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Pragmatismo y realidad

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No hay que dejar de empujar el acuerdo con la Unión Europea (UE). Pero no hay que entusiasmarse con él, dejarse llevar por declaraciones voluntaristas y perder el sentido de la realidad.

Cualquiera que conozca la dinámica política de la UE sabe que en este invierno no se concretará la firma de un tratado Mercosur- UE. De ninguna manera habrá rápidamente una baja arancelaria para el comercio entre ambos bloques.

Primero, por un asunto de tiempos: faltan cumplirse varias etapas de idas y vueltas negociadoras -entre ellas, toda la posición verde - ecologista europea recién será conocida este mes por Mercosur-, y falta también toda una revisión muy detallada, en varios idiomas, de lo que se termine efectivamente cerrando como negociación.

Si el fanático dogmatismo alemán en temas ecológicos se traduce, por ejemplo, por propuestas de intervenciones supranacionales para el control de la deforestación del Amazonas, ¿alguien en su sano juicio cree que Brasil lo aceptará? Y no hay que olvidarse de Argentina: su régimen político se sostiene con parches y remiendos económicos, financieros y comerciales tales, que de ninguna manera puede aceptar una implementación rápida de un libre comercio con la UE.

Segundo y más importante, por un asunto político. El sistema de aprobación de este tipo de tratados por parte de los países de la UE precisa de ratificaciones parlamentarias nacionales (y hasta regionales en algunos casos), por lo que nada podrá llevarse a la práctica rápidamente. Más bien, de ocurrir, será realmente dentro de muchísimos años.

La idea de partir el tratado para que la parte más dependiente de lo supranacional europeo se aplique pronto, precisa a su vez de acuerdos políticos complejos, que van mucho más allá de la voluntad de España a partir de julio de 2023; de mayoría en el Parlamento europeo, que para nada es evidente con la perspectiva de elecciones en 2024 y con el auge europeo de ideas proteccionistas; y de un corte quirúrgico de los textos acordados, cuya implementación es extremadamente difícil.

En este contexto, el resultado más importante de la reunión Lula- Lacalle Pou es que Montevideo seguirá su camino de negociaciones bilaterales con quien mejor considere - en particular, con China - sin esperar por sus socios del Mercosur. Brasil está pública y explícitamente de acuerdo con ello: este mensaje es sustancial hacia dentro del bloque, pero también para países como Turquía, China, Reino Unido o Japón.

Se trata de la mejor noticia de los últimos veinticinco años en política exterior. Se deja de echar sombra sobre acuerdos comerciales bilaterales claves. Y ahora sí importa mucho tomar el ejemplo del Chile de inicios de este siglo, ese que concretó tratados de libre comercio con todos los países y regiones más importantes del mundo.

La visita de Lula fue así una clase magistral de pragmatismo, de ese tan propio de Brasilia y con el que no siempre ha sido fácil lidiar. Hoy, con las cartas vistas, queda claro que Brasil no pondrá en juego su liderazgo regional con tal de contrariar la iniciativa soberanista uruguaya. Y eso es una consecuencia de nuestra actual política exterior, marcada desde el fondo de la Historia, sin duda, por el sino independentista del canciller Juan José de Herrera.

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Francisco Faig

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