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Los seis desafíos que debe afrontar Argentina, donde no quedan soluciones fáciles

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Eduardo Levy Yeyati – Dr. en Economía (Universidad de Pennsylvania), Decano de la Escuela de Gobierno (Universidad Torcuato Di Tella).

ENTREVISTA

La comunicación parece más sencilla y efectiva cuando se hace a través de titulares con mucho "rock", pero esas soluciones son irreales.

“Si les dicen que hay dos o tres soluciones fáciles para Argentina, los están engañando”, afirmó Eduardo Levy Yeyati al exponer en las jornadas anuales de Economía que organiza FIEL (Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas), el pasado miércoles 2/11 en Buenos Aires. Yeyati —que colabora con la Unión Cívica Radical en su programa económico— propuso seis líneas de acción para encauzar la economía de Argentina. Advierte que quien gane las elecciones del año próximo deberá asumir un primer momento con impactos adversos para muchos argentinos, por lo que es imprescindible un plan de contención social. Rechaza la dicotomía entre “shock y gradualidad” y reconoce las dificultades de comunicación que tiene un plan concreto de medidas económicas, ante los titulares “rockeros” pero incumplibles que aparecen en los medios. A continuación, un resumen de la entrevista.

—Usted expuso en las jornadas de FIEL sobre seis medidas clave para encauzar el país. ¿Las podemos repasar?

—Primero hay que ajustar los precios relativos de la economía, hay que estabilizar hacia adelante y eso implica ajustar las tarifas y el tipo de cambio. Lo segundo, es tener previsibilidad fiscal. Ajustar 4 puntos de déficit no es nada sencillo en Argentina. Pero eso no es todo, además debemos tener un programa monetario, porque, salvo que tengamos una hiperdevaluación, cosa que hemos intentado varias veces y no creo que sea lo más aconsejable, será imprescindible un programa monetario que nos permita anclar las expectativas. Un programa mínimamente ortodoxo, apuntando a contener la inflación. Pero luego vamos a necesitar encontrar una inercia inflacionaria, porque si pensamos que con reducir el déficit fiscal, y poner tasas reales positivas, vamos efectivamente a bajar la inflación tan alta de varios años de consolidación, es ilusorio. Necesitaremos un acuerdo de precios y salarios, en parte para ayudar a la coordinación de precios y sobre todo para la recuperación de salario real ocurra en un marco que no atente contra la estabilización. Un quinto aspecto es el financiero externo. No hay ninguna posibilidad de que tengamos un plan de estabilización, si no arreglamos nuestro frente financiero. No vamos a tener estabilidad macroeconómica si no volvemos a los mercados de los cuales hoy estamos excluidos. Necesitamos hacer gestión de pasivos domésticos, un nuevo programa con el FMI y gestión de pasivos externos sin caer en el default. El sexto punto son las reformas que necesitamos para que la estabilización resulte más sostenible. Reforma previsional, tributaria y reformas laborales.
Es esencial tomar estas medidas como un todo, se necesita avanzar en todos esos frentes, no en algunos. 

—Todas sus referencias en la conferencia fueorn hacia 2024. ¿Cómo espera que se desarrolle 2023, en pleno ciclo electoral?

—Creo que el Gobierno tiene poco espacio para hacer cambios, no hay voluntad política de hacerlo. No tengo ninguna expectativa con el actual gobierno, por tanto, estoy pensando en lo que, a mi juicio, debería ser un futuro gobierno. Por más sugerencias que se planteen hoy, finalmente van a hacer lo que ellos quieran. Nunca han sido ni van a ser muy receptivos a escuchar gente fuera de su fuerza política.

—Pero, lo que puedan hacer o dejen de hacer en el próximo año, puede condicionar al gobierno siguiente…

—Sí, la gestión de Massa está tratando de evitar llegar a una crisis más profunda, intentando cumplir, al menos aproximarse a los parámetros del acuerdo con el Fondo Monetario. Desde ese punto de vista, cualquier medida que mitigue el desvío fiscal es útil, porque finalmente es menos carga para el próximo gobierno. Dicho esto, hoy es el punto en donde están más cerca de cumplir con el FMI. Pero el año que viene, al menos en medio de la vorágine electoral, es probable que esos desvíos reaparezcan. Por eso, no es lógico juzgar lo que va a hacer este gobierno el año que viene, en plena campaña, con lo que está haciendo hoy.

—Algunos líderes políticos han advertido que la actual administración les dejaría una “bomba” desde el punto de vista fiscal y monetario, compleja de desactivar para quien asuma…

—A mis alumnos de políticas públicas, siempre les digo que hay conceptos que se deben sacar del vocabulario técnico como alto o bajo, malo o bueno, bomba. ¿Cuáles son las asignaturas pendientes que van a dejar? Una inflación alta, atraso salarial, cambiario, de tarifas, una deuda muy corta en pesos del Banco Central que no debería estar en cartera del BCRA. Y además, una falta total de acceso al financiamiento externo que tenemos que corregir cuanto antes. Es algo que te pone un límite temporal muy preciso y estrecho para implementar un cambio que revierta las expectativas. No es una bomba. Pero es una situación que cuantitativamente resulta muy complicada y mucho más delicada de la que dejaron en 2015.

