Ramón Ortiz, soldado libertador

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Es por tradición oral familiar que sabemos que Dámaso Ramón Giquiaud Ortiz (1806-1867) se integró a la Cruzada Libertadora, a pesar de su corta edad, por ser gran insistente. Allí ya estaba su tío Juan José Ortiz, y él no quería perderse la oportunidad de servir a su Patria, ambición que resultaba natural en quien, por vía de su abuela materna (María Francisca Asturiano, 1745-1784), tenía raíces anchas y bien plantadas en el Río de la Plata desde la fundación de Buenos Aires en el siglo XVII. Y seguramente por esa vieja raigambre patricia, y por ser más fácil de pronunciar, usó el apellido de su madre, y pasó a hacerse conocer como Ramón Ortiz.

“Es muchacho guapazo. Yo lo tenía para que me cuidara la caballada, y en lo mejor se me aparecía mi Ramón en lo más crudo de la pelea, lanceando a diestra y siniestra”, lo describió Lavalleja en 1827, según un reportaje a la viuda de Ramón en 1893 (“El Heraldo” de Tacuarembó). Pisó la Agraciada con el cargo de ordenanza de Lavalleja, y así lo acompañó también en las batallas triunfales de Sarandí y de Ituzaingó. El 26 de mayo de 1827, El Libertador y su mujer Ana Monterroso fueron algunos de los amigos que acompañaron a Ramón Ortiz en la iglesia de Canelones, en su matrimonio con Joaquina Sequeira, de familia riograndense.

Una década más tarde se instala en Tacuarembó y se dedica a las tareas del campo en sus dos suertes de estancia. Durante la Guerra Grande, en 1844, se lo encuentra en filas del Ejército de Justo José de Urquiza, el gran caudillo entrerriano. A fines de 1862 es nombrado jefe del primer regimiento de Guardias Nacionales de Tacuarembó. Luego combate contra la revolución de abril de 1863 que inicia Venancio Flores, al mando de la División Tacuarembó, en la defensa de la sitiada Paysandú. Se exilia a inicios de 1865 en Concordia, en donde se integra al ejército provincial de Entre Ríos por influencia de Waldino Urquiza, hijo del caudillo, con quien además emprendió una sociedad rural. Infelizmente, una rodada de caballo el 1° de enero de 1867 le provoca la muerte a los dos días. Por tradición familiar sabemos también que fue enterrado en el panteón de los Urquiza.

No hay nada en la vida de Ramón Ortiz que no sea propio de un patriota de su tiempo: cumplió los deberes que su lugar social le impusieron, como patricio rioplatense que fue, junto a tantos otros de su misma generación. Mi pequeño homenaje personal fue usar su nombre como seudónimo en un concurso sobre la revolución de 1897, y fue el gran historiador Mena Segarra, de imborrable actuación entre nosotros, quien recordó, en aquel 1997, que ese nombre era el de uno de los Treinta y Tres Orientales.

A dos siglos de la Cruzada Libertadora todos estos datos biográficos de Ramón me resultan entrañables. Su foto, seguramente de inicios de los años 1860, donde luce el uniforme militar con los preciados cordones acordados a los soldados de Ituzaingó, y que trasluce la misma mirada de ojos profundos y el mismo corte de cara triangular que luego adornaron a su bella bisnieta María Dalmira López Childe (1896-1987), quien fuera mi bisabuela, me acompaña, desde siempre, sobre el escritorio de uno de mis dos bisabuelos vascos. Confió en que vela desde allí sobre mis trabajos, con el mismo amor que tuvo por su Patria.

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