“La grieta” que se ve en el cónclave

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Los líderes del cristianismo antiguo eran elegidos en las tumultuosas asambleas que le dieron el nombre a la iglesia, cuyo origen está en el término griego ekklesia, que significa, precisamente, asamblea.

La de las catacumbas era una iglesia horizontal y clandestina que, tras el edicto de Milán promulgado por el emperador Constantino en el año 313, legalizando al cristianismo y demás creencias, se verticalizó haciendo que sus Papas dejaran en de ser verdaderamente “humildes obispos de Roma” para concentrar una autoridad monárquica.

Desde entonces, y por siglos, cada Papa fue elegido por su antecesor, tras cuya muerte accedían al Trono de Pedro. Más tarde, el estamento cardenalicio monopolizó la designación de los jefes de la iglesia y en la Alta Edad Media los procesos volvieron a ser asambleas que, aunque aristocráticas y numéricamente reducidas, se empantanaban en discusiones y pujas que llevaban meses.

Por eso en el Siglo XIII, según algunas versiones históricas debido a un príncipe o condotiero en cuyo palacio se realizaba la elección, harto por prolongación del proceso, encerró a los cardenales bajo llave y les dijo que los mantendría enclaustrados a pan y agua hasta que acordaran un nuevo Papa, logrando que todos se pusieran de acuerdo rápidamente.

La raíz etimológica de la palabra “llave” es “clavis”, de dónde devienen las palabras “enclaustrado” y “cónclave”.

Por cierto, en los últimos siglos los cardenales no son encerrados bajo llave en la Capilla Sixtina y los cónclaves duran lo que deban durar. La duración es señal de lo que enmarcará al nuevo pontificado. Cuando la fumata blanca tarda mucho en llegar, es porque las divisiones y diferencias teológicas y políticas son profundas, señal de que el marco del papado naciente puede ser turbulento.

Por el contrario, cuando si el anuncio “Habemus Papa” sale de la primera fumata o tras unas pocas fumatas negras, es señal de que resultó fácil consensuar y, por ende, el papado entrante puede tener un marco armonioso.

En la antesala de este cónclave hubo señales encontradas sobre su definición, porque ser grande la “grieta” que separa a los partidarios de continuar y profundizar el legado de Francisco y los partidarios de ponerle fin con un giro copernicano de la iglesia.

¿Cuál es el legado de Francisco? La confluencia entre la confrontación abierta que inició Benedicto XVI y continuó el Papa argentino contra la pedofilia en la estructura eclesial y la corrupción en las licitaciones vaticanas y en las finanzas de la iglesia, con la apertura que inició Jorge Bergoglio hacia los grupos tradicionalmente segregados y anatemizados por el clero, como los divorciados y los homosexuales, entre otros.

Los detractores más recalcitrantes de Francisco quieren un Papa que cierre de un portazo las puertas que suavemente estaba abriendo Bergoglio, mientras que en la vereda “francisquista” están los cardenales que quieren profundizar las reformas que inició tibiamente el pontífice jesuita, y otros que optan por la moderación y quieren dejar el legado tal como está, sin ampliarlo ni profundizarlo.

Entre los principales exponentes están el cardenal filipino Antonio Tagle, querido por Francisco y partidario de ampliar fuertemente la apertura de la iglesia, y el italiano Matteo Zuppi, quien compartía con el Papa la voluntad de hacer una iglesia con los “pies en el barro” donde los “pastores huelan a oveja”, y a quien, por su cercanía con la gente, en Italia llaman “il prete di strada” (el cura de la calle).

En la vereda “anti-francisquista” sobresalen en el ala recalcitrante el cardenal guineano Robert Sarah y los norteamericanos Raymond Burke y Thimothy Dolan, arzobispos de Wisconsin y de Nueva York, además de otras figuras reaccionarias como el primado húngaro Péter Erdö, arzobispo de Esztergom-Budapest, quien en la política secular es partidario del conservador pro-ruso Viktor Orban.

Las figuras de consenso son Pietro Parolin, el maltés Mario Greech y otro norteamericano: el arzobispo de Chicago Robert Prevost. Fieles a Francisco pero moderados y pragmáticos.

El punto de consenso para un Cónclave breve serían figuras como éstas, comprometidas con mantener el legado de Francisco, sin ampliarlo ni profundizarlo.

En las próximas horas o días se verá si las líneas duras de ambas veredas permiten o frustran la llegada rápida a una figura de consenso.

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