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Hacia un eje árabe-israelí

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Claudio Fantini
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Jalifa bin Zayed bin Sultán al Nahyan dio un paso histórico que empieza a blanquear el realineamiento geoestratégico que está cambiando al Oriente Medio.

El emir de Abu Dabi y presidente de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) reconoció al estado de Israel mediante un acuerdo de efectos similares a los que firmaron el egipcio Anuar el Sadat en 1978 y el rey Hussein de Jordania en 1994. Por haber dado ese paso, a Sadat lo asesinaron militares nacionalistas y el monarca jordano sufrió varios atentados. Pero tanto Egipto como el reino hachemita permanecieron fieles a los acuerdos.
Desde entonces ningún otro país árabe había reconocido a Israel, aunque Omán había avanzado a medias en ese sentido al hablar de “Estado israelí”, en lugar de usar el término “ente sionista”.
La pregunta es por qué EAU dio este paso y qué significa. Según Abu Dabi, porque así logró que Netanyahu desistiera de anexar el 30 por ciento del Valle del Jordán.
No es cierto. El primer ministro israelí sólo ha postergado la anexión que amputará a Cisjordania, acrecentando la inviabilidad territorial de un Estado palestino. Y esa postergación no tiene que ver con el histórico reconocimiento que dio la federación que nuclea a siete emiratos del Golfo, sino con la imposibilidad que encontró Netanyahu para su aprobación en la Kenesset.
Muchos israelíes se oponen y Beny Gantz, principal socio de la coalición gubernamental, ordenó a sus legisladores que por el momento no den aprobación parlamentaria.
Según Donald Trump, el reconocimiento de Abu Dabi a Israel es fruto de su plan de paz. Tampoco es cierto. Si bien aportaron en las tratativas, no fue el presidente norteamericano ni las gestiones de su yerno, Jared Kushner, lo que causó este giro en el tablero geoestratégico.
Mucho antes de que Trump entrara a la Casa Blanca, en los palacios de Riad ya lucubraban un realineamiento que incluyera a Israel, porque el poderío militar del Estado judío es necesario para que las monarquías sunitas puedan enfrentar a Irán y repeler su creciente influencia en Irak, Siria y Líbano.
Fue la proyección del régimen chiita iraní hacia las costas occidentales del río Shat el Arab y el Golfo Pérsico lo que empezó a unir el agua y el aceite en Oriente Medio. El reino saudí participó en guerras contra Israel y financió ataques que tenían por objetivo la destrucción del Estado judío. Pero en la última década descubrió que, sin el poderío y la eficacia militar de Israel, no podrá detener el plan de liderar todo Oriente Medio que impulsó el ayatola Jomeini ni bien derrocó al Reza Pahlevi.
Si EAU dio ese paso, fue por decisión de Arabia Saudita. No lo hubiera dado contra la voluntad de Riad. El reino más grande la Península Arábiga es sunita y procura levantar una alianza contra el eje chiita Teherán-Bagdad-Damasco-Hezbollah.
La imposibilidad de doblegar en Yemén a los hutíes apoyados por Irán, terminó de convencer a los saudíes. La capacidad militar israelí es el mayor instrumento de disuasión del bloque árabe sunita contra el bloque liderado por Irán.
En los hechos, Arabia Saudita llevaba tiempo cooperando con Israel en varios terrenos. Sobre todo la Istakhbarat y el Mossad, sus aparatos de inteligencia, trabajan juntos en el escenario sirio.
El trayecto de este acercamiento revela que los saudíes tomaron la decisión de reconocer a Israel, pero hicieron dar el primer paso a los emiratíes. Eso permitió ver los respaldos y las resistencias que tendrá este giro copernicano.
Turquía, a pesar de ser sunita, no estaría en la vereda que asocia a árabes e israelíes. Qatar, con un pié en cada costa del Golfo, es un enigma. Pero Egipto, Omán y Bahrein estarán en la vereda saudí-israelí.
La división no es nueva, lo nuevo es la inclusión de Israel en un bloque árabe. Y también que los saudíes hayan renunciado a “echar los judíos al mar”.

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