Oposición e ideología

SEGUIR
hebert gatto
Introduzca el texto aquí

En nota de la semana pasada intentamos contrastar la realidad política uruguaya con la del continente. Como era esperable y las estadísticas corroboran, nuestro país, excluyendo al hemisferio norte, conserva una apreciable distancia respecto a los restantes regímenes políticos latinoamericano. 

Tanto en la solidez de sus instituciones como en la positiva valoración ciudadana de su democracia.

Por más que también constatamos como factor claramente negativo y en cierto modo sorprendente, que la actual oposición partidaria al gobierno nacional tenga al Partido Comunista del Uruguay como su principal exponente, luchando cabeza a cabeza por esa vanguardia con el M.P.P, la conjunción de los exguerrilleros tupamaros. Ambos con una definición teórica marxista y una estrategia revolucionaria, si bien diferida hasta el momento que las condiciones político-sociales la habiliten. O sea democracia mientras tanto, revolución siempre que sea posible.

Esta definición, no única pero ampliamente mayoritaria en la coalición frentista y en los gremios, (las minorías mantienen un discurso vagamente populista aunque obedientes a sus partidos y agrupaciones mayores), no revela un peligro institucional inminente, aún cuando está lejos de ser la mejor posibilidad potencial para la estabilidad del país. Ya se vio en febrero de 1973, cuando los militares preanunciaron su golpe, que la actitud de la “izquierda revolucionaria” plegándose decididamente al mismo, hizo muy difícil la defensa de la institucionalidad democrática. Paparruchadas como la promoción de la “democracia avanzada”, solo un confuso oxímoron anticapitalista de Arismendi, que pretende señalar las ventajas de la igualdad social tutelada por el Partido Comunista como sustituto de la democracia institucional.

Se me ha observado que este tipo de planteos tiene el defecto esencial de adentrarse únicamente en la ideología de los implicados, dejando de lado su práctica política, respetuosa en su hacer cotidiano de la institucionalidad democrática. Más de cincuenta años de actuación de ambos partidos frentistas, junto a grupos menores con la misma orientación, acreditan en lo que importa, su correcta actuación, incluso como gobierno, así como su respeto por la pluralidad democrática. Insistir en su clasismo revolucionario, implica -se dice- volver al viejo anticomunismo cultural que inspirado por los EEUU, tanto daño produjo en la civilización occidental.

Frente a tales objeciones, comunes en la izquierda, que en el fondo subestiman las declaraciones teóricas o las cartas de principios, cabe decir que una práctica política democrática inserta en condiciones que descarten otra opción no es la mejor garantía de estabilidad de ningún régimen político. Alcanza con el cambio de tales condiciones externas para demostrarlo. Como prueba la propia historia de nuestro país. Por lo demás, son estos fundamentos teóricos los que impiden que las coaliciones dominadas por tales partidos revolucionarios logren desarrollar una oposición partidaria razonable y constructiva. No es casualidad que en los grandes temas que actualmente importan a los uruguayos, tales como la educación, la seguridad interna, la previsión social o la economía, estos partidos con bases teóricas antidemocráticas, no logren acordar con el gobierno. No es por porfiados, se lo impide su concepción del mundo.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premiumHebert Gatto

Te puede interesar