El enemigo con el que el Gustavo Petro no contaba: el fuego amigo golpea al presidente colombiano

Los golpes más certeros los recibe de su entorno más cercano; el último, de su hermano menos. Además, en su primer año de gobierno ha tenido que lidiar con varias crisis de gabinete.

Gustavo Petro
Gustavo Petro, presidente de Colombia.
Foto: EFE

JUAN DIEGO QUESADA / EL PAÍS DE MADRID
Gustavo Petro tiene identificado al enemigo externo. Se trata, según él, de un poder empresarial y mediático que genera un clima de opinión en su contra, haga lo que haga. El establishment―-otra forma de nombrarlo- tiene la capacidad de manejar la conversación y modificar las percepciones de lo que ocurre en la realidad. Con lo que no contaba el presidente, ni nadie de su alrededor, es con el adversario interior, con el fuego amigo, con la ira volcánica y las delaciones de la sangre de su sangre.

Los golpes más certeros que le han propinado a Petro en su primer año en el poder provienen de su gente más cercana. El último en crear una polémica gratuita a su alrededor ha sido Juan Fernando, su hermano menor, el mismo que en campaña hizo todo lo posible para que no fuese elegido presidente -se entiende que involuntariamente-. Juan Fernando participó en un programa de reportajes semanales llamado Los Informantes y dijo esto:

“Cuando éramos jóvenes, éramos personas muy divertidas. Cuando empezó la adolescencia hubo un cambio brutal tanto en él como en mí. Mi papá nos llevó al psicólogo y el psicólogo dijo que tenemos el síndrome ese de autismo... Asperberguer (Asperger quería decir)... Hay momentos que podemos estar con 10.000 personas, pero de pronto no estamos ahí. Aunque estemos físicamente. El caso de Gustavo es todavía más intenso que el mío”.

Hecha la revelación, dice más sobre su hermano:

“Él habita su propio universo que está en su cabeza -explica mientras hace círculos con el dedo en el aire-. A veces el mundo no existe allá afuera, y su capacidad... porque ni siquiera él es inteligente, desde mi perspectiva él es genio... eso lo separa más del promedio de la gente. No es porque él sea presumido o prepotente u orgulloso, sino por la condición misma”.

La noticia se difundió enseguida con un titular sonoro: el presidente tiene Asperger. Los medios lo usaron para darle sentido a muchas de las disfuncionalidades que ven en él. Lo abordaron como si fuera una discapacidad limitante que ponía en duda su idoneidad en el cargo.

Pero el Asperger no es una enfermedad, sino una condición, y quien la tiene puede llevar una vida “plena y significativa”, como ha escrito estos días la Universidad de los Andes a cuenta del debate público.

Así que Petro ha tenido que desmentir en poco tiempo que sufra una depresión y que sea Asperger, sin que haya que juzgarlo por eso. El propio Juan Fernando rectificó al día siguiente, dijo que sus afirmaciones habían sido descontextualizadas -algo difícil de creer viendo la entrevista en televisión-. Petro también reaccionó culpando a la prensa de haber malinterpretado sus palabras -una salida recurrente en el presidente, que ve en los medios al enemigo-.

Petro insistió en su cuenta de X: “Hay cosas que ya no entiendo en la relación entre la prensa y mi familia. Pero esto me dejó boquiabierto. Algo pasa con mi hermano. Jamás he recibido un diagnóstico sobre el síndrome de Asperger. Es imposible que nos hayan diagnosticado ese síndrome cuando éramos niños porque esa enfermedad solo empezó a diagnosticarse en 1994, tenía 34 años de edad, y dejó de estar en los tratados de diagnósticos en el 2013, porque la ciencia la rechazó como una enfermedad específica”. El “algo pasa con mi hermano” se queda en el aire como el reproche de un hermano menor que, por unas dosis de protagonismo, es capaz de decir cualquier cosa.

