Violencia contra fiscales: amenazas de muerte, custodia mínima y por qué se sienten “regalados”

El atentado a Ferrero reeditó el debate por la seguridad de los fiscales, la disposición de las custodias y la evaluación del riesgo de situaciones que viven diariamente.

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Lugar en el que se encontraba la camioneta incendiada que sospechan que se utilizó para escapar tras atentado contra Mónica Ferrero.
Lugar en el que se encontraba la camioneta incendiada que sospechan que se utilizó para escapar tras atentado contra Mónica Ferrero.
Foto: Estefanía Leal/El País.

Mónica Ferrero tiene la mejor custodia de la Fiscalía. 24 horas. Siete días a la semana. Esto se debe a que hace más de dos décadas que investiga a los más grandes narcotraficantes y ya antes del atentado del 28 en su casa había sufrido graves amenazas. El domingo pasado, delincuentes lanzaron una granada y ejecutaron dos disparos a su vivienda. La fiscal mejor cuidada fue agredida y eso hizo que las voces de los fiscales que hace años repetían “estamos regalados” se intensificara aún más.

Son pocos los fiscales que hoy tienen algún tipo de custodia. El número es mínimo. Solo en Montevideo, hay cerca de una veintena de fiscales de Homicidios y Drogas (entre titulares y adscriptos). En estas materias “hay fiscales que tienen una protección mínima, podríamos decir. Hay otros que tienen una protección insuficiente y otros que no tienen protección”, dijo el presidente de la Asociación de Fiscales, Willian Rosa, en Fácil Desviarse (Del Sol).

Algunos de ellos, los menos, porque se les ha ofrecido y prefieren no tenerla. Consideran que el riesgo no es tan alto como para ceder ese espacio de su intimidad y/o que ante un eventual ataque, la custodia poco podría evitar. “Trato de no regalarme, pero tampoco estoy dispuesto a cederles calidad de vida. Si les regalas espacio de tejido social ya perdiste y ganaron ellos”, explicó un fiscal.

Fiscal Mónica Ferrero
Fiscal Mónica Ferrero.
Foto: Carla Bonilla; Estudio Cervieri Monsuarez

Al resto, directamente no se les ha ofrecido.

En el interior, la situación es heterogénea y la custodia se impone en caso de que haya un episodio puntual. “Yo tengo custodia, pero el 90% de mis compañeros, y sobre todo los que están en el interior, están solos”, enfatizó la fiscal de Homicidios, Mirta Morales, en una rueda de prensa esta semana.

El interior ha sido escenario de grandes operativos contra narcotraficantes y bandas de crimen organizado. Pero no son solo los narcos los que condicionan la seguridad de los fiscales.

Aunque los más graves estuvieron vinculados a ellos, hubo episodios en los que delincuentes que parecían “comunes” o sus familiares han cruzado la misma línea.

Amenazas y violencia contra fiscales

Son pocos los fiscales que no tienen una historia para contar. Y los que agradecen nunca haber tenido que ser víctima de una amenaza o una increpación, conocen de primera mano a algún colega que sí lo sufrió. Sus historias cuentan episodios graves, como las amenazas de un narco preso en Brasil, a más leves, como por ejemplo la pinchadura de una rueda del auto cuando investigaban un caso complicado.

El País reconstruyó 14 hechos de inseguridad en el último tiempo. Sus protagonistas y/o testigos, que relataron las historias, prefirieron preservar su identidad para no sobreexponerse y procurar que esto no vuelva a pasar.

En el interior del país un fiscal sentía que lo seguían. Veía “cosas raras” a su alrededor. Cosas que hasta un tiempo antes nunca había visto. Un día lo confirmó. Una moto, estaba seguro, lo había seguido. La respuesta estaba clara. El narcotraficante al que quería condenar le estaba demostrando su poder. Finalmente, la persona pidió el traslado de departamento y se le fue otorgado por la Fiscalía.

En el departamento de Rivera, otra vez los narcos, quisieron amedrentar a la fiscal Alejandra Domínguez, con especializaciones en Drogas y Homicidios. En 2022 sufrió dos amenazas que trascendieron públicamente y que, tras una profunda investigación policial, pudieron atribuir a uno de los líderes de la facción Os Manos, que está preso en una cárcel de Brasil con una pena de más de 100 años de cárcel.

Todos los consultados coinciden en que son relativamente comunes los gritos e insultos. Ningún fiscal se va a asustar si, teniendo una audiencia por videoconferencia, el preso se para y sale de la sala a los gritos. Ha pasado más de una vez. O si, en un encuentro presencial, se enoja y dice algo. Pero en algunos casos han excedido eso.

En los juzgados de Montevideo, presos han intentado tirarles escritorios encima a fiscales pese a estar esposados y tener un policía al lado. En algunos casos, quienes cometen estos hechos no son los propios presos, sino sus parientes, que están habilitados a ingresar a las audiencias porque son públicas. Uno de ellos llegó a abalanzarse sobre una fiscal de tal manera que tuvo que interceder la policía.

