Remezón que falta

En la política interna de los partidos -no siempre orgánica y siempre levantisca- ya se instalaron los pujos, ilusiones y forcejeos que motivan las precandidaturas a la Presidencia de la República. Las encuestas empiezan a arrojar porcentajes. El caudillismo, instalado desde hace 200 años en el subconsciente histórico, reaparece sin lanzas ni caballos, pero azuzado por campañas de exhibición e imagen primorosamente pautadas.

¿Quién puede ser la mujer o el hombre que sepa, pueda y quiera gobernar a este Uruguay que saca buena nota en muchas comparaciones, pero no se yergue por dentro con la grandeza que le requiere su clásica fe republicana?

Cómo erosionar al adversario, todos saben. Cómo inventariar las flaquezas de cada postulante, también se sabe. Cómo atrincherarse detrás de discursos de odio, ¡hay experiencia! Y cómo respetar los cambiantes resultados de las urnas, ¡hay orgullo nacional de asumirlos y obedecerlos, acaso con alergia pero sin chistar!

Con todo eso tenemos los materiales para vivir en democracia, pero en conciencia sabemos que los problemas que hoy nos aquejan no puede resolverlos el culto personalista de un salvador.

Es que todos comprobamos día por día que la persona humana ha sido sistemáticamente debilitada, a medida que -por obra del Estado sin rostro y de las empresas sin rostro- ha logrado que lo impersonal y mecánico avance sobre lo individual y viviente. El ser humano tiene acceso a toda suerte de información, pero está cada vez más montado sobre inseguridades, dudas, indignaciones y miedos muchas veces justificados. Por lo cual se va transformando en una versión reducida de lo que podría haber sido.

La campaña electoral se hace para ganar el gobierno y ejercer el poder público. De aquí a octubre-noviembre de 2024 su temario girará entre las postulaciones, las polémicas, las denuncias y las pulseadas. Expresión de la libertad, celebremos que eso nos es connatural.

Pero sepamos que tanto para reflexionar desde aquí a las urnas como para vivir desde aquí hasta el fin de nuestros días, nos hace falta fortalecer a la persona, enriquecer los debates e inspirar una idealidad y un destino a la masa de desorientados sin ánimo que, como en el tango, se entregó sin luchar. No son sólo los desarrapados que duermen en las calles ni los consumidores de drogas hoy desparramados por encima de las diferencias económico-sociales. Son, sobre todo, los muchos que no saben alzar la mirada para ampliar el horizonte y achican la calidad de lo que hacen, quitándole alma a las profesiones y oficios, cada vez más restringidos a llenar formularios y obedecer algoritmos.

Por todo eso, al Uruguay le hace falta un remezón en su modo de ejercer la libertad que recuperamos tras la dictadura.

Debemos recomponer la capacidad de servir ideales que nos enseñaron las doctrinas de Rodó, Ingenieros y Unamuno, la capacidad de examinar los problemas directamente y sin anteojeras que nos inculcó Vaz Ferreira y la capacidad de alimentar al Estado con pensamiento profundo y genuino desde la sociedad espontánea, como lo hacen las naciones más avanzadas con las cuales nos comparábamos cuando no nos medíamos con los peores del barrio y no nos engolosinaba la relación económica con una tiranía próspera como la que gobierna a China.

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Leonardo Guzmán

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