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Venezuela y su libertad

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NICOLÁS ALBERTONI
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Naturalmente la pandemia ha hecho que los países deban focalizarse en la agenda sanitaria y económica. Es lógico que así sea.

Pero cuando la pandemia empiece a controlarse, reaparecerán -en algunos casos potenciadas- las debilidades de un mundo que ya tenía muchos pendientes. Por ejemplo, en nuestra región, volveremos a recordar que Venezuela sigue esperando por su libertad.

Hace pocos días conversaba con un amigo venezolano, residente desde hace algunos años en nuestro país. Mientras hablábamos sobre los desafíos sociales, políticos y económicos que ha generado esta pandemia a nivel mundial, me dice, “recuerda que, en mi país, el mismo régimen que ya destruyó todo, hoy se digna a prohibir el ingreso de vacunas”.

Sus palabras me increparon. Por momentos me sentí avergonzado al notar que en los minutos previos yo le había planteado como “grandes desafíos” las decisiones vinculadas a intentar bajar la movilidad y los equilibrios entre el impacto social y económico. Él me hablaba de algo mucho más importante: de una población intentando sobrevivir a un régimen que ya no solo destruyó por completo las instituciones, sino que, claramente abre, una vez más, una batalla directa contra la sociedad.

Su planteo me hizo recordar uno de los argumentos centrales de Martín Luther King en ¿Por qué no podemos esperar?, uno de sus más icónicos libros: no hay mayor peligro para una sociedad amenazada que los testigos de las violaciones piensen que esa sociedad todavía puede esperar.

Mientras en países como el nuestro el debate está puesto en la pertinencia de más o menos medidas públicas para enfrentar la pandemia, hoy en Venezuela no solo ya está prohibido debatir libremente, sino que existe un régimen que inhabilita el ingreso de vacunas porque fueron gestionadas por la Asamblea Nacional legítima y no por el régimen.

Hace pocos días, Nicolás Maduro declaró en cadena nacional: “no vamos a traer ninguna vacuna que esté causando estragos en el mundo, solamente van a venir las vacunas comprobadas científicamente en Venezuela que son seguras para nuestro pueblo”. Y así, aludiendo a la “soberanía sanitaria”, prohibió el ingreso de 2,4 millones de dosis de AstraZeneca.

Intentando acallar esta aberración, el chavista Jorge Rodríguez comenzó a hablar de una Ley del Ciberespacio para controlar lo que se dice en redes sociales y una reforma de la polémica Ley de Responsabilidad Social en Radio, Televisión y Medios Electrónicos (Resorte).

Este tipo de hechos expone la hipocresía de forma inmediata. Los que hoy reclaman apasionadamente en nuestro país más medidas del gobierno, como si esa fuera la solución mágica, no se los vio movilizados al ver que la población de un país hermano no pueden acceder a las vacunas por los caprichos de un dictador.

Georg Eickhoff, doctor en historia moderna y uno de los principales observadores del colapso político en Venezuela, nos recordaba hace pocos días en alguno de sus textos, la semejanza entre la crisis venezolana y la guerra en Ucrania. En ambas existe censura, la migración forzosa y poblaciones amenazadas ante un tipo de guerra difícil de comprender porque quien ejerce el poder, el régimen, utiliza todo tipo de herramientas para destruir a su oponente, la población.

De aquí que la doctrina oficial de la OTAN define estos casos como “guerras híbridas”. Eickhoff también nos recuerda que este tipo de guerras no se basa únicamente ni en la definición de Clausewitz -“la guerra es la continuación de la política con otros medios”- ni la de Foucault -“la política es la continuación de la guerra con otros medios”- Sino que son estas dos lógicas al mismo tiempo: la guerra y la política como medio y fin.

La conversación con mi amigo venezolano me hizo recordar que la urgencia de esta pandemia no nos debe alejar de lo importante que es denunciar la injusticia.

Hoy, en Uruguay, contamos con un gobierno para el que la causa por la libertad en Venezuela es uno de sus temas principales de la agenda de política exterior. Así lo hizo saber nuestro presidente hace pocos días en la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno al volver a resaltar que el régimen de Maduro “le debe abrir las puertas urgentemente a la democracia”.

En una región a la que el populismo le vuelve a respirar en la nuca, contar con un gobierno que sin pelos en la lengua le pide a un régimen que se abra a la libertad, no es poca cosa. Uruguay puede transformarse hoy el oxígeno que la población venezolana necesita para tener la esperanza de volver a ver la libertad.

Como testigos, no solo no debemos olvidar sino también denunciar hasta que se logre justicia. San Alberto Hurtado dijo en algún momento, “lo más grave, peor que la persecución, es que la verdad se quede sin testimonio”.

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