El economista jefe del Banco Itaú Unibanco (el más grande de América Latina), Mario Mesquita, llegó desde Brasil a Montevideo para presentar el escenario macroeconómico mundial y para la región a autoridades uruguayas y a clientes de la institución. Este año tuvo la particularidad de que el banco lanzó el Índice Diario de Actividad total (IDAT) Uruguay, construido partiendo de los gastos agregados de los clientes del banco en tarjetas de crédito y de débito de Itaú y OCA, lo que significa una muestra representativa de la economía uruguaya, sobre la que el banco pronostica regularmente.En ese marco, Mesquita habló en entrevista con El País sobre la situación que suponen los aranceles que impuso el presidente de Estados Unidos, Donald Trump a las importaciones, el debilitamiento del dólar a nivel mundial, lo que pasa en Uruguay y más.
—¿Cómo ve la situación mundial con los aranceles impuestos por la administración Trump, siendo Brasil el país que quedó con el arancel más alto del todo el mundo?
—Creemos que la economía mundial va a seguir creciendo un poco por debajo de su tendencia; ésto es por debajo de 3%, siendo el promedio del siglo alrededor de 3,4%. La incertidumbre generada por la política comercial americana genera un sesgo a la baja para la actividad global. En términos de Brasil, sí, nosotros fuimos “premiados” con la tarifa más alta, del 50%, pero la verdad es que el 50% es 30%, porque hay muchos sectores que están con tarifas más bajas. Entonces, el promedio para exportación brasileña termina siendo 30%. Los sectores más afectados son agro y café, pero el resto de las exportaciones quedó mucho mejor parado. Para Brasil, los aranceles dan es un sesgo pequeño a la baja, del 0,2%, en el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB). El impacto es limitado, porque Brasil es una economía cerrada, es decir, el comercio exterior no le es tan importante y Estados Unidos tampoco es el principal destino de sus exportaciones, sino China.
—Lo que usted dice no condice con algunos analistas o prensa del exterior que señalan que la economía brasileña se verá profundamente afectada por los nuevos aranceles, ¿qué piensa de esa diferencia?
—Creo que el impacto directo no es tan importante. Si uno mira los números de la estructura de la economía brasileña, el tema de los aranceles no es tan preocupante, pero claro que genera una incertidumbre extra que podrá inhibir las inversiones en el país. Lo que puede compensar sería un avance, finalmente, en el acuerdo del Mercosur-Unión Europea, que se espera desde hace mucho, pero tampoco veo mucho progreso allí.
—¿Por qué no ve progreso en ese acuerdo, si se espera que se ratifique a principios de 2026?
—Aún tiene que pasar por los parlamentos de Europa y por los países del Mercosur. Es algo que va a cambiar el escenario para el comercio exterior, pero en algunos años, no en unos meses, mientras que el tema de los aranceles con los Estados Unidos es hoy.
—Brasil va a dejar de exportar gran parte de su carne a Estados Unidos, ¿piensa que ese espacio podría ser aprovechado por otros países, como Uruguay y Argentina, o ve algunos otros factores actuarán en contra de eso?
—Todos los países que producen carne pueden ganar ese market share, aunque, que yo sepa, esas exportaciones al mercado americano no son tan importantes, porque EE.UU. produce mucha carne. Pero sí, todo lo que Brasil deja de exportar a EE.UU. puede ser explotado por otras economías que tienen aranceles más bajos.
—Las negociaciones entre EE.UU. y Brasil podrían retomarse, ¿cómo piensa que puede llegar a ser el desenlace?
—No creo que vayamos a tener un desenlace pronto. Hay aspectos políticos en la relación bilateral que son complicados. Si fuera simplemente un tema comercial, se podría llegar a un acuerdo más rápido, pero como involucra temas políticos, que son siempre mucho más complejos, no creo que haya un acuerdo en los próximos trimestres.
—Entonces, en este contexto, ¿en cuánto proyectan en Itaú el crecimiento de la economía brasileña para éste y el próximo año?
—Presentamos la proyección de un crecimiento de 2,2% para este año y de 1,5% para 2026. Calculamos ahí un sesgo a la baja de 0,2 puntos porcentuales por los aranceles, pero también hay sesgos al alza. El gobierno brasileño puede gastar más el año próximo porque tendremos elecciones y el crédito puede evolucionar con más vigor. Es por eso que la gente en Brasil no está tan preocupada por el impacto de los aranceles.
—¿Qué incidencia puede tener la debilidad del dólar a nivel mundial, en las economías brasileña y uruguaya?
