Creo que por primera vez en esta campaña electoral se abrió un debate público sobre política cultural, y estoy feliz de haberlo motivado.
Resulta que opiné del tema en un video breve que el Partido Independiente publicó en las redes sociales, y el contenido de mi mensaje fue respondido de manera muy amplia por el músico y gestor cultural Julio Brum en La Diaria de anteayer. En un pasaje de mi alocución yo decía que la misión de la política cultural es "enriquecer intelectos y refinar sensibilidades" en todos los niveles sociales, y lo resumía en la frase que irritó a Brum: "más Mozart y menos cánticos de barrabravas".
Él saca la conclusión, a partir de ese aserto, que mi propuesta de política cultural es "una visión piramidal" que privilegia la cultura académica sobre la popular. Presupone que "desde el Olimpo", postulo "una ideología que ignora el valor cultural de la música popular" y que represento un sentir según el cual "el Estado se siente en falta si no fomenta el estudio de la rica tradición musical europea", en desmedro del fomento al "arte del payador, el toque del candombe, el canto murguero", etc. A cierta altura, el columnista se solivianta y dice que mi punto de vista es "marcadamente clasista y cuasi xenófobo", porque quiero "inyectar alta cultura a los desclasados".
La verdad es que nunca planteé mis ideas como una oposición entre cultura académica y cultura popular, o europea contra autóctona. Cuando critico esos cánticos me refiero a eso mismo, a los coros que dicen cosas tan bonitas como "no me puedo olvidar de aquella vez que matamos a una gallina", que no son entonados por "desclasados", sino por gente que integra todos los estratos sociales. O los estúpidos reguetones y las cumbias villeras que promueven el sexismo y distintas formas de violencia, no solo son escuchados en los asentamientos, también son bailados en cualquier fiesta de 15 de las zonas más económicamente favorecidas. O sea, mi aversión no es hacia la cultura popular sino hacia la cultura lumpen; la que se impone al público a partir de una divulgación privilegiada, por parte de medios de comunicación y agentes comerciales, más preocupados por adocenar a las personas que por enriquecer su espíritu crítico y su capacidad de goce estético. Mi polemista entiende que veo lo popular como un “sucio yuyo agreste que nace salvajemente". Me permito recordarle que soy un director de teatro que también pone en escena comedias (cultura popular, ni más ni menos), muchas de ellas nacionales, de autores tan exitosos como Fernando Schmidt y Andrés Tulipano y me enorgullece. Del mismo modo, no se me ocurriría calificar de sucios yuyos a prohombres de la música popular uruguaya como Ruben Rada, Jaime Roos y tantos otros. Tampoco tengo problema con el arte murguero, salvo con el que lo utiliza para pasar mensajes político-partidarios ramplones y terrajas.
Creo que la manera como me malinterpreta el columnista de La Diaria tiene que ver con el enojo de una parte de los intelectuales del FA, de ver a gente de otras tiendas opinando sobre "su coto", el de la cultura. Si ellos son el pueblo, se ven en la obligación de demostrar que nosotros somos la oligarquía. Bienvenido el debate sobre este trascendente asunto, pero sería bueno que no se transformara en una pueril batalla de camisetas. Esa es la cultura barrabrava que debemos combatir.