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Detectan anticuerpos en uruguayos que se infectaron con COVID-19 hace un año

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Piden que los ya contagiados con el virus “no se consideren inmunes”. Foto: Shutterstock

EFECTO DURADERO

Científicos estudiaron la sangre de 90 pacientes que se habían infectado a comienzos de la epidemia y concluyeron lo mismo que la evidencia internacional.

En la sangre de algunos pacientes uruguayos que fueron infectados por el “nuevo coronavirus” al comienzo de la epidemia, yace una esperanza: se ha detectado, más de un año después, la persistencia de anticuerpos contra el virus.

Un equipo de científicos de la Universidad de la República (de Química, Medicina y Ciencias) y del Instituto Pasteur venían estudiando -mediante test serológicos- las muestras de sangre de unos 90 pacientes que habían sido infectados en los primeros brotes del COVID-19 identificados en Uruguay.

Los investigadores analizaban, cada tantos meses, los niveles de anticuerpos presentes en esas muestras y así pudieron concluir lo mismo que la evidencia internacional. Tras la infección natural con el SARS-CoV-2 se da el siguiente proceso: hay un descenso de los anticuerpos, luego esos anticuerpos circulantes se estabilizan y más tarde continúan la baja a un ritmo bien lento. Tan lento que, al menos un año después, se sigue encontrando su presencia en algunos pacientes.

¿Por qué es importante? A simple vista, el virus no se ve. El grosor de un cabello humano es comparable al tamaño de entre 400 y 1.000 partículas del SARS-CoV-2. En ese diminuto espacio, el virus tiene unas proteínas llamadas Spike (pinchos) que le dan la forma de flor de Diente de León (más conocido como “panadero”). Esa proteína funciona como una llave que cuaja en una cerradura (un receptor que tiene las células humanas) y así se produce la infección en el organismo.

Cuando una persona es capaz de producir anticuerpos -ya sea naturalmente porque superó una infección anterior de esa misma variante viral, o artificialmente porque se vacunó- estos salen al encuentro del virus y obstaculizan su ingreso a las células humanas. Podría decirse que los anticuerpos son unas proteínas que funcionan como un enduido que cuaja en los dientes de la llave (de la Spike) y evitan que quepa en la cerradura.

“Esto permite a los individuos que generan los anticuerpos estar protegidos y evitar la infección, o en caso de que esta ocurra ayudar a combatirla. Cuanto mayor sea su permanencia, más tiempo estaremos protegidos a nivel individual, y más fácil será construir la ‘inmunidad de rebaño’”, explica Gualberto González, profesor de Inmunología y uno de los responsables del equipo de investigación uruguayo.

González, quien integra la comisión ad hoc de vacunas, explicó que estudios poblacionales con miles de pacientes realizados en el hospital universitario de Oxford, cuyos resultados fueron divulgados por The New England Journal of Medicine, así como los datos del proyecto SIREN del Reino Unido publicados en The Lancet, indican que las personas que se infectaron con SARS-CoV-2 tienen una alta protección contra la reinfección. Es cercana al 84% a los seis meses posteriores a la infección y, en caso de ocurrir, la reinfección se cursa en forma asintomática o muy leve.

Eso sí: la permanencia de los anticuerpos circulantes en la sangre y su cantidad no es pareja. La investigación uruguaya lo demuestra: hubo a quienes no se les encontraron esas proteínas defensoras, y hubo a quienes se les encontró 100 veces más cantidad que a otros. En una escala de titulación (cantidad de anticuerpos), por ejemplo, hubo un paciente que al cabo de un año tenía un nivel de 10 y otro casi de 1.000.

Laboratorio del Instituto Pasteur. Foto: Leonardo Mainé
Laboratorio del Instituto Pasteur. Foto: Leonardo Mainé

La buena noticia que arroja el estudio uruguayo, aclaran los investigadores, no debe ser sinónimo de relajación para quienes ya pasaron por la infección. Tampoco es el apocalipsis para quienes carecen de anticuerpos. Cuando se realizaron los estudios serológicos en cuestión, todavía no habían prevalecido las nuevas variantes del virus. “Es importante que las personas que se infectaron no se consideren inmunes y que continúen utilizando tapaboca cubriendo mentón y nariz, el distanciamiento físico” y el resto de medidas de protección, advierte el profesor González.

De hecho, el Ministerio de Salud habilitó la vacunación para quienes hayan padecido la infección hace tres meses o más. El resto deberá esperar ese período ventana.

¿Estoy protegido? La ciencia aún desconoce qué niveles de anticuerpos son necesarios para estar protegido. Pero más allá de estos anticuerpos que han intentado localizar los investigadores uruguayos, la inmunidad genera otras formas de protección.