—¿Está vigente el debate entre gradualidad y shock?, ¿cuál es el camino posible?

—La respuesta concreta a esa pregunta todavía no la tenemos, porque la estamos pensando técnicamente y políticamente y tenemos un año para lanzarla (se refiere a la Unión Cívica Radical).
Ahora, dos aclaraciones: gradualismo es plantear metas ambiciosas y dar tiempo a que esas metas se alcancen. Lo que se hizo en el 2006 no fue gradualismo, porque el déficit no se redujo para nada. De hecho, se incurrió en pasivos fiscales con la Ley de Reparación Histórica, que de alguna manera aumentaban el déficit. No se redujo. Entonces, no confundamos 2016 con gradualismo. Lo segundo, si no hay financiamiento y se quiere bajar la inflación, el tiempo real para reducir el déficit fiscal es mínimo. Ya no se trata de una decisión, ser más o menos gradualista, es simplemente asumir condiciones “de frontera” entre las cuales hay que adaptarse y trabajar. Si, mágicamente, aparece una fuente de financiamiento externa en el 2024, por ahí el futuro gobierno se podría dar el lujo de graduar un poco el nivel de ajuste, pero no hay demasiado margen. Quizás en lugar de un año, hacerlo en dos, pero no mucho más. Pero lo más probable es que no haya ninguna fuente de financiamiento adicional.
Por otra parte, algunas cuestiones que se tienen que hacer, como las reformas pendientes, esas son graduales. No se puede hacer una reforma previsional en seis meses. Si se hace en seis meses, cae a los cuatro años. Entonces, hay políticas que son inmediatas y hay políticas de reformas que necesitan de un compromiso más transversal de la sociedad para que sean sostenibles.
Nada en política pública es instantáneo, pero el programa tiene que ser anunciado el día uno. Tiene que quedar claro que es lo que se pretende hacer y cómo se va a hacer.

—¿Es válido pensar en políticas de shock?

—Entiendo que hay una ventana temporal muy corta. Y además, no creo que haya chance a una segunda oportunidad. Un gobierno que fracasa en su intento de estabilización, en este contexto, queda muy debilitado. No sé si llamarlo políticas de shock, pero lo que lo que yo sé es lo que puedo hacer y lo que no puedo. No puedo seguir financiando con la inflación un déficit del 3%, 4%, y hoy no tengo nadie que me lo financie por fuera de la inflación; y por otro lado, no puedo apelar a señales que orientan las expectativas sin dar nada a cambio, porque ya hemos fracasado tantas veces, que hoy el gobierno tiene que mostrar que está dispuesto a pagar un costo anticipadamente. Y ese costo es, lamentablemente, costo político. Muy probablemente el próximo gobierno pierda apoyo, caiga en las encuestas en los primeros meses. Hay que asumir ese escenario porque son decisiones dolorosas las que deben tomarse…

—Hay una sociedad con salarios atrasados, con pobreza creciente y cualquier cambio en el gasto, implica un problema serio para un importante número de argentinos...

—Hacer frente a un programa de estabilización tiene beneficios y costos para los más vulnerables y hay que tratar de mitigar esos costos. Pero los beneficios son claros: bajar la inflación, un impuesto que pagan todos. Siempre se dice que los más pobres pagan, es verdad. Pero también los asalariados formales los pagan; aunque los salarios se indexan a la inflación perfectamente, una vez al año, el retraso en términos promedios es enorme; aunque el índice de salarios no esté atrasado, están ajustando de alguna forma por la puerta trasera durante todo el año. Entonces, bajar la inflación, aunque sin ajustar el salario real, es un ajuste del salario del ingreso salarial real, porque ese trabajador va a ganar, va a ser licuado menos por la inflación. Ese tipo de cosas tenemos que explicarlas, porque en definitiva es una ganancia. Entonces, hay cosas negativas y positivas. Dicho esto, va a ser muy difícil armar un plan de estabilización sin llevar en paralelo una política socio laboral que sea muy sensible, sensata y que le plantee a la ciudadanía que el Gobierno está dispuesto a contener los costos de la estabilidad, los costos inmediatos, que no necesariamente son positivos.

—¿Hay suficiente espalda política para afrontar esos cambios?

—Para hacer la política sociolaboral, sí. Porque lo que hay hoy es muy ineficiente, hay recursos para llevarlo a cabo y creo que, además, hay consenso en que es necesario mantener un mínimo de contención social, sobre todo el primer año
Hay beneficios que se pueden concretar, pero también tiene que haber una conciencia de parte del macroeconomista de que hay un espacio social que si se descuida o se menosprecia, eso puede inhibir todo el programa de estabilización. Es muy delicado.

—En una sociedad tan crispada, la comunicación es clave..

