Una ola de migrantes desanda el camino. Tras años de un flujo constante hacia el norte, cada vez más personas en la región están regresando a sus países de origen o deteniendo su ruta, forzadas por la falta de recursos, los obstáculos en las fronteras o el desencanto con el “sueño americano”, un fenómeno que comienza a notarse en Panamá, Colombia, Venezuela y Ecuador, entre otros países.
Intentaron alcanzar Estados Unidos, pero el regreso de Donald Trump ha empujado a miles de migrantes de regreso a Suramérica. El retorno no es sencillo. Muchos migrantes utilizan rutas terrestres y marítimas para evitar el Darién y enfrentan limitaciones por falta de documentación para acceder a vuelos humanitarios o programas de retorno voluntario, mientras se mantienen en condiciones de vulnerabilidad.
En Panamá, los migrantes chocan con la barrera del Darién y el alto costo de proseguir en una embarcación por el Caribe. “Aquí nos frena el mar y el dinero”, confiesan a EFE. En Miramar, un pequeño pueblo costero en el Caribe panameño, decenas de migrantes, la mayoría venezolanos, esperan poder embarcarse hacia Colombia tras quedarse sin medios para continuar su trayecto.
Marielbis Campos, madre de cuatro hijos que recorrió el Darién cargando a uno de ellos en la espalda, esperó en México durante más de un año la cita de asilo. Pero con el retorno de Trump a la Casa Blanca, la notificación nunca llegó. Fue entonces cuando decidió regresar a Brasil, pero el retorno se ha convertido en otro calvario. A Marielbis la acompañan sus hijos de siete, cuatro, tres y un año, nadie más.
El viaje de Marielbis es el de miles de migrantes. El endurecimiento de las políticas migratorias en Estados Unidos ha cambiado el sentido del flujo. Según datos de las autoridades panameñas, más de 12.700 migrantes, el 94% de ellos venezolanos, han transitado de norte a sur desde noviembre de 2024, una inversión del flujo que antes llenaba la ruta hacia el Darién, por donde en 2023 cruzó más de medio millón de personas con destino al norte. El número ha ido en descenso tras un pico en abril con 3.000 migrantes, que en junio bajó a 1.779.
Los viajes de retorno están marcados por la precariedad y el miedo. En Panamá, algunos migrantes como Jesús Alfredo Aristigueta, venezolano de 32 años, relatan secuestros en México y extorsiones en su ruta de retorno. Y se lamentan de que la ayuda de las autoridades venezolanas que antes facilitaba el paso hacia el norte ha desaparecido para quienes ahora necesitan “un empujón de regreso”.
El fenómeno del “tránsito inverso” también se intensifica en Colombia. Entre enero y mayo, más de 10.200 migrantes, en su mayoría venezolanos, han regresado caminando por el Darién, donde cruzan ríos y zonas de difícil acceso sin presencia alguna de funcionarios o agentes, expuestos a redes de trata y violencia sexual. La Defensoría del Pueblo ha alertado sobre la falta de canales de protección para estos migrantes, muchos de ellos menores no acompañados.
“La migración inversa es un desafío que requiere cooperación binacional y protección urgente”, señala Mireille Girard, representante en Colombia del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Muchas de estas personas regresan sin recursos, sin redes de apoyo y con secuelas de violencia y explotación durante el trayecto, detalla.
Las autoridades de Venezuela aseguran haber reactivado un programa denominado “Gran Misión Vuelta a la Patria”, que ha facilitado el retorno de más de 5.600 venezolanos deportados desde Estados Unidos entre enero y mayo de este año, algunos en vuelos con escala en México y Honduras.
Este retorno se produce en el marco de un acuerdo de deportación firmado entre Venezuela y EE.UU. a pesar de la ausencia de relaciones diplomáticas desde 2019. Los retornados reciben asistencia médica y apoyo en reinserción laboral, con programas de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) para capacitaciones que ayuden a lograr la autosuficiencia económica.
