Guga Chacra OGlobo/GDA
La amenaza de Donald Trump de imponer aranceles del 50% a Brasil no tiene precedentes durante su segundo mandato. Casi todos los países del mundo han sido blanco del aumento de aranceles del presidente estadounidense. Sin embargo, en el caso brasileño, la acción tiene un componente sin precedentes: un intento de interferir en los asuntos internos. Desde la perspectiva trumpista, esto es una respuesta al trato que el expresidente Jair Bolsonaro está recibiendo por parte del poder judicial y el gobierno de Brasilia.
La estrategia adoptada por la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, para lidiar con Trump, ampliamente elogiada, no aplica a Brasil. Trump nunca ha interferido en la política interna de México. Sin embargo, en Brasil, no hay margen para concesiones por parte del gobierno de Lula con respecto a Bolsonaro, especialmente porque las decisiones sobre el caso corresponden al Supremo Tribunal Federal, no al Poder Ejecutivo.
Una alternativa sería esperar el llamado efecto “TACO” (“Trump siempre se acobarda”), en el que el presidente se retracta de sus amenazas de imponer aranceles. El problema es que, en el caso de Brasil, la medida se asemeja más a una sanción política que a una política económica convencional.
Según informes, la decisión de Trump estuvo motivada por el discurso de Lula en la reunión de los BRICS. Durante meses, el periodista Paulo Figueiredo y el congresista Eduardo Bolsonaro mantuvieron contactos con autoridades estadounidenses. Así, Brasil quedó en el radar de Trump.
El presidente estadounidense afirma ser un defensor de la democracia. Sin embargo, es interesante destacar que Trump eligió tres dictaduras del Golfo Pérsico -Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Catar- como destino de su primer viaje internacional, además de una visita previa al Vaticano para el funeral del papa Francisco. También ignoró el hecho de que el régimen de Erdogan en Turquía arrestó a Ekrem Imamoglu , alcalde de Estambul y principal líder de la oposición.
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