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El núcleo del desequilibrio fiscal

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Foto: El País
Leonardo Maine

OPINIÓN

La compleja situación por la que atraviesa el sistema de seguridad social, en una declinante relación entre activos y pasivos

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Como era de esperar, la situación financiera de la seguridad social, cuyo permanente deterioro preocupa desde hace ya algunos años, se replantea con mayor intensidad ahora y a diversos niveles, no solo al de la conducción fiscal de turno. Preocupa a políticos, académicos, sindicalistas y, también, a vastos sectores de la población trabajadora y de los propios pasivos. Varios son los temas y los problemas que se deben encarar para solucionar, aunque más no sea en el mediano plazo, una situación que, agravándose mes a mes, no se ha ajustado en varios lustros.

Hay ajustes que se podrían hacer como en el pasado, tanto por el lado de la extensión de la edad mínima jubilatoria o la de años de trabajo, por ejemplo, como por el lado de la denominada tasa de reemplazo que vincula el monto de la pasividad a recibir con la remuneración que se tuviera durante cierto período de la actividad laboral que se cierra. Y podría haber otros ajustes cuantitativos que contribuyan a mitigar el problema. Pero contra todos estos ajustes se contrapone algo que, desde hace ya tiempo, viene ocurriendo y que será muy difícil evitar: las causas de la declinante relación entre el número de contribuyentes y el de pasivos.

Nuestro país ve crecer más aceleradamente al número de pasivos que al número de trabajadores que, justificadamente, deben contribuir a financiarles. En una mirada de mediano y de largo plazo se puede apreciar lo que eso significa para las finanzas públicas y, asimismo, que en la base de ese fenómeno está la permanente declinación de la tasa de natalidad, conjuntamente al aumento también de la longevidad de la población y la consecuente baja de la tasa de mortalidad. Ambas variables, junto con la tasa de migración, determinan la tasa de crecimiento de la población, pero la principal influencia sobre el número de contribuyentes a la seguridad social y el número de pasivos beneficiarios —que es la que provoca una influencia desequilibrante del resultado financiero de la seguridad social—, son las tasas primeramente señaladas. La relación entre los extranjeros que ingresan al país y los uruguayos que emigran no es significativa en el análisis del desequilibrio.

País que envejece

El nuestro es un país que envejece tanto porque disminuye la tasa de natalidad como porque aumenta la expectativa de vida de la población. Baja el número de nacimientos y aumentan los años de vida de las personas. Es lógico que un país como el nuestro vea aumentar la expectativa de vida a medida que pasa el tiempo. La razón es obvia. En mayor o menor medida nuestro sector salud va incorporando, a medida que pasa el tiempo, el progreso de la medicina que se da a nivel mundial tanto en el conocimiento de la génesis de los problemas sanitarios como en la acción de la prevención y la cura de enfermedades. Junto con el progreso de la medicina en ese sentido, se observan otros factores que ayudan a una mayor longevidad: el ejercicio deportivo, la sana alimentación, y otras cosas por el estilo.

Es por ello que la tasa de mortalidad disminuye, consagrando una mayor longevidad y consecuentemente un esfuerzo mayor de financiamiento de la seguridad social cuando, simultáneamente, se produce una reducción de la tasa de natalidad.

Menos nacimientos

Pero también el nuestro es un país que, como lo muestran las estimaciones demográficas, tiene una tasa de natalidad en continua declinación. Y ello es por varias razones que tienen mucho que ver con la declinación de la “demanda” por hijos. Esta demanda depende del “precio” de los hijos, del precio de los sustitutos —mayor o menor educación de ellos—; del precio de los complementos de los hijos —su mantenimiento tanto en salud y educación como en vestimenta, etc.—; del ingreso de las familias y de otras variables de entorno —como el aumento de las familias monoparentales—.

El “precio” de los hijos es el costo de oportunidad que tienen las mujeres por criarlos y no disponer del tiempo que podrían tener para trabajar y recibir una retribución. Un ingreso que ha subido con el paso del tiempo y que ha incitado a las mujeres a entrar en el mercado de trabajo. Fácil es reconocerlo: hace cuarenta años el número de mujeres que trabajaban era notablemente menor al actual, tanto absoluta como relativamente al total de la fuerza laboral. Eran las amas de casa. El aumento de las retribuciones laborales y el aumento del ingreso en la economía forjó una inclusión mayor de ellas en el mercado laboral y su preferencia pasó de “tener hijos” a optar por sustitutivos: “tener mejores hijos”.

Se ha ido pasando de considerar el tener más hijos a tenerlos más calificados. Acéptese o no, desde el punto de vista familiar, inconscientemente o no, se ha pasado a considerar a los hijos como un “bien” de consumo con los mismos determinantes microeconómicos que los tradicionalmente aceptados como tales.

La creciente incorporación de mujeres al mercado laboral por lo antes señalado no solo genera la persistente baja de la tasa de natalidad, que es razón importante del desequilibrio financiero de la seguridad social. Incidentalmente, es también motivo de la ascendente influencia de las mujeres en distintas actividades de nuestra sociedad.

Concluyendo: la baja tasa de natalidad —cuyas causas seguirán— y el aumento de la longevidad —que también persistirá— y que se manifiesta en baja tasa de mortalidad, seguirán imponiendo severos límites a los intentos de alcanzar una fórmula que permita la corrección definitiva del desequilibrio financiero por el que atraviesa la seguridad social que es el núcleo del déficit fiscal.

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