Mientras Zeus nos tira unas gotas de lluvia, seguramente enternecido ante los disparates que hemos tenido que aguantar en las últimas semanas a raíz de la escasez de agua, en Uruguay seguimos enfrascados en la búsqueda indignada del culpable de lo que nos pasa.
¡Tranquilo! Se lo vamos a identificar sin lugar a dudas al final de asta pieza. Pero antes nos gustaría marcar dos hechos, dos sensaciones, que nos ha dejado el ensayo general de crisis apocalíptica que hemos padecido estos días.
Para empezar, resulta asombroso ver el nivel de frenesí, de indignación, de demanda impertinente de respuestas, que experimenta la población urbana, cuando la naturaleza hace uno de sus periódicos requiebres a la costumbre. Cuanto más alejada está la gente de que su vida diaria esté marcada por los fenómenos naturales, menos capacidad parece tener para entender que hay cosas que están lejos, muy lejos, no ya de nuestra capacidad de comprensión, sino de acción.
Sí, a veces pasan cosas. Cosas que de repente hace 50 o 100 años que no ocurren, y pasan. A veces uno hace todo bien, y sin embargo la naturaleza dispone diferente. Sí, aunque nos guste creer que los humanos civilizados tenemos todo bajo control (con el mismo fervor religioso que otros creen que todo es una gran conspiración), resulta que no.
Prueba tragicómica de esto (entre cientos que hemos visto estos días) fue una entrevista al meteorólogo José Serra en un matinal de TV. El hombre, con infinita paciencia, intentaba explicar la transición del fenómeno de La Niña, al Niño, y sus eventuales consecuencias, cuando es interpelado severamente por una panelista: “pero... entonces... ¿va a llover en junio o no?”. “Bueno, los modelos indicarían que hay chance de que llueva mucho cuando cambie el ciclo”. “Pero... ¿usted está diciendo que va a haber inundaciones?”. “¿Qué podemos hacer para prevenir las inundaciones?”.
Imagínese si un tambero, o alguien que invirtió buena parte de su patrimonio en una chacra de soja, tuviera esa actitud.
La realidad es que la naturaleza tiene sus reglas y ciclos, y no podrían importarle menos los ataques de ansiedad de un humano urbano, indignado porque su café tiene un sabor inadecuado.
De la misma forma que la economía tiene sus reglas, y no podría importarle menos el enojo voluntarista de alguien como el dirigente sindical este de OSE, Kreimerman, que ha sido cara repetida en todos los medios en las últimas semanas. Más allá de sus comentarios técnicos sobre el tema, de alguna forma respetables aunque vayan diametralmente en contra de lo que ha dicho el experto israelí que vino a asesorar a OSE (usted decide a quién prefiere creer), lo insólito son los políticos.
Según el aguerrido sindicalista, el estado “debe INTERVENIR (sí, con mayúsculas) el mercado del agua embotellada, fijar precios y penalizar el acopio”. También criticó que “el agronegocio y las pasteras se sigan llevando el agua dul-ce, mientras que para la gente traemos desalinizadora. De rodillas ante el capital, como siempre, clase contra clase, no queda otra”.
Mark Twain escribió un librito llamado “Un Yanqui en la Corte del Rey Arturo”, donde un hombre de Connecticut despertaba un día en la edad media. Escuchar a Kreimerman es experimentar algo similar, pero despertándonos en 1917. “Fijar precios”, “intervención estatal”, guerra a los acopiadores”... ¿Dónde escuchamos eso antes? ¿Kirch-ner? ¿Chávez? ¿Fidel? ¿Mugabe? Anduvo bárbaro esa receta, ¿eh? ¡Todo un éxito!
Pero no es muy distinto a lo que escuchamos de la cúpula del Pit Cnt, cuyo líder Marcelo Abdala engoló la voz con su tono más épico para anunciar una “gran movilización ciudadana en defensa del agua” para este miércoles. Seguramente que eso cambie todo.
Hay un artículo del escritor español Pérez Reverte donde analiza algo parecido a lo que nos pasa con el agua hoy en Uruguay. Allí dice: “Pretendes, cretino implume, que el mundo sea una oenegé dispuesta a atenderte en el acto; y en caso contrario buscas un responsable. (...) Eres tan infantil que no comprendes que no todo es previsible, y que nadie es inmune al caos periódico, al zarpazo de una Naturaleza desprovista de sentimientos”.
Pero no se equivoque, amigo lector. Acá sí que hay un responsable de esta crisis con el agua potable en Montevideo. Y si lo quiere encontrar, busque el espejo más cercano. Hace 20 años o más que se sabe que hay que invertir un par de cientos de millones en generar una fuente alternativa de agua para la zona metropolitana. ¿Sabe por qué ningún político, de ningún partido, lo hizo? Porque nadie iba a premiar eso con votos. De la misma forma que nadie premia con votos al que diga que hay que mejorar las cárceles, o tantas urgencias que tenemos, pero que quedan en segundo plano frente a “antelesarenas” y otras cosas vistosas similares.
Que la culpa no es del chancho, sino del que le rasca el lomo.