Pero no fue el único asunto en el que metió la pata. En esa misma entrevista da a entender que sus visitas a las cárceles para proponerles a narcotraficantes y condenados por corrupción que se sumasen a la paz total de su hermano durante la campaña le habían valido un millón de votos al hoy presidente en el Urabá Antioqueño, el Magdalena Medio y Norte de Santander, que habían resultado fundamentales para la victoria. Vicky Dávila, la directora de la revista Semana, se preguntó de inmediato si aquello era verdad: “Es urgente que el presidente Gustavo Petro le responda al país por lo que confiesa su hermano Juan Fernando Petro. Asegura que desde la cárcel le pusieron “millón y pico de votos” y en zonas donde jamás había sacado votos el hoy mandatario. ¿Lo eligieron desde las cárceles por el Pacto de La Picota?”.

Más munición para la oposición a cuenta del verborrágico Juan Fernando. Resulta que ese dato, como comprobó Yann Basset, era falso. En esas regiones su rival, Rodolfo Hernández, dobló en votos a Petro (875.000 frente a 420.00), por lo que queda claro que lo dicho por Juan Fernando era una falacia.

A Petro le llueven chuzos de punta de su familia. El caso más importante es el de Nicolás Petro, su hijo mayor, a quien investiga la fiscalía por recibir dinero de personajes de dudosa calaña para ingresar en las cuentas de la campaña de su padre. Nicolás se quedó parte de ese dinero y se compró una casa. Fue Day Vásquez, su exesposa, la que reveló la trama. El asunto ha distanciado a un padre y a un hijo que ya de por sí tenían una relación difícil -Petro no lo crio con su madre, formó otra familia. El suyo ha sido el mayor escándalo con el que ha tenido que lidiar el presidente hasta ahora.

El problema de Petro no se limita a su familia. En campaña formó un triunvirato con Armando Benedetti, un político astuto que le consiguió muchos votos en la costa caribe colombiana, y la asistenta personal de este, Laura Sarabia. Se recorrieron Colombia con un avión privado en busca de un clima de apoyo que le aupara a la presidencia. Los tres pasaban 16 horas al día juntos.

Sarabia y Benedetti mataban por el candidato, que en meses sería el presidente. Llegado el momento, este colocó a Sarabia en el despacho de al lado, nombrándola jefa de gabinete. A Benedetti, que arrastraba varias causas judiciales, lo envió mucho más lejos, a Caracas, como embajador. La relación entre Sarabia y Benedetti se fue deteriorando a causa de los celos de él y empezaron una guerra sorda que terminó con la revelación de una niñera que trabajó para ambos de que había sido sometida al polígrafo y tuvo el teléfono pinchado por unas escuchas ilegales. El conflicto escaló hasta generar una crisis en el Gobierno. Petro se vio obligado a destituirlos a ambos -a ella la ha recuperado ahora para otro cargo relevante-― con todo el dolor de su corazón. De nuevo, los problemas le surgían del interior, del vientre de su ejecutivo.

El enemigo, piensa Petro, acecha ahí fuera, presto para zarandear a su Gobierno, a no dejarle avanzar e impedir sus reformas. Pero deberá incluso estar más atento a quienes lo rodean, los que departen con él en el día a día. En más de una ocasión, el presidente ha dicho que el poder es un veneno que enloquece a los que lo ostentan, como si se colocaran el Anillo Único de Saurón. Crea pequeños napoleones que confunden el camino. Esa puede ser la criptonita de Petro.

Nueva política contra las drogas

El presidente colombiano, Gustavo Petro, presentará hoy sábado en el cierre de la Conferencia Latinoamericana y del Caribe sobre Drogas, que se celebra en Cali, la nueva política nacional de drogas, que busca dejar atrás el enfoque tradicional de persecución al cultivo de hoja de coca. Esta nueva política tendrá dos tiempos, que el Gobierno ha denominado “Oxígeno” y “Asfixia”; la primera va enfocada en la transformación territorial y en darles alternativas a los cultivadores de coca, y la segunda en desarticular y perseguir a las organizaciones criminales que se benefician con el narcotráfico. (EFE)

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