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Perspectivas complicadas para el empleo

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Foto: El País

OPINIÓN

La pandemia solo vino a hacer mucho más crítica una situación que ya lo era.

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La mejoría que se dio en el mercado de trabajo después del pico de la crisis, en abril, gradual pero firme, se interrumpió sobre el final del año pasado: se frenó el descenso en el número de beneficiarios del seguro de desempleo, volvió a aumentar la proporción de ocupados ausentes, las tasas de actividad y empleo frenaron su recuperación y se detuvo la mejoría en la cantidad de horas trabajadas en la semana. También rebotó, después de septiembre, la proporción de teletrabajadores entre los ocupados y si bien esto no es malo (porque implica el uso de un recurso que permite seguir trabajando) es una señal más del cambio que se dio en la recta final de 2020, de la mano del deterioro en las condiciones sanitarias por el virus.

Desde el principio de la pandemia se podía prever que, cuando las cosas comenzaran a mejorar, la recuperación del empleo iría corriendo desde atrás a la recuperación de la economía. Así mismo, que habría algunos puntos de crecimiento económico que se perderían para siempre (unos cinco puntos a nivel global). También, que de este proceso resultaría un ahorro irreversible en el uso del factor trabajo. Esto, junto con el mayor uso del teletrabajo, son procesos que ya estaban en curso y que, en todo caso, se aceleraron con la pandemia. Dicho todo esto para el mundo en general y para nuestro país en particular.

Veamos algunos números para nuestro país en 2020. Las tasas de actividad y empleo cayeron por sexto año consecutivo y la de desempleo subió por sexto año seguido. En el promedio del año, la tasa de actividad se ubicó en el 60,6% y la de empleo en el 54,3%, en ambos casos como proporciones de la población en edad de trabajar, y la de desempleo, en el 10,4% de la población activa. Desde 2015, la pérdida de empleos (112 mil) sólo impactó a medias en la tasa de desempleo porque unas 50 mil personas abandonaron la búsqueda de un empleo y dejaron de ser activos. Si en 2020 se hubiera mantenido la tasa de actividad de 2014 (64,7), la tasa de desempleo habría sido de 16,1.

La tasa de desempleo no es un mal indicador, pero sólo cuenta una parte de la historia y no se le puede pedir lo que no da. Por eso existen definiciones alternativas de la subutilización del factor trabajo, como la tasa U6 del BLS, que incluye, además de los desocupados, los sub ocupados y los desalentados. Un cálculo propio para nuestro país estima esa tasa en el 22,8% de la PEA en el promedio del año pasado, frente al 19,3% de 2019 y el máximo de 24,9% en el segundo trimestre.

El vaivén entre activos e inactivos también es la razón por la cual la tasa de desempleo a veces dice poco sobre el nivel de actividad de la economía, el PIB. Mucho más dice la tasa de empleo y en particular el número de ocupados o su variación. Esto se debe a que la masa salarial y el PIB suelen evolucionar juntos. Sin ir más lejos, en nuestro país en 12 de los últimos 14 años, ambas variables tuvieron variaciones del mismo signo.

El año pasado, la cantidad de personas ocupadas se redujo en 3,5% en el promedio del año y el salario real cayó 1,7% también en términos de promedios anuales, por lo que la masa salarial se redujo en 5,2% en términos reales entre 2019 y 2020. La última estimación oficial sobre la caída del PIB entre ambos años es de -5,8%. Signos similares y valores absolutos parecidos.

¿Cuáles son las perspectivas en materia de empleo? Siguiendo con las estimaciones del MEF, tras la reciente corrección hacia abajo para 2020 y 2021, se espera un crecimiento promedio de 3,5% anual entre 2021 y 2024, lo que en mi opinión aún sigue siendo optimista. Pero aún en ese escenario, si se resta el previsible aumento del salario real (se han comprometido recuperaciones de los salarios que cayeron), si se considera la (previsible) continuidad del proceso de ahorro del factor trabajo y si se asume que el gobierno cumplirá con su política de reducir la plantilla estatal, aquellas perspectivas no resultan muy halagüeñas.

Para entender esta situación no hay que confundirse. La pandemia sólo vino a hacer mucho más crítica una situación que ya lo era. Y el signo político o las ideas económicas del gobierno de turno tampoco están en el origen del problema: entre 2015 y 2019, sin pandemia y con un gobierno de otro signo y con otras ideas, ya se habían perdido 54 mil empleos.

El problema de fondo que viene arrastrando nuestro país es que resulta muy caro producir, agregar valor. Los salarios pueden ser al mismo tiempo bajos para quienes los perciben, pero altos para quienes los pagan. Entre otras cosas por la enorme brecha entre lo que se paga y lo que se recibe. Y esto no va a cambiar en el futuro previsible.

Como tampoco se podrán bajar impuestos mientras exista el exorbitante déficit fiscal que existe, ni se podrán bajar los precios de los servicios públicos mientras no se hagan reformas que alivianen sus costos y otras cargas. Y el comportamiento del tipo de cambio real con fuera de la región, que entre 2019 y 2020 mejoró un 10% y se acerca a los promedios históricos, dependerá en gran medida de que las políticas económicas (monetaria-cambiaria, fiscal y de ingresos) sean consistentes entre sí. En 2020 se dieron pasos importantes para ello pero aún no está todo dicho, dado que en este 2021 se deberán enfrentar algunas pruebas decisivas: una mayor consolidación fiscal y el no retorno a la indexación salarial.

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