Un futuro que no nos aguarda

Si los hermanos argentinos nos cedieran solo cuarenta y nueve de sus habitantes con voluntad de nacionalizarse, por estas fechas alcanzaríamos los tres millones y medio de orientales, una cifra que ni deslumbra ni asusta. Nos bastaría con crecer lentamente, conservando nuestra usual pereza reproductiva, para mantener un país habitable, capaz de sostener sin esfuerzo a sus ancianos. Un vergel sin carreteras atestadas, multitudes peligrosas, desaforadas epidemias, polución incontenible o entornos devastados por el sapiens-sapiens. Desgraciadamente el porvenir luce menos estable.

Según ha divulgado el Instituto Nacional de Estadísticas en un estudio prospectivo del período 2012 a 2070, para el final del mismo pasaremos a tener quinientos mil compatriotas menos y en conjunto arañaremos los tres millones. Pese al tono moderado de los estadígrafos, que no deploran la caída poblacional -todo es adaptarse, sostienen- entiendo, como lo reflejó un documentado editorial de este diario, que la noticia es pésima. En un futuro próximo, menos de medio siglo, seremos pocos, viejos y sin niños y adolescentes que sostengan nuestra subsistencia. Muy pronto por cada cien personas en edad laboral setenta y nueve serán inactivos no voluntarios. ¿Qué cosa peor podría sucedernos?

No es poco para la perpectiva de una comunidad perder en cuarenta años el equivalente a nueve Estadios Centenarios repletos. La imprescindible inteligencia artificial me informó que más allá de la cercana década del setenta, si no hubiera cambios espectaculares en materia migratoria, poco probables por lo demás, en el dos mil cien seríamos alrededor de dos millones doscientos mil. Más allá es mejor no imaginarlo. Cuesta pensar en la desaparición de un pueblo y su memoria, especialmente si es el nuestro. Es cierto que el fenómeno tiene precedentes, la propia evolución lo demuestra, aún cuando ello poco reconforte.

Sin acudir a la historia conocida, la actual España rural está plagada de pueblos fantasmas. Hay zonas donde abonan buena suma a quién se atreva a repoblar localidades. Lo mismo ocurre en Italia, y con mayor gravedad, porque alcanza al país entero, con Letonia, Bulgaria o Ucrania. En el paisito ya tenemos experiencias en nuestra campaña, donde nuestros paisanos no llegan al 4% del total nacional. ¿Quién no ha viajado kilometros y kilometros sin visualizar un caserio?

También ostentamos pueblos fantasmas, la I. A. me contó de San Francisco Orobay en Durazno, Cerro Castillo en Rocha, La Malaza en Cerro Largo, Ferre en Florida, con tres supervivientes, o Laureles en Tacuarembó con nueve de ochenta y nueve originales. Solo ruinas y pajonales. Los remedios, si los hay, son pocos, controvertidos y difíciles.

Se dice que la migración no es solución, los migrantes vienen pero no se quedan. No se parecen a los europeos que fundaron nuestro país. Disuadir a los uruguayos que por miles año a año abandonan su entorno, tampoco es el camino. A nadie sin perspectivas se le convence de quedarse. Tampoco es modificable la voluntad de procrear. A lo menos vale asumir el tema y cesar de pensarlo como un asunto de orden técnico. A mí, que abjuro del nacionalismo, me gustaría que los uruguayos, perdurásemos como pueblo, no como una llamada entre otras en un futuro archivo de las civilizaciones.

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