Wake up, Neo

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FRANCISCO FAIG
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Martín Aguirre planteó hace unas semanas que quienes escribimos tenemos, en última instancia, una especie de tema único y central, una especie de matriz inicial a partir de la cual se desarrollan nuestras reflexiones.

Me pareció exagerado a la vez que en algo cierto. Luego de cenar con un amigo de visita en Montevideo, consultor, profesor y doctor en ciencia política, con quien compartimos estudios universitarios a finales de los años 90 en París y que reside en Europa, asocié ideas: si hay una matriz inicial en el sentido de Aguirre, en mi caso ha sido la voluntad de comprender y responder a la pregunta de por qué quien manda, manda como manda y no manda de otra forma.

Es decir, en términos más académicos, estudiar el asunto de la legitimidad del poder, de sus formas y sus límites y de sus consecuencias sobre la vida del común de los mortales. Poder político sí, pero también el de la palabra que forma universos simbólicos, y el de la concreta y cotidiana vida en sociedad que limita y explica los contornos de la libertad individual.

Recordé así aquella formidable primera lectura del “Discurso de la servidumbre voluntaria” de La Boétie, y un itinerario que lleva de Platón y Aristóteles a Maquiavelo y sus consejos, pasando por el descarnado (y realista) Hobbes, la inteligencia del poder partido de Montesquieu, el reflejo filosófico antidogmático de Voltaire, el discurso de las libertades de Constant, la sutileza analítica de Tocqueville, y más cercanos por ser del siglo XX, los textos de Arendt, Aron y Berlin, por ejemplo, que todos ellos reflexionan sobre ese asunto del mandar y el obedecer.

Lo formidable es percibir como todo aquello que son reflexiones teóricas, que podían haberse resuelto en la práctica con el consenso post- Fukuyama sobre la democracia liberal y la economía de mercado, han vuelto con un vigor inusitado al primer plano de la vida real en estos años 20 del siglo XXI. En efecto, aquello de saber y entender cómo y porqué la gente acepta ver cercenadas sus libertades, y de tomar nota de la extensión de las nuevas formas del poder moderno, me cayó encima, de golpe, cuando mi buen amigo burgués, globalizado, políglota, culto y exitoso, me argumentó con naturalidad que había que adaptarse a este nuevo tiempo postpandemia lleno de libertades individuales recortadas. Que así habrá de ser el futuro y listo.

Una histeria mediática te inventa grandes males de una variante equis, un poder democrático pero arbitrario -como el de Francia hoy, por ejemplo- te cierra las discotecas o te obliga a andar con pases sanitarios para tomarte un café al aire libre, ¿y eso debe ser aceptado por ser lo que te tocó en suerte en esta época, analizado como la extensión del biopoder y citando a voluntad a Foucault o a Deleuze? Pues sí, en la lógica de la servidumbre voluntaria, forjada en el miedo a la libertad (otra lectura del siglo XX) y en la aceptación resignada de las grandes masas, desde siempre, del poder arbitrario avasallante (¡oh meandros del estalinismo!).

Si ese termina siendo el sino de nuestra época, habrá que honrar la dignidad del chispazo filosófico inicial (de vuelta Platón), y dar la batalla por la luz de la libertad en tiempos oscuros: por nuestros hijos y por los hijos de nuestros adversarios.

Wake up, Neo.

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