El sábado 4 de este mes, alrededor de un centenar de frenteamplistas realizaron una reunión donde analizaron y criticaron la marcha del gobierno encabezado por Yamandú Orsi. Según se informó, el acto, inusual, según las costumbres del FA, fue seguido por más de 5.000 simpatizantes, Youtube mediante. Se trató, se recalcó, de militantes “de a pie”, que bajo la consigna “tenemos que hablar” sostuvieron que el actual desempeño de la fuerza política no coincide con su programa electoral, una actitud que implica que “se ganó por la izquierda pero se está gobernando por derecha.”
Si bien antes de su realización uno de sus proponentes aclaró, procurando bajar temperatura a la convocatoria, que no se trataba de nacionalizar los medios de producción, los reunidos se expidieron críticamente sobre temas concretos de la gestión frentista. En política exterior, un aspecto de alto realce en la reunión, denunciaron que se titubea en la condena de Israel, claro genocida en Gaza. Ello exige romper relaciones con Israel. En lo referido a su desempeño interno, observaron que no grava la riqueza como propone el PIT CNT ni destina fondos a la educación, manteniendo una gestión poco destacada, sin aportes de izquierda, similar a la del lamentable gobierno anterior.
Como es obvio, aún cuando se desconozca la real capacidad de convocatoria del grupo, se trata de un problema al interior del partido de gobierno que el mismo deberá solventar. Por más que la realidad sea bastante más profunda. Como hemos comentado en anteriores oportunidades, en la coalición frentista, menos partido unificado de lo que se pretende, conviven dos sectores de diferente cultura política y por ende de distinta ideología. Por un lado la habitan los anticapitalistas revolucionarios, representados por el Partido Comunista del Uruguay, el Socialista, de similar propuesta y varios grupos menores, más afiliados independientes, todos seguidores, con leves diferencias, de la corriente central. Si bien, dados los actuales condicionantes, aceptan diferir la revolución, la siguen aguardando como un objetivo del que no cabe apartar el rumbo, convencidos de la superioridad moral de su propuesta.
A su lado, coexiste una corriente, actualmente mayoritaria, cuya ideología seguidora de la cultura woke, acepta y practica el capitalismo como modo de producción, ensayando una política identitaria de apoyo a aquellos grupos, según su óptica, menos favorecidos de la sociedad. Al unísono, en el plano económico, practican un reformismo estatal moderado, bastante similar en su ejecución a la social-democracia, a la que, sin embargo, vituperan. De allí que, aun cuando ambas identidades habitan un Frente único, mantienen distinciones en lo que refiere a la conformación socioeconómica de la comunidad. Unos son anticapitalistas y por consiguiente clasistas basando sus metas finales en un objetivo transformador, los otros, han renunciado discretamente a esa meta, y practican una política centrista, en términos clásicos. A esa renuncia la llaman adaptación a los tiempos. Dada esta situación resulta obvio que la reunión de frentistas descontentos que analizamos, debe rastrearse en una división que atraviesa longitudinalmente al partido de gobierno y que ya luce como irredimible.