Coalición y autoboicot

Cuando leo a políticos coalicionistas rechazando la idea de un lema común a nivel nacional, la primera palabra que me viene a la mente es “autoboicot”. Según la IA de Google, se trata de “un patrón de comportamiento donde una persona crea obstáculos a sí misma para lograr sus objetivos, ya sea de forma consciente o inconsciente, a menudo motivado por el miedo al cambio, a la incertidumbre o por una baja autoestima”.

El resultado de la elección parlamentaria de 2024 fue concluyente: si los partidos coaligados se hubieran presentado en un lema único, los 100.000 votos más que obtuvieron habrían bastado para tener mayoría en ambas cámaras, por la acumulación de restos. Y esto podría haber influido en un resultado favorable incluso en el balotaje.

Pero no fue así: la coalición hizo una desgastante interna presidencial tardía, mientras el FA cinchaba unido por su candidato. Quienes ahora rechazan el lema común parten del supuesto de que las identidades partidarias son demasiado fuertes como para que en octubre un colorado vote a un blanco o viceversa. Esta hipótesis es tan discutible como su contraria: habría que empezar por realizar una investigación cuali-cuantitativa seria, para determinar si esas fidelidades hoy son tan influyentes. En cada efeméride partidaria nos pasamos lagrimeando sobre la vigencia de las colectividades históricas, de las más antiguas del mundo, pero cada vez que hay elecciones, resulta que ninguna tiene el respaldo suficiente para ganar en primera vuelta. ¿No habrá llegado la hora de animarse a cambiar, a asumir que la tradición es muy noble pero que la lógica del balotaje tiende inevitablemente a polarizar las corrientes de opinión, dejando los matices solo como sublemas?

Nuestros políticos aprecian el cambio únicamente en función de contextos departamentales (Montevideo, Canelones, Salto), pero la gente no vota a partir de cálculos fríos sino con el corazón. Dicen que en el interior la identificación con los partidos históricos es muy fuerte, pero en Rivera hay blancos que votan a los colorados y en Colonia a la inversa. Hay departamentos donde la puja entre candidatos de un mismo partido es mucho más fuerte que la que se da con adversarios (Cerro Largo, entre otros). Deberíamos entender de una vez por todas que en política no existe “la vaca atada”. La diferencia no la hacen los cintillos sino la atracción de los liderazgos y la pertinencia de las ideas.

He leído también que un lema común fortalecería a los blancos en detrimento de los colorados. No es así. Una vez consolidada una coalición vigorosa, la clave de la interna estará dada por la capacidad persuasiva de sus distintos precandidatos.

Los colorados no votarán mejor que los blancos por hacerlo separados: lo lograrán cuando su candidato atraiga más gente que el de ellos. Y si algo atormenta al oficialismo es una Coalición unida. Por algo nos aconseja generosamente el politólogo Chasquetti que “si quieren que siga gobernando el FA, formen un partido”.

Pero todo esto caerá en saco roto si no nos tomamos en serio lo que significa un lema común a nivel nacional. No es un acuerdo electoral oportunista ni una mera contestación al adversario: es una construcción ideológica potente en torno a los valores comunes de los partidos que lo integren. Mucho más que una marca y un logotipo: es un programa de principios y un posicionamiento que trascienda lo pragmático y conecte con los sentimientos del votante.

¿No habrá llegado la hora de crear una mística coalicionista, en torno a los valores de la libertad y la tolerancia?

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar