Sembró vientos

Es legítimo suponer que la elección provincial del domingo pasado es el principio del fin de Javier Milei? ¿O solo es un traspié del que podrá sobreponerse? Sobre esto discuten los analistas y las respuestas son tan diversas como los prejuicios que genera este disruptivo personaje de la política argentina. Los liberales acérrimos que se fanatizaron con su prédica y estilo están rabiando.

Los kirchneristas trasnochados la gozan. En el medio, hay estatistas satisfechos y centristas preocupados: ¿retornará la demagogia populista del peronismo, en su variante zurda cristinista o en la versión liberal de Carlos Menem? El tiempo lo dirá, lo que sí podremos comprobar pronto será la eventual recuperación de esa corriente, cuando conozcamos los resultados de las legislativas del mes que viene.

La política argentina tiene aires de melodrama: hay intensidad, desmesura y cursilería para todos los gustos. Las reformas emprendidas por Milei eran imprescindibles para poner el barco a flote, después de años de dirigismo corrupto. Sin embargo, a nivel de comunicación, apostó por un patoterismo que le sirvió para atraer los votos de ciudadanos indignados, pero que le vuelve como un boomerang.

En sociedades como la de la vecina orilla, con partidos lábiles y cultura cívica difusa, es muy rendidor posar de outsider. La gente desinteresada de lo ideológico -la mayoría- prefirió el atajo de un mesías insultador que se erigía como espejo de su propia ira. El problema se produjo cuando, en el ejercicio de gobierno, la gente dejó de verlo como un outsider y acabó integrándolo a la misma casta que él denostaba.

Es una buena lección para los que quieren hacer carrera política desde afuera del sistema, y también para quienes suponen que los cambios radicales solo se logran a espaldas de los otros poderes del estado y agrediendo a los periodistas. Ese voluntarismo dejáselo a los Pinochet, Castro y Maduro. Si querés llegar al poder por la vía democrática, más vale que respetes el sistema y aprendas a negociar, en lugar de agraviarlo y tratar de modificar todo a los ponchazos.

Me dirán que la crisis argentina era tal que no daba para negociar mucho; puede ser.

¿Pero qué logró Milei, en cambio, con este talante autoritario? Lo más grave sería que la tambaleante economía del país retrocediera 20 casilleros: el ajuste que deberá hacer quien llegue después, será aún más gravoso.

Más allá de los escandaletes de supuesta corrupción, la derrota de Milei del domingo pasado fue, en parte, autoinfligida.

Si te valés de predicar la desconfianza en el sistema para ganar, después no te quejes cuando los ciudadanos te colocan a vos también en esa misma bolsa, y eligen a otro en quien depositar su veleidosa esperanza.

La elección del domingo pasado tuvo una alta abstención. Ya aparecieron otra vez los que pregonan el “que se vayan todos” y las victorias electorales basadas en aparatos partidarios clientelistas, que no en persuasión ideológica.

Emprender la batalla cultural no es gritar “zurdos de mierda” por la tele. Es educar desde el respeto y la tolerancia: da más trabajo pero, a la larga, genera resultados duraderos.

Cría barrabravas y te sacarán los ojos.

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