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La desintegración comercial regional

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Foto: El País
Fachda del edificio Mercosur, banderas, pabellones, nd 20060809, Nicolas Pereyra, Archivo El Pais, Sede del Mercosur
Archivo El Pais

OPINIÓN

Treinta años después, observamos que ha sido una utopía la intención de coordinar las políticas macroeconómicas de los países que firmaron el Tratado de Asunción.

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Treinta años atrás, en 1991, los presidentes de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, representantes entonces de 195 millones de personas, aprobaron el Tratado de Asunción.

Pensaban que su integración comercial sería “condición fundamental para acelerar sus procesos de desarrollo económico con justicia social”, lo que se lograría “mediante el más eficaz aprovechamiento de los recursos disponibles, la preservación del medio ambiente, el mejoramiento de las interconexiones físicas, la coordinación de las políticas y la complementación de los diferentes sectores de la economía, con base en los principios de gradualidad, flexibilidad y equilibrio”.

Acordaron así, la constitución del Mercosur que significaría “la libre circulación de bienes, servicios y factores productivos entre los países, a través —entre otros—, de la eliminación de los derechos aduaneros y restricciones no arancelarias a la circulación de mercaderías y de cualquier otra medida equivalente”, y que implicaba también, “el establecimiento de un arancel externo común, la adopción de una política comercial común con relación a terceros Estados o agrupaciones de Estados…”. Y por si fuera poco, se esperaba que lo convenido implicara “la coordinación de políticas macroeconómicas y sectoriales entre los Estados Partes, de comercio exterior, agrícola, industrial, fiscal, monetaria, cambiaria y de capitales, de servicios, aduanera, de transportes y comunicaciones…”. Hasta comprometieron a “los Estados Partes a armonizar sus legislaciones en las áreas pertinentes, para lograr el fortalecimiento del proceso de integración”.

Tres décadas después

El Tratado de Asunción apuntaba a un mercado común: libre circulación de mercaderías producidas en los países del grupo y un margen de preferencia a las exportaciones de los países miembros entre sí respecto a las importaciones que realizaran desde naciones de fuera del bloque. Si en Uruguay se importan mercaderías de Argentina, de Brasil o de Paraguay el importador no tributa aranceles, pero si las mismas mercaderías u otras, las importa desde otras naciones, debe pagar un arancel no menor al 20%. En muchos casos, el arancel externo citado impide ingresos aduaneros mayores para el país por la concesión que se le hace a las importaciones originarias del Mercosur, en lugar de las que se podrían realizar desde países de fuera del bloque. Además, el margen de preferencia a las importaciones de la región puede hacer que el importador pague más por lo que el mismo producto vale en otros orígenes.

La realidad actual indica que no se han cumplido los objetivos originariamente planteados. El Mercosur ni siquiera ha sido exitoso en generar una zona de libre comercio entre los países miembros: no hay libre comercio de mercaderías, las prácticas arancelarias que obstruyen el comercio son frecuentes y no estamos en un sendero de coordinar las políticas macroeconómicas de los países miembros.

Desde su origen, el Mercosur no refleja un mismo ánimo de asociación de todas las partes. Razones políticas, económicas o de otra naturaleza, siempre impiden cumplir con los objetivos de la creación del bloque. Son las razones que siempre predominan en países de gobierno voluntaristas y anti mercado y que se constituyen en fuertes castigos a la población, en particular a la de los países pequeños, en los que se dilata la decisión de volcarse a la integración comercial global en la que se pueden vender o comprar a mejores precios y así estimular a la producción y al empleo.

Hoy observamos que en el bloque hay países con diferentes regímenes cambiarios, con libertad y sin ella para la compra de moneda extranjera, con libertad de importar y con autorizaciones previas para hacerlo. En fin, treinta años después, observamos que ha sido una utopía —y podemos asegurar que seguirá siéndolo—, la intención de coordinar las políticas macroeconómicas de los países que firmaron el Tratado.

Realidad cuantitativa

Antes de la existencia del Mercosur, el comercio exterior con Argentina y Brasil era el 42% del comercio total de bienes de nuestro país. En 2001 representaba el 40% y al finalizar 2020, el comercio exterior con esos dos socios ha caído a 26% del total. En términos reales, la disminución del comercio con Argentina y Brasil ha sido 21%, no obstante el aumento de la población a 270 millones de personas, 39% más que en 1991.
Cualquier evaluación que se haga de la pertenencia de nuestro país al Mercosur tendrá un resultado negativo en comparación con lo que sería una apertura al comercio mundial y las externalidades positivas que ello brindaría. Han fracasado los reiterados intentos de flexibilizar algunas de las disposiciones que impiden que algún miembro del Mercosur lleve adelante acuerdos comerciales con otros bloques individualmente.

Esa inflexibilidad impide el aumento del comercio en volumen y también el resultado económico de las relaciones comerciales que hoy ya existen, con terceros países por los gravámenes que deben pagar importadores de productos uruguayos. Un paso al costado del Mercosur y concertar individualmente alianzas comerciales con otras naciones de fuera del bloque como China, Estados Unidos, la Unión Europea y con naciones del sudeste asiático parece una alternativa que no es improbable en el corto plazo. Vemos que cada vez son más quienes ante la ineficacia del Mercosur para “acelerar el proceso de desarrollo económico de los países del grupo con justicia social”, están en contra de la búsqueda de “más y mejor Mercosur” (lo recuerdan).

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