El Ministerio de Trabajo

La primera impresión sobre el actual gobierno del F.A. sugiere una administración prudente, que evita internarse en políticas disruptivas que originen fracturas profundas con la oposición. La suave penillanura donde las diferencias son resueltas pacíficamente sigue siendo un valor estimado por generaciones.

Buena muestra de ello fue la pacífica y consensual tramitación del Presupuesto Nacional, un logro de una conducción política cuyo mejor representante es sin duda Yamandú Orsi, de disposición razonable, abierta y dialogal. Lo que no significa que la misma sea unánime o monolítica. Algunas medidas recientes como la discutible designación de Carolina Ache como embajadora de nuestro país en Portugal, recibida por el Partido Colorado como una directa agresión, la promesa de derogación de la representación social en la Anep, ratificada por un plebiscito subsiguiente, la férrea defensa de Santiago Danza en la conducción de Asse, así como la indeclinable insistencia en la usina de Casupá, asumida como insignia partidaria, marcan distancias donde naufragan los acuerdos. Asimismo, resulta claro que la actual estrategia frentista no es necesariamente compartida por la totalidad de la coalición, dentro de la cual algunos sectores, con el liderazgo difuso e incipiente de Carolina Cosse, comienzan a reclamar distintos lineamientos, insistiendo en fidelidades ideológicas que estarían siendo olvidadas por la mayoría del partido de gobierno. Una amenaza al momento más potencial que presente.

Sin embargo, dentro de este panorama relativamente calmo, que procura proteger tradiciones caras a la nación y a su democracia, existe una contradicción notoria, no advertida en toda su dimensión, que enturbia la ruta de paz elegida por el gobierno.

Me refiero a la designación de Juan Castillo como Ministro de Trabajo.

No se trata aquí de olvidar que el Partido Comunista del Uruguay es desde los ya lejanos inicios del F.A. en 1971, un sector importante dentro de la coalición frentista. Tanto que en algunos momentos fue mayoría en el mismo y su presencia, fundamentalmente durante la dictadura y etapas posteriores, fue siempre de relieve. Desde su orientación ideológica a su práctica política. Menos aun omitir que una amplia coalición fue la estrategia reclamada por la Comitern (organismo de coordinación de partidos comunistas no soviéticos) a todos sus integrantes en el VII Congreso de Moscú en 1935, donde, contrariando la anterior orientación, se ordenó la asociación con agrupaciones de izquierda, o meramente democráticos, mediante los llamados “Frentes Populares”, en la lucha internacional contra el fascismo. Estrategia universal de la que fue fiel discípulo Rodney Arismendi, procurando, desde sus orígenes, como principal dirigente en 1955, la dispuesta unidad. Un logro al que llegó, luego de reiterados esfuerzos, mediante un programa de inflexión socialista recién a comienzos de los setenta con el P.S. y grupos menores. Por lo que bien puede afirmarse que sin el P.C.U. es probable que nunca hubiera existido en el país una coalición de izquierda.

También es cierto que la crisis de la Unión Soviética y su imperio a fines de los ochenta implicó un enorme sacudón para los partidos comunistas del mundo, que, a la vista de su siniestro fracaso, terminaron en su casi totalidad por abandonar el marxismo-leninismo para transformarse en partidos socialistas democráticos. Ese, sin embargo, no fue el caso del partido comunista uruguayo que en su XXII Congreso del año 1990 mantuvo su definición marxista-leninista y rechazó expresamente suprimir algunas de sus luminarias doctrinarias de mayor pregnancia antidemocrática, como fue el caso de la “dictadura del proletariado”, lo que motivó la inmediata renuncia de su dirigencia. Situación que hasta hoy se mantiene incambiada.

Podría argumentarse que P.C.U. ha dejado de utilizar esas menciones sustituyéndolas por apelaciones más inclusivas y democráticas como “democracia avanzada” y que lo mismo ocurre con su práctica política en el Frente. Sin embargo, en lo referido a su encuadre ideológico, no es esa la realidad. Días pasados los comunistas uruguayos celebraron los ciento cinco años de la aparición de su partido con varios actos y un discurso de su Secretario General, que como sabemos, es también nuestro Ministro de Trabajo. En su alocución el Ministro/Secretario, comenzó repasando la historia de su partido recordándonos que “hace 105 años fue la solidaridad con la revolución de octubre, el primer intento victorioso de los oprimidos de gobernarse a sí mismos”, siguiendo, con su apoyo a Venezuela, Cuba y Nicaragua en cada uno de sus alzamientos revolucionarios. También se expresó sobre sus fundamentos ideológicos, diciendo: “reafirmamos el Marxismo-Leninismo como teoría viva de la revolución, herramienta para interpretar y transformar la realidad, no como dogma sino como guía para la acción.” El Partido “debe estudiar, actualizar y aplicar creadoramente el Marxismo-Leninismo a la realidad uruguaya y continuar con la vista puesta en la emancipación social y nacional.” Sin que ninguna autocrítica, ninguna reflexión sobre el horror revolucionario de Octubre, se recordase.

Es notorio que Uruguay atraviesa una compleja conflictiva social, con huelgas de larga duración como Conaprole, o el puerto, que más allá del derecho de sus sindicatos a realizarlas, ponen en jaque aspectos vitales de la economía del país. El PIT-CNT, como central sindical acompaña estos reclamos constituyéndose en apoyo clave de los mismos. Nadie ignora que la central mantiene contacto permanente con el Partido Comunista y ostenta, por importante mayoría, su misma ideología. Su Presidente es Marcelo

Abdala, miembro del Comité Central del P.C.U., mientras, como reiteramos, Juan Castillo es Ministro de Trabajo y Secretario General del P.C.U. Una superposición de roles, que no hace bien al país y de la que es absolutamente responsable su promotor, el Frente Amplio. En nuestro país quien debe armonizar y prevenir los conflictos entre proletarios y empresas es un personaje que en su rol de Ministro proclama que éstas son entidades explotadoras que serán barridas por una revolución clasista que sepultará al capitalismo. ¿Es esta situación aceptable en el Uruguay de hoy?

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