—Claro. Quien hable de respuestas fáciles, está mintiendo. El problema es que en la política argentina tenemos hoy una competencia complicada. Una competencia desigual con algunos candidatos que plantean soluciones muy fáciles y que resultan sencillas de comunicar. Por ejemplo, pensemos en un candidato libertario, que puede que se la crea, no digo que sea una mala persona, ni que conspire, pero un libertario en un minuto me tira todo su plan económico, que son tres o cuatro medidas específicas, muy drásticas, y con eso arregla todo. Ahora, me ponen el micrófono a mí y tengo que explicar las seis medidas de las que hablábamos antes, algunas un poco técnicas, y al minuto ya nadie más me presta atención. Entonces, la comunicación es más fácil cuando se dice que lo que hay que hacer es devaluar o dolarizar, o hay que reducir supuestos o subir impuestos. Yo tiro un título, los medios lo agarran, la gente lo capta enseguida.
De mi parte, para trasmitir lo que me entiendo que debería hacerse, me tengo que esforzar para tener un balance entre la rigurosidad aburrida y el título rockero punk, estridente y simple, de tres acordes, pero irreal. O sea, no puedo correr detrás de la pelota y tirar títulos, pero tengo que encontrar la manera de comunicarlo. La pregunta es, ¿cómo hacemos para comunicar esto, sin perder en el uno a uno con el punkrocker? No es fácil.

—¿Hay límites que Argentina se debe plantear, ante cambios que pueden ser muy drásticos?

—En Argentina valoramos mucho la paz social, una sociedad argentina es profundamente democrática, donde las minorías tienen voz, no se pueden ni deben avasallar. Si Argentina tuviera una situación como la que vivió Colombia o Perú o incluso Chile, es mucho más difícil de manejar acá y políticamente es letal. No podemos arriesgarnos a disparar una reacción de ese tipo.
Por otro lado, las veces en que Argentina intentó avanzar con reformas drásticas del tipo: “yo te digo lo que hay que hacer, tómalo o déjalo”, rebotó. Y no solo rebotó con lo social, rebotó con los políticos, incluso los políticos de su propio espacio político no dieron el apoyo a aquellos que lo plantearon de una forma drástica. Pienso en el 2001. Pero también el aumento de tarifas que se intentó en 2016 no fue consensuado y debilitó a la fuerza política del gobierno.
De quienes estén en la oposición en el próximo período no espero que abracen los planteos que se hagan por el futuro gobierno, pero alcanza con que no obstruyan por lo menos el primer año. Es fundamental contar con un mínimo de consenso dentro del espacio político propio de quien gobierne. Si alguien se quiere llevar por delante a la política y a la sociedad, lo más probable es que rebotes y pierda la oportunidad. Hay que poner mucha atención en el manejo de esos riesgos.

—Pero, ¿hay espacio hoy en Argentina para pensar en consensos que den sustento a un cambio de rumbo?

—Sí. No pienso en un gran pacto social, no creo que sea posible. Pero, de todas formas, hay que negociar con los protagonistas, con los involucrados en las principales reformas. Hay que tener un diálogo en serio con el sector judicial, con los empresarios, con los sindicatos. También es necesario un diálogo con otros actores políticos, básicamente no para que salgan en la foto cuando se va a anunciar un ajuste, sino que no obstruyan ese ajuste. Que dejen hacer, aunque critiquen en el Congreso, pero que den el quórum. Parecido a lo que sucede en Uruguay, donde el Frente Amplio critica a los gritos para la televisión, pero después no desestabiliza. Se necesita eso, y es lo máximo a lo que se puede aspirar, sino será muy difícil avanzar con tantas reformas a la vez.
La foto, con todos en la mesa, no sirve para nada. Lo que se necesita es que se teja una relación en serio por fuera de los medios, donde la discusión se enrarece mucho. Hay políticos que lo entienden, espero que lo vayan entendiendo todos.

Eduardo Levy Yeyati
Eduardo Levy Yeyati

—¿Qué puede esperar Uruguay de Argentina a corto plazo?

—El caso argentino ciertamente favorece al presidente Lacalle Pou porque lo puede usar de ejemplo. En esta etapa, Uruguay se ha beneficiado del derrame argentino, sobre todo por su exportación de capital humano, empresarios y trabajadores, y también por algunas inversiones. Por otro lado, cuando a Argentina le va bien, a Uruguay le va bien en términos comerciales, pero un poco peor en términos de cuentas financieras y de importación de talento. Es interesante lo de Uruguay, porque parte de la estrategia fundamentada en las producciones basadas en el conocimiento, está empujada por la importación argentina de capital humano. Si eso se revirtiera, impactaría negativamente o interpelaría la estrategia de Uruguay de un desarrollo basado en servicios, se me ocurre.
De todas formas, con la regularidad y la sensibilidad de las políticas uruguayas, de la cual rescato, por ejemplo, la prudencia fiscal, va a saber aprovechar los momentos de Argentina. Ahora es nuestra diáspora. Si levantamos van a ser negocios, el comercio, el turismo.
Con Argentina, Uruguay tiene más para ganar que para perder. Pero en todo caso, finalmente depende de la consistencia de sus propias políticas. Y Uruguay ha sido, diría, el mejor modelo latinoamericano.

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