido.

Las casas, que antes eran refugios, ahora son trincheras. Las ventanas ya no se abren después de cierta hora, y los niños han aprendido demasiado temprano a diferenciar entre el estruendo de una moto y el eco de una bala. La gente trabajadora, esa que se levanta antes del amanecer para ganarse el pan, sale con la angustia de no saber si volverá a casa.

La policía hace lo que puede, pero está superada. La justicia, cuando no es blanda, parece ausente o cómplice involuntaria de un sistema que deja en libertad a quienes siembran el terror. Mientras tanto, los vecinos atrapados en este infierno se organizan como pueden, cuidándose entre ellos, porque saben que están solos.

Es más que un desafío; es un reto ineludible para un nuevo gobierno. Un gobierno que, si sigue viendo a los delincuentes como víctimas de la sociedad, seguirá dejando a la gente honesta a su suerte. Mañana serán ellos quienes deban gobernar, y las calles del Cerro seguirán siendo un campo de batalla. ¿Cómo enfrentarán esta realidad? ¿Cómo responderán la justicia, la policía y las autoridades competentes ante el clamor desesperado de los vecinos?

Así no se puede vivir. Así no se debe vivir. Porque el Cerro, y cada barrio del país, merece ser un lugar de esperanza y no de muerte.