Que me gusta Delgado; que prefiero a Raffo; que Silva se potenció luego del termazo; que Ojeda es como el Lacalle Pou de 2012 pero colorado; que la demanda de más autoridad posiciona a Manini Ríos; que si Salinas se queda es el candidato triunfador.
De golpe, la primavera trajo un aire de ansiedad por candidatos.
En política lo más importante son los votos. Los partidos son maquinarias en su búsqueda, y la competencia entre partidos, sectores, listas y liderazgos es feroz y sin tregua. Es por ello entendible que haya quienes estén siempre prontos para una especie de campaña electoral permanente, y que además recelen de los movimientos rivales: ocurre dentro de los partidos de la Coalición Republicana (CR), y por supuesto que es también el pan nuestro de cada día en el Frente Amplio (FA) -¿o alguien sigue creyendo, de verdad, que Pereira no será candidato?
Sin embargo, es una simplificación propia de cierta desidia dirigencial y pereza analítica creer que lo central es definir hoy, o en seis meses, qué candidatos llevarán la CR o el FA en 2024. Ella olvida que todos los triunfadores entre 1984 y 2019 no solamente fueron buenos candidatos, sino que, con reflexión, practicidad y enorme pedagogía ciudadana, elaboraron y presentaron un discurso y un ideal seductores: la mayoría sintió formar parte, cada vez, de un proyecto colectivo que conduciría hacia un país mejor. Y por ello les confió su voto.
Quienes están preparándose hoy para liderar la CR en 2024 debieran no solamente trabajar por el éxito del gobierno en la realización de sus principales reformas: allí radicará el mínimo indispensable que constatará la promesa cumplida a la amplia mayoría que confió en la CR en 2019. Sino que, además, debieran de estar pensando, de manera discreta pero rigurosa y creativa, qué énfasis y qué temas serán capaces de seducir a una nueva mayoría que, como las anteriores, solo prestará su voto a quien la enamore prometiéndole un futuro mejor.
Los candidatos triunfadores entre 1984 y 2019 no solamente fueron buenos candidatos.
Un candidato sin discurso seductor siempre será rengo, sobre todo en un país políticamente exigente como es Uruguay. Omitir el encanto de la palabra seductora es olvidar lo más civilizado de la política. Y creer que se suple con un impulso publicitario traducido en un buen slogan de campaña, es subestimar la complejidad del entramado social y cultural de nuestra democracia.
Por eso, en vez de mostrar ansiedades impropias de los buenos candidatos, quienes hoy naturalmente ya ocupan protagonismos electorales claros en los distintos partidos de la CR harían mejor en cumplir con la tarea reformista que aún ocupa mucho al gobierno. Y en vez de apurarse en asegurar apoyos o en seguir con ansiedad posicionamientos de encuestas, debieran de pensar, probar, afinar y definir, con tiempo y meticulosidad de orfebre, qué encanto discursivo es el que los llevará a la deseada victoria. Cada uno, con el matiz propio que termina enriqueciendo a la coalición toda, debiera ir creando esos contenidos que serán los que definan el cambio en la continuidad para 2024.
Quienes deciden las elecciones, tanto la interna de junio como la nacional de octubre, seguramente reconocerán lo bueno de la herencia de este gobierno. Pero votarán al candidato que más los seduzca con la promesa alcanzable de un futuro venturoso.