Ecuador no ha registrado un retorno masivo tras el cambio de políticas en EE.UU. Sin embargo, en este país se ha consolidado un cambio de destino en la migración. Cada vez más ecuatorianos se dirigen hacia Argentina, donde más de 7.700 personas han viajado desde inicios de 2025 sin que conste que hayan regresado. El desplazamiento se ve empujado por la falta de oportunidades y la creciente inseguridad que vive Ecuador.
Se calcula que cerca de 100.000 ecuatorianos emigran anualmente desde 2021 de manera regular y no retornan. Mientras tanto, el Gobierno intenta impulsar programas de migración circular que, hasta ahora, han tenido un alcance limitado.
También Perú enfrenta una situación compleja. Además de ser un importante receptor de migrantes venezolanos, con 1,6 millones en su territorio, el país lidia con la suspensión de fondos de cooperación internacional, lo que ha limitado la atención a migrantes en situación de vulnerabilidad. Al mismo tiempo, peruanos en situación irregular en EE.UU. han sido deportados, con más de 12.000 retornados desde 2022.
Este panorama de migración inversa en América Latina refleja el impacto de las restricciones migratorias impuestas por EE.UU.. Para las miles de personas que emprenden el camino de vuelta, este cambio en el flujo migratorio se da sin medidas de protección ni iniciativas de cooperación binacional y en medio de nuevos peligros.
“Alcatraz de los caimanes”, nuevo centro de detención de migrantes
“Hay muchos policías en forma de caimanes; no hay que pagarles tanto”, declaró ayer martes el presidente Donald Trump sobre un centro de detención de migrantes en medio de pantanos en Florida.
La construcción del llamado “Alcatraz de los caimanes” ha provocado indignación entre los críticos de la política migratoria de Trump por considerarlo inhumano, y protestas de ecologistas por hallarse cerca de un parque nacional.
Pero a Trump le parece una iniciativa fantástica. “Muchos policías en forma de caimanes (...) no hay que pagarles tanto”, declaró Trump a periodistas en Ochopee, Florida. ¿La idea es que las serpientes y caimanes los ataquen si se escapan?, le preguntaron los periodistas antes de que partiera de Washington. “Supongo que ese es el concepto”, contestó.
“Las serpientes son rápidas, pero los caimanes... Vamos a enseñarles cómo escapar de un caimán, ¿de acuerdo? Si escapan de la prisión, cómo huir. No corras en línea recta. Corre así. ¿Y sabes qué? Tus posibilidades aumentan aproximadamente un 1%”, ironizó el presidente.
Florida, estado gobernado por el republicano Ron DeSantis, anunció la semana pasada que están construyendo una instalación en un aeropuerto abandonado en una zona de bosques de manglares y pantanos en los Everglades.
La Casa Blanca y las autoridades de Florida lo han bautizado “Alcatraz de los caimanes”, en referencia a la antigua prisión de San Francisco que Trump ha dicho que quiere reabrir.
“Solo hay una carretera que lleva a él y es la única salida. Es un vuelo de ida. Está aislado y rodeado de fauna peligrosa y un terreno implacable”, explicó Karoline Leavitt, portavoz de la Casa Blanca. “Cuando tienes asesinos, violadores y criminales atroces en una instalación de detención rodeada de caimanes, sí, creo que es disuasorio para que intenten escapar”, respondió a una pregunta.
Según la Casa Blanca el centro tiene capacidad para 5.000 camas, mientras las autoridades de Florida hablaron de 1.000. Su funcionamiento costará unos 450 millones de dólares anuales.
El gobierno de Trump asegura que su prioridad es detener a migrantes con antecedentes penales.
Unos 200.000 caimanes, que pueden superar los 4 metros de largo cuando son adultos, habitan en el Parque Nacional de los Everglades.
Los ataques de caimanes a personas son inusuales en Florida. Entre 1948 y 2022 se registraron 453 “mordeduras accidentales no provocadas”; 26 terminaron en muertes, según la Comisión de conservación de la fauna de Florida.
“Si la gente sale, no les espera gran cosa, aparte de caimanes y pitones”, declaró recientemente el fiscal general de Florida, James Uthmeier, al describir el campo de detención.
Con información de AFP y EFE