—Generalmente, en nuestra región, cuando el dólar sube o baja, procuramos una explicación local, pero con frecuencia la explicación es global. El dólar en el mundo está cambiando y eso se refleja en los tipos de cambio de países como Uruguay o Brasil. Lo que pasa en EE.UU. es que tiene un déficit en cuenta corriente amplio, por arriba del 4% del PIB, que normalmente lleva a una depreciación. Y otro punto es que hay mucha incertidumbre por lo que va a pasar en la Reserva Federal (Fed), tras la sustitución de Jerome Powell (que finaliza sus funciones en mayo de 2026), por alguien que será nombrado por Trump. En el gobierno de EE.UU. hay gente que defiende que la política monetaria sea subordinada a la política fiscal. Nosotros sabemos que eso es muy complicado, y conocemos las consecuencias de tener una política monetaria subordinada a la política fiscal, por dura experiencia propia en la región. Entonces, eso es un riesgo para el dólar global. En las últimas décadas hubo varios períodos de depreciación del dólar. Típicamente, en los más intensos se vio a la moneda americana depreciando un 30%. Es decir, hay espacio aún para depreciación adicional de la moneda. Eso no significa que el dólar va a dejar de ser la moneda de reserva. No se sustituye una moneda de reserva por nada, hay que tener una alternativa y hoy por hoy no existe una alternativa clara al dólar. Creo que, por varias décadas, vamos a seguir teniendo el dólar como moneda de reserva.
—¿Eso significará mayor fortaleza de las monedas locales, independientemente de las políticas económicas de los países?
—Sí, es un movimiento global que se transmite a nuestras economías. Un impacto inmediato de un dólar debilitado es que todos los precios de los bienes transaccionales son más baratos. Hay una presión de baja en la inflación, ayuda a los bancos centrales a controlar la inflación.
—Los exportadores se quejan, precisamente, de que el bajo precio del dólar perjudica la rentabilidad del sector, ¿lo ve así, o identifica otros factores de la economía que compensen esa situación?
—Esa queja ocurre siempre, en todos los países. Hay reformas que se pueden hacer, en Brasil y en Uruguay también, que aumenten la competitividad. El gobierno uruguayo está pensando en varias reformas en microeconomía, que van a hacer al país más competitivo, más allá del tipo de cambio, que es muy difícil de manejar en una economía que tiene libre flujo de capital, como es el caso tanto de Uruguay como de Brasil. Y el tipo de cambio de equilibrio varía de empresa a empresa y de persona a persona, depende de su canasta de exportaciones e importaciones. Entonces, algunos sectores están bien y otros no tanto, pero lo que se ve es un promedio determinado por el mercado. El histórico de regímenes de tipo de cambio fijo manejado en la región ha sido malo; terminaron generando desequilibrios en el balance de pagos o en crisis, como las de años 90.
—¿Qué proyecciones hace Itaú sobre las tasas de interés?
—Pensamos que las tasas de interés en EE.UU. van a caer. El debate en el mercado es si van a caer en septiembre o en diciembre, pero probablemente sí van a caer y lo van a seguir haciendo el año próximo, aún durante el mandato de Powell. Lo que pase después, es más incierto, porque Trump quiere tener una influencia muy directa en las decisiones de política monetaria de EE.UU. y así quizás va a bajar el tipo de interés un poco más de lo que sería prudente.
—Hablamos ya algo de Uruguay, pero ¿cómo ve la situación económica general de este país?
—Uruguay, en una región polarizada y con cambios fuertes de política económica en cada elección, es distinto. Tiene una sociedad que llega a un nivel de consenso sobre las políticas económicas mucho más grande que lo que uno observa en Argentina o Brasil, y eso limita la volatilidad de los activos uruguayos. Uruguay es atractivo para los inversionistas. Yo creo que el año pasado, por ejemplo, el plebiscito sobre la reforma jubilatoria que se rechazó, en muchos otros países hubiera sido aprobado, porque la gente, con las finanzas públicas, se olvida primero y se preocupa después, pero no fue así en Uruguay. Eso fue una señal de que la visión de los uruguayos no depende del gobierno “A” o “B”, sino que valoran la estabilidad macro y el control de las cuentas del Estado.
—En lo coyuntural, a Uruguay le preocupa la diferencia de precios con Brasil, sobre todo en la frontera. Brasil está, digamos, “demasiado barato” y el consumo se desvía para allí. ¿Cómo ve esa situación?
—Sí, eso hay que agradecérselo a Trump (sonríe). Los aranceles han limitado el potencial de apreciación del real, pero, por otro lado, Argentina está carísima. La próxima temporada de verano en Uruguay va a estar llenísima de argentinos, que van a ayudar a impulsar la economía. Los datos del comercio minorista en Chile están siendo impulsados por la demanda argentina, y creo que va a pasar lo mismo aquí.
—En Uruguay hay una discusión sobre si debería - o no- implementar un impuesto del 1% al 1% de los más ricos para mejorar los ingresos del Estado, ¿qué opina al respecto?
