Peronismo y antiperonismo cincelaron durante los últimos ochenta años el imaginario de los argentinos. Los pliegues más recónditos de su fisonomía como pueblo se reflejaron en la lucha sin par entre dos dogmas o concepciones que terminaron por convertirse en la más acusada de sus señales de identidad. No porque fueran dos encares socio políticos profundos, inalterables en el tiempo, sino porque pese a sus transformaciones, consiguieron mantener una adhesión de temperatura inusual de orden cuasi sacro.
El peronismo surgido a mitad de los cuarenta, ya finalizando la segunda guerra mundial, constituyó un movimiento de compleja caracterización. Fue populista, autocrático, obrerista, sindicalista, anticomunista, católico, corporativista, estadocrático, jerárquico, antidemocrático, neoliberal y autoritarista, sin que ninguna de esas facetas, incluyendo su sesgo final hacia la izquierda, dejaran de estar presentes cuando, por distintas circunstancias, cada uno de ellos empalideció su presencia.
El antiperonismo fue su contrario, pero igualmente en su largo devenir lo caracterizaron varios rasgos doctrinarios, la mayoría igualmente contradictorios entre sí. Fue nacionalista, liberal, autoritario, anticomunista, militarista, católico ultramontano y militarista, pero siempre lo definió su acento antiperonista, el más definitorio de sus frentes. También al igual que su rival supo estar representado por distintos actores y partidos, desde el ejército fuertemente predominante, su más tenaz contrincante, a sectores de apelación democrática como el radicalismo en sus diferentes presentaciones históricas.
Hay quienes hoy sostienen que la última de sus derrotas de días pasados puede suponer el ocaso definitivo del peronismo. No fue solo una batalla perdida, lo humillaron groseramente quienes se declaran su antítesis definitiva. Su némesis. Una derecha ultraliberal surgida en la fragua de los colosales errores peronistas forjados durante décadas. El último en la penosa presidencia de Alberto Fernández. No obstante, no es sencillo asentir. El peronismo sigue representado a un tercio de los argentinos y la abstención de otro tercio de los mismos en esta consulta -de muy difícil interpretación,- no autoriza aserciones terminantes. Al fin y al cabo, hace apenas pocos meses había triunfado en la Provincia de Buenos Aires, lejos la más importante del país, pronosticando un clamoroso resurgimiento, por más que se tratara de dos consultas diferentes, comarcal una, nacional la otra. O quizás los argentinos hayan elegido vivir en perpetua contradicción. Denostándose unos a otros durante decenios y desde esa visceral confrontación, largamente más profunda que la política, se hayan internado en los meandros más arcanos de la sicología social, para desde allí, obtener la energía necesaria para exhibirse como pueblo. Tal como los antiguos mongoles que solo se manifestaban guerreando, aunque esta vez solo se trate de la interminable oposición entre dos fracciones de una misma nación. O, abandonando esoterismos, haciendo exactamente lo contrario y abandonando por fin la lucha, confiado en la dudosa promesa neoliberal de dejar atrás los abrumadoras falencias del hasta ahora invencible peronismo. Un karma cuyo destino nadie puede predecir con seguridad.