VIAJES

SOFI SOLARI ADOT

Un día, el faro sin árboles que compartimos como hogar que da despoblado. La familia brasileña que toma café dulce parte rumbo al sur, los amigos colombianos ansían llegar al Fin del Mundo antes del invierno y nuestros queridos De vagabundo por el Mundo deciden seguir su viaje en busca de refugio a la ola de calor que sacude Montevideo.

Nos mudamos también, en busca de un poco de sombra.

Pasaremos unos días a una bodega familiar en Canelón Chico, en las afueras de Montevideo. Cuatro generaciones y un vino a granel que te invita a pasarlo bien. Es época de vendimia. A 200 metros de una ruta tranquila, de asfalto gris y marcas perfectamente amarillas, visualizamos la viña. Una bodega, dos hermanos, una ruta, dos viñedos, una tradición.

“Olelo”, dijo. “Primero huelan, muchachos”, enfatizó. Y como queriendo anular todos los demás sentidos, cerramos los ojos y obedecemos. No podemos descifrar las notas del vino, pero bastan tres copones para que entonemos, alegremos y sonriamos por demás. El aroma a uva fermentada se deja olfatear con cada brisa que pasa. Cosechamos la vid y vemos cómo sus frutos se prensan, subimos al tractor, vamos a las tres de la tarde -como manda la tradición- a tomar mate con la abuela Mabel, comemos mermelada casera de durazno, pan con chicharrón (grasa de chancho frita), pasta con salsa de morrón de la huerta, asado a la carancheada (cuando la carne se presenta cortada en una gran tabla de madera de la cual cada comensal se sirve con su tenedor) y contamos anécdotas familiares entre llantos y risas.

La bodega es pequeña, familiar, y su varietal es Tannat-Merlot-Cabernet. El maridaje perfecto para todo. Con el silencio del campo y el correr de la jornada llega la noche con un millón de estrellas. “¿Por qué aquí las estrellan son tantas?”. “Porque las cuido, muchachos”, responde el Ri (para los amigos, el Richard para todos los demás).

Con los pies mojados de andar por el pasto húmedo, y tiritando de frío, nos vamos a dormir con el corazón lleno de emociones. Entendemos que esto es un gran regalo y lo aceptamos.

Es un día de sol. Los rayos se cuelan por las ventanas para descongelarnos poco a poco. Envueltos en mantas, van cayendo a desayunar. La casa huele a tostadas. Me recuerda a la de mi abuela Susi, en Mar del Plata. Me pregunto si este aroma quedará impregnado en la memoria de mis hijos. El búho ha vuelto y canta un soneto para nosotros.

La primavera está llegando. La viña, las acacias y los árboles se llenaron de hojas. Las margaritas silvestres pueblan los terrenos y el viento va a su ritmo, es constante y acompasado. Suelo confundirlo con el agua de río. Me gusta. Es el día ideal para remontar los nuevos barriletes. La avena crecida nos llega a la cintura. Se acerca su corte para transformarla en fardos. Pequeñas flores violetas y blancas crecen al ras. Nos han contado que son plaga, pero yo creo que son hermosas, “silvestres”. Lleno floreros con ellas. Hoy llueve. El invierno en Uruguay es lluvioso.

Al igual que los nidos de horneros, el motorhome sigue estacionado con la puerta hacia el sur en un barrial de palos, fardos y paz. El campo nos acuna, abraza y ama. A pesar de las temperaturas bajo cero, nos sentimos calentitos. Aquí encontramos ese abrazo, esa sonrisa, ese gesto amoroso que necesitábamos con desesperación. Compartimos un mate, un vino, un café, una juntada de domingo, unas pizzas, un grupo de mamis. Necesitábamos un lugar donde anidar unos meses.

CONOCÉ A NUESTRA COLUMNISTA

Sofi Solari Adot

Sofi es escritora y mamá de Olivia y Simón. Tiene una vida sobre ruedas junto a su familia @losfeippe. Es autora de la novela autobiográfica “No siempre fuimos nómades” y dicta el taller on line “Las palabras también importan”.

Podés seguirla en Instagram como @sofisolariadot y @losfeippe