Tiempo atrás, en medio de una audiencia, la pareja de un imputado esperó a los fiscales en la puerta de una audiencia y, apenas salieron, los tomó por sorpresa.

“¡Te vas a morir! ¡Tus hijos se van a quedar sin madre! ¡Ojalá choques y termines preso! ¡Ya van a ver ustedes, que inventan testigos falsos!”, fueron algunas de las cosas que oyeron, mientras les “reclamaba” que fueran por el supuesto cabecilla de la banda.

El episodio duró varios minutos porque los fiscales aún esperaban el auto para retirarse. Antes de irse, esta persona les hizo un “finito” con la moto. Hicieron la denuncia y terminó condenada.

Otro hecho que motivó una investigación judicial fue el robo de una laptop a una fiscal adscripta de Homicidios. Aunque nunca se logró dilucidar quién había ordenado el crimen, no hay dudas que tuvo que ver con sus investigaciones. Un hombre ingresó en su domicilio y, pese a que había objetos de valor a la mano, solo tomó su computadora de Fiscalía.

Aunque los cruces de palabras o las amenazas muchas veces son tomadas como normales, hay algunos casos que, al menos por unos minutos, hacen resurgir la pregunta: ¿y si esta vez es en serio?

Eso se preguntó un fiscal que fue perseguido por un familiar de un imputado mientras bajaba por escalera los cuatro pisos del juzgado de Montevideo (el ascensor hace meses que está fuera de servicio). “¡Usted quiere mandar presa a una muchacha inocente!”, le repetía, mientras el fiscal aceleraba el paso.

Otro preso se paró furioso en la mitad de una audiencia y repitió que si le pasaba algo en la cárcel era culpa de la fiscal, que se iba a tener que hacer responsable. Cuando la jueza le recordó que quien la había condenado había sido ella, repitió: “Si me pasa algo, es por la fiscal”.

No todo pasa en los juzgados. Hubo un preso que en Fiscalía, con el fiscal grabando la declaración, le dijo: “¿Pa qué vas a mirar el celular?, ¿pa’ qué vas a mirar? Vamos a hacer el acuerdo. Te voy a arrancar la cabeza a patadas. Te voy a matar, si vos mirás el celular yo te voy a matar”.

A otro fiscal llegaron a entregarle mensajes supuestamente escritos por otra persona -cuya veracidad y autoría aún está por dilucidarse- en los que se decía que iba a terminar en una zanja. La principal hipótesis fue que se los entregaron para asustarlo.

“No nos hacen nada porque no quieren”

Cuando los fiscales ven cara a cara a los imputados, el riesgo está. Les toman declaración junto a un policía, en habitaciones de cuatro metros cuadrados. En los juzgados los enfrentan en espacios “hiperreducidos”. “Yo le he pedido 10, 20, 25 años de prisión a una persona a la que le estoy rozando la rodilla”, dijo un fiscal. Otro agregó: “No entiendo cómo no me pegan. Una persona que puede pasar 25 años presa no tiene mucho que perder. No hacen nada porque no quieren”.

Piden cámaras y policías para el interior del país

Fuera de Montevideo, el panorama de seguridad de las propias sedes de la Fiscalía es complejo. Según un relevamiento realizado en 2024, al que accedió El País, había seis fiscalías del interior que funcionaban sin custodia policial. Es decir, hay policías para custodiar a los presos, pero no había nadie que velara por la seguridad de los funcionarios. En el resto de las sedes del interior -donde muchas veces el trabajo se extiende fuera de horario-, hay un solo policía que hace horario de oficina. A veces, por buena voluntad, se quedan un rato más.

Operativo policial
Patrullero policial.
Foto: Estefania Leal/Archivo El País.

En una de las sedes en las que no hay policías, hace algún tiempo una testigo comenzó a increpar violentamente a una fiscal. Como no estaba detenida, no tenía custodia. Gritaba, amenazaba, estaba totalmente fuera de sí. Los funcionarios de la Fiscalía tuvieron que llamar al 911, en calidad de particulares, para que algún policía fuera a controlarla.

El reclamo gremial es por cámaras de seguridad, más policías y que “la gente no pueda entrar a la Fiscalía como Perico por su casa”, dijo la fiscal Morales a La Diaria Radio.

Pero esa no es la única diferencia entre la capital y el Interior. “Cuando llegás, enseguida todo el mundo sabe quién sos, de dónde venís, dónde te vas a quedar y la gente constantemente te para en la calle y te pregunta por las investigaciones, explicó uno de ellos. En algunos casos, quienes preguntan son las víctimas. En otros, imputados o sus familiares. Aunque en la mayoría de los casos son respetuosos, en otros se dirigen a ellos en forma violenta.

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