—Ese impuesto en la región, normalmente y que yo sepa, recauda muy poco. Y lo que termina pasando es que los ricos, o el capital de los ricos, se van. Me parece que, en general, es más un tema ideológico político que algo que tenga una lógica económica sólida.
— Pero en el caso de Uruguay, la recaudación por ese concepto no sería poca, porque está calculada en alrededor del 1% del PIB.
— No sé cómo se hace esa cuenta, porque muchas veces se realizan basadas en la hipótesis de que nada cambia, que la gente no reacciona. Pero la gente sí reacciona. Y los capitales pueden salir del país y los ricos también pueden decidir vivir en otro lugar.
—¿Se ha implementado en otros países?
—Sí, pero después se detiene la implementación. Por ejemplo, creo en Francia hubo algo así y después desistieron. No quiere decir que los ricos no deban pagar más, pero se puede establecer la obligación de una manera más inteligente, por ejemplo, sobre sus inversiones o retorno de inversiones. Así se puede llegar a resultados fiscales iguales o mayores, sin el problema de seleccionar una parte de la población. Termina pegando esa misma gente, pero sin hacer el foco en ese grupo. Pero me parece que en el planteo de ese impuesto hay un aspecto ideológico, y se puede cobrar más a los ricos de otra manera.
—Si se cobra a los más ricos a través de más obligaciones sobre sus inversiones o retorno de éstas, ¿eso no iría en contra de la política de promoción de inversiones?
—No, tampoco digo eso. Creo que esa política está funcionando para Uruguay, porque está atrayendo empresarios muy importantes de la región. La gente de Brasil habla muchísimo de transferir su residencia fiscal a Uruguay y me parece que imponer ese impuesto ahora (a los más ricos), sería un timing muy desafortunado para la economía uruguaya. Pero siempre es una decisión política y Uruguay es una democracia.
—¿Qué es lo que más atrae a los empresarios brasileños que piensan en cambiar la residencia fiscal a Uruguay?
—Les interesa dos temas: el de los impuestos, que son más bajos aquí; y la seguridad física, que es mejor que en Brasil.
—Cuando El País lo entrevistó el año pasado, usted dijo que Uruguay corría el riesgo de “abrasilerar” sus cuentas públicas, en relación a aumentar la rigidez del sistema fiscal, ¿cómo lo ve actualmente?
—Sí, lo veía un poco así en la época del plebiscito (de la reforma jubilatoria), pero Uruguay es más inteligente que Brasil en ese aspecto. En Brasil, muchos de los gastos públicos son determinados por leyes. Es decir, el espacio de maniobra del gobierno es muy acotado y se torna mucho más difícil la conducción de la política fiscal. El “abrasilerar” las cuentas sería tornar el régimen fiscal en demasiado rígido, y siempre eso es un riesgo en la región, pero creo que el ejemplo de Brasil sirve como una vacuna. En Brasil, los gastos de salud y educación crecen en proporción al ingreso, y son dos montos distintos. Pero, cuando hay transición demográfica y hay más viejos que jóvenes, un país tiene que gastar más en salud y menos en educación, pero si el sistema no lo permite, no se puede transferir plata de uno a otro. Eso creó muchos problemas en Brasil.
—¿Cómo ve la meta de inflación del Banco Central (BCU), con el nuevo gobierno?
— Tener como meta una cifra específica en vez de un rango, siempre es mucho mejor para anclar las expectativas de inflación. Un rango es mucho más difuso. El Banco Central ha tenido éxito, aún más rápido de lo que se pensaba, en llevar la inflación a la meta de 4,5%. Fantástico. Yo creo que es importantísimo también observar que el régimen de política monetaria no depende del partido que está gobernando; controlar la inflación es una política del Estado uruguayo. Eso es muy bueno para la economía y la gente. La meta de inflación de los países de la región con grado inversor es 3%, y Uruguay, que también tiene grado inversor, es 4,5%. Por eso, se puede pensar en que Uruguay se marque, a la corta o a la larga, una meta de inflación más cercana a 3%. Una inflación más baja es siempre mejor para la gente, porque preserva el poder de compra de la ciudadanía. Hoy, estoy muy bien impresionado con el trabajo del BCU, que en estos últimos años logró llevar la inflación a la meta. Y si si sigue así por mucho más tiempo, se va a observar gradualmente una reducción de la dolarización de la economía.
—Habrá elecciones en Brasil en el año 2026, ¿cómo piensa que impactarán los resultados en el futuro de Brasil?
—Para mí, lo más importante no es quién gane las elecciones, sino qué hace el gobierno de gane con el tema fiscal. Si Brasil no enfrenta ese problema en 2027, el real brasileño, los activos brasileños y otros precios van a estar bajo cierta presión. Hay que atacar el tema de la rigidez de los gastos, hay un tema de indexación de pensiones al salario mínimo, que es un poco complicado, también está el asunto de créditos tributarios y exenciones que fueron dadas a empresas, que son excesivas. Es un paquete complicado, pero es inevitable que el próximo gobierno enfrentará el problema fiscal con algo en esa línea.
