La lucha contra la cultura woke, muy enfática en los Estados Unidos, está irradiando hacia el resto del mundo e implicándose en escenarios estratégicos influyendo en su valoración. Sin embargo, sus contornos y alcances no son claros. Rodeada de ambiguedades sus críticos provienen en su mayoría de sectores conservadores de matriz derechista, pero también, aumentado la imprecisión, desde grupo de la izquierda clásica. Procuraremos internarnos en ese panorama para intentar despejarlo.
En sus frecuentes menciones en Internet, donde adquirió su denominación, la cultura woke se definió por su fuertre enfrentamiento al racismo, la discriminación, la igualdad de género, los derechos LGBTQ+, el indianismo el cambio climático y toda situación que considera injusta. Woke significa estar despierto, superar la indiferencia ante la discriminación incluso la implicada por el binarismo sexual. De allí que algunos de sus exponentes, fundamentalmente las feministas, lleguen a expresar que su “feminismo woke” es la actual izquierda ideológica. Sustituye al perimido equema clasista.
Por su lado, gran parte de la izquierda clásica, la de Marx y Lenin, si bien ya minoritaria, critica esta cultura sosteniendo que ella se focaliza en la defensa de la identidad como el género, la etnia, la orientación sexual, la religión, etc. y no en lo que constituye el centro del problema: la explotación capitalista. Una destacada teórica woke Susan Neiman escribió un ensayo con el título “La izquierda no es woke.” Allí se señala que sin la derrota del capitalismo a través de la lucha proletaria el socialismo no es concebible. Creer que imponiendo la agenda de derechos, o sustituyendo la “explotación” capitalista por el feminismo woke, se cambia el mundo, constituye una consoladora ilusión. No es fácil señalar que espacio dejó el Marx maduro del Capital a aquellas estrategias, que desde posiciones moralistas buscaban otros caminos para el socialismo. Sí enfatizó siempre que la Historia seguía otro camino. Lo que es cierto, adicionalmente, es que la izquierda clásica se mostró siempre ambigua con el nacionalismo que el wokismo ensalza.
Sin embargo, lo curioso, señal de la ambigüedad ideológica que transitamos es que la actual derecha radical antiestatista, la de Trump y sus aliados, también se revela oponente radical de la agenda woke. Según manifiestan ella ataca a la familia, las tradiciones y el patriotismo. Se trata, arguye, de ideologías disolventes contrarias a los padres de familia, a los nacionales, a los emprendedores, quebrando su historia y sus valores. De ese modo tanto la derecha radical como parte de la izquierda se cofunden en su ataque visceral a la cultura woke exibiendo su indeferencia frente a la desigualdad y el desamparo. Por más que ello no sea óbice para que otra parte del feminismo woke se considere la verdadera izquierda.
Si el panorama ya es confuso lo inesperado es que también el liberalismo tradicional, en sus últimos desarrollos (que no se confunden con el neoliberalismo o el liberismo) se ve envuelto en controversias con la cultura woke. El liberalismo de John Locke y John Stuart Mill últimamente profundizado por John Rawls, Donald Dworkin y otros en su variante igualitarista, ocupa en general el centro del espectro político. Un frente, como señalamos, conformado por variantes de la izquierda (pro woke y anti woke, en su expresión más reciente) y por las variadas derechas.
A diferencia de ellas el actual liberalismo sigue conservando una concepción centrada en el individuo y sus derechos. Tal el para el liberalismo el supuesto de Locke según el cual los hombres son libres, iguales e independientes. Lo que lo diferencia como especie es la libertad, entendida como capacidad de autodeterminación y libre realización, junto a la razón al servicio de esta. Sin razón la libertad subjetiva no tendría razón de existir.
La especie está dotada de derechos, los actualmente denominados derechos humanos, que bajo otra denominación pugnaban desde el Renacimiento. Derechos generales y abstractos y de máxima jerarquía que definen al humano y sin los cuales -sostienen los liberales- la especie no sobreviría. Además el hombre es un ser social lo que requirió el surgimiento de la moral para regular su vida asociativa. Moral y las ideologías que de ella se derivan existen como normas que tutelan la igual autonomía existencial de los individuos como cohabitantes. Ésta autonomía constituye su cerno. De allí que la tarea esencial de la cultura liberal deba ser protegerla. El principal mérito de una sociedad, dice Rawls, radica en la justicia.
No es para nada claro que estos principios elementales del liberalismo filosófico, actualmente solitario ocupante del centro político en el planeta, sean contemplados por la cultura woke. Muchos de sus sostenedores, entienden que la principal obligación humana es generar una sociedad buena, impregnada de dulzura y amor donde lo esencial sean, no ya los derechos abstractos, sino los cuidados, otorgando a los sentimientos el lugar de la razón. Entienden, descalificándolo, que el individualismo liberal es una postura errónea, otra modalidad de pernicioso racionalismo que sobreestima el lugar de la razón en la política. La justicia, afirman, algunas feministas woke, “es un concepto cargado de género”. Oculta la empatía que la sociedad requiere. De ese modo liberalismo y cultura woke, en contra de lo que parecería y pese a sus afinidades, también terminan por chocar.
Esto no significa que la cultura woke y su papel en la lucha contra la discriminación seadesechable como sugieren derechas e izquierdas; lo que el liberalismo reclama, es formularla con prudencia, impedir sus excesos y prestar atención a la máxima esencial de su credo. Los derechos del ser humano, los que tutelan su libertad y su igualdad, por más que abstractos y generales, son el fundamento de la especie. Los restantes, los de mujeres, niños, homosexuales o esquimales son particularizaciones de esos derechos genéricos y jamás pueden oponerse a los mismos ni sustituírlos. Cuidar con dulzura es correcto, pero no es más que una aplicación específica del igual derecho de todos a una vida como seres autónomos y racionales. Primero se debe ser justo para luego mostrarse virtuoso y maternal.