Imagine que esta fuera una guerra. Los anticuerpos son como esos soldados que van al choque. Los producen las células B. Pero hay otras células, las llamadas T, que hacen un trabajo de contrainteligencia: son glóbulos blancos capaces de “buscar” las células que ya infectó el virus y destruirlas.

Esa tarea de contrainteligencia es clave porque, de lo contrario, las células que infectó el virus se convertirían en “fábricas de virus” que infectan nuevas células del organismo y propagan la infección. En la analogía de la guerra, sería como que en cada localidad colonizada el invasor fuera captando nuevos adeptos y multiplicando su capacidad infectiva.

Esta novela bélica de no ficción no acaba ahí, porque la respuesta inmune genera además las llamadas células de memoria. No son células activas, como las anteriores, sino que su función es estar expectantes, como “un ejército de reserva” y en caso de ocurrir una reinfección se activan y multiplican rápidamente reponiendo los niveles de anticuerpos en circulación y la cantidad de células T que pueden ir a destruir células infec- tadas”.

He aquí otra buena noticia: estudios liderados por la Universidad Rockefeller, en Nueva York, y La Jolla Institute for Immunology, en California, y publicados en las revistas Nature y Science, respectivamente, demostraron que las células de memoria se mantienen e incluso se consolidan pasado el primer semestre de la infección. Eso hace pensar que la respuesta podría ser “muy duradera, de años”.

En un texto de su autoría al que accedió El País y que publicará la Facultad de Química, González explica que las vacunas también inducen anticuerpos que perduran en el tiempo.

“Los estudios clínicos de fase III a seis meses de la segunda dosis muestran para las vacunas de mRNA (como Pfizer o Moderna) una persistencia similar en los niveles de anticuerpos a la obtenida para la infección natural, pero con niveles más altos y menos heterogéneos entre individuos. La inmunidad generada con estas vacunas no solo es alta sino que a diferencia de la infección natural es ‘pareja’”, dice González en su texto. Y agrega: “La duración de la protección con estas vacunas también se refleja en estudios recientes que muestran altos niveles de eficacia (91,3%) para la vacuna de Pfizer a los seis meses de su aplicación”.

Vacuna Pfizer. Foto: Leonardo Mainé
Vacuna Pfizer. Foto: Leonardo Mainé

El desafío en esta historia es que el tiempo de transmisión del virus -si no hay cuidados- es más rápido que la vacunación. El virus se va replicando con errores que hacen variar sus componentes, incluso aquellos que ya reconocían los anticuerpos y que eran capaces de neutralizar. Y esas nuevas variantes a veces son más transmisibles, más letales o incluso hacen perder efectividad a las vacunas. En esa carrera es en la que se encuentra la humanidad.

“A fines de mayo se verá efecto de vacunas”

Casi cuatro de cada 10 residentes en Uruguay recibieron al menos una dosis contra el COVID-19. Los científicos estiman que es necesario un 70% de la comunidad vacunada (con las dos dosis) para alcanzar la inmunidad colectiva. Pero incluso previo a ese umbral, en el Ministerio de Salud prevén que empezará a notarse el efecto de la vacunación. El Observador informó, en base a fuentes de la cartera, que “aún quedan unas seis semanas de arrastre” (es decir, cifras elevadas de fallecimientos e ingresos al CTI). El ministro Daniel Salinas confirmó a El País esta proyección y añadió que “a fines de mayo vamos a ver un efecto grande”. “Hay que seguir cuidándose hasta que avancemos como Israel”, advirtió también.

El ingreso del SARS-COV-2, a fines de 2019, encontró a una población que carecía de inmunidad. Fue similar a lo que ocurrió varios siglos atrás con la entrada de la viruela en Europa. Eso facilitó su transmisión, la que alcanzó una escala planetaria en pocas semanas. “La infección natural es muy variada, pero la inmunidad es duradera y en el largo plazo se iría reforzando por sucesivas reinfecciones, incluso adaptándose a la aparición de variantes”, explicó el inmunólogo Gualberto González.

Hubo países que en el comienzo apostaron a una inmunidad colectiva de manera “natural”, buscando la inmunidad inducida por la infección gradual de la población. “Pero el costo es de un alto número de fallecidos, y no parece alcanzarse rápidamente”, dijo González. La humanidad ha logrado una herramienta más noble: la vacuna.

“Con esta herramienta se podrá generar el escudo inmunológico que en principio evitará las formas graves de la enfermedad, y comenzará a disminuir la circulación”, dijo el profesor. Las vacunas “se podrán ir adaptando a las nuevas variantes, pero el virus ya realizó las variaciones ‘fáciles’ y no es de esperar que el surgimiento de nuevas variantes siga con el mismo ritmo. Por eso es que hay que ayudar a las vacunas, porque su aplicación en un contexto de enorme transmisión es la peor combinación”.

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