—¿Qué proyecciones, en cifras, hace Itaú sobre el PIB de América Latina?
—El crecimiento económico que proyectamos para la región es de 2,4% en 2025 y 2,2% para 2026. Para Brasil, como ya señalé, es de 2,2% en 2025 y de 1,5% en 2026. Y Uruguay está en 2,3% este año y 2,5% el próximo. La Inflación en Brasil, la vemos en 5,2% y 4,4%, respectivamente. Y en Uruguay, justo en la meta de 4,5% los dos años. Para 2025, el déficit fiscal nominal de Uruguay, lo proyectamos en 4% del PIB, el de EE.UU. en 7% y el de Brasil en el entorno de 9%. Es decir, el 4% de Uruguay no es fantástico, pero hay muchos países en una situación mucho más difícil. En Brasil, el déficit es “el tema” de política económica. Nosotros logramos arreglar la parte monetaria de la economía, pero la parte fiscal sigue siendo muy complicada, por el tema de la rigidez que mencioné.
—¿Usted piensa que a futuro el mayor desafío esté en el proteccionismo mundial, o esa tendencia vino más que todo con Trump y otros gobiernos van lograr a reforzar el multilateralismo?
— Es muy difícil hacer un pronóstico, pero parece que estamos caminando hacia un mundo más fragmentado en bloques y con un crecimiento más débil del comercio global. Crecer exportando era un camino de crecimiento para las economías emergentes, y sigue siendo quizás el mejor camino, pero será más difícil que antes. En el caso de Uruguay, que depende mucho de las exportaciones, no hay más alternativa. Las economías más abiertas estarán más afectadas por el proteccionismo que economías cerradas, como la de Brasil. Vuelvo al tema del acuerdo con la Unión Europea, porque si finalmente concluimos ese proceso, va a ser excelente para Uruguay.
Economía de Estados Unidos
¿Cómo proyecta la economía estadounidense, con todo lo que está pasando con los aranceles?
Estimamos que la inflación en EE.UU. estará en 3,8% este año y 2,8% en 2026. La política arancelaria afectará la economía de ese país, porque la meta del gobierno es una inflación del 2%, y estará por arriba. Desde el punto de vista macro, la situación es complicada, porque hay mucha incertidumbre sobre lo que va a pasar con la política monetaria, pero no la hay sobre la deuda, que va a crecer. O sea, la trayectoria fiscal de Estados Unidos es complicada. Trump ha adoptado medidas de rebaja de impuestos que son favorables a las empresas, entonces es posible que, por el lado del sector privado, haya un poco más de dinamismo, pero, por otro lado, la gente va a pagar más porque los aranceles más altos les quita poder de compra y de ahorro. Entonces, no creo que todo ésto sea positivo para la economía americana.
Política económica argentina y su costo social
—¿Cómo ve la situación interna de Argentina, con un gobierno que ha mejorado los indicadores macroeconómicos, pero se afirma que a un costo social muy alto?
—Creo que (el presidente, Javier) Milei no tenía otra alternativa que una “terapia” muy fuerte desde el inicio. Pienso que está haciendo lo que puede en el lado fiscal. Argentina siempre tiene un tema de atraso cambiario, que creo que se va a corregir con el tiempo. El retraso fue necesario para contener el proceso inflacionario. También el gobierno ha hecho reformas estructurales. Lo que falta es más estabilidad macro para que los inversionistas internacionales —no de hot money sino los que instalan plantas—, tengan confianza para volver a Argentina. Eso todavía es muy limitado, excepto por el petróleo, con Shell en Vaca Muerta. Sobre el costo social de las decisiones del gobierno de Milei, creo que iba a ser alto de cualquier manera, porque ajustaban la economía o la inflación seguiría siendo muy fuerte, y la inflación corroe el poder de compra de la gente y causa un daño social muy severo. El impacto de la inflación es más fuerte que el desempleo, porque abarca no solo al desempleado sino al que está empleado, a toda la gente. Si uno piensa en el inicio del gobierno, Milei no tenía fuerza en el congreso y si hubiera hecho algo gradual, su poder se evaporaba rápidamente, no iba a poder hacer su reforma. Es más, (el expresidente Mauricio) Macri intentó el gradualismo y no funcionó, aun cuando tenía más apoyo político inicial que Milei. Entonces, sí hay costos sociales y son importantes, pero no ajustar también tenía costos y probablemente peores. Además, el problema de Argentina no es sólo por esta crisis, sino por la crisis anterior, y otra y otra y otra más atrás. Entonces, hay que intentar cambiar de hecho la economía y ahí siempre hay costos.