¿Atraso cambiario? Sí, y con todas las letras

¿Qué cosa extraordinariamente positiva nos ha sucedido en 2025 —y que no nos hemos enterado— para sostener un desplome de 10% en un TCR que ya era muy bajo hace 12 meses?

Varios billetes de 100 dólares
Dólares en billetes

En los primeros once meses del año el tipo de cambio real (TCR) con fuera de la región cayó 9%. El TCR extra regional está 28% por debajo del promedio del siglo. Mientras tanto, con Argentina cayó 21% en el oficial y 12% en el libre en once meses y ambos se ubican 13-14% abajo del cuarto de siglo transcurrido. Con Brasil mejoró 3% pero está 36% por debajo de dicha referencia.

Más allá de que todos esos números son relevantes para realidades diversas, desde el punto de vista macro prefiero quedarme con el indicador extra regional, ya que refleja mejor que los regionales las consecuencias de nuestras propias políticas, sin contaminarse con los vaivenes de las de nuestros vecinos.

Dicho sea de paso, la variación en el TCR con fuera de la región ya incluye lo que haya ocurrido con el dólar a nivel global, se haya valorizado o depreciado.

Otro aspecto a comentar es el uso de promedios históricos como referencia. Es un instrumento muy utilizado en la profesión y se debe a que su uso es sencillo y objetivo. Claro, sería deseable contar con indicadores precisos de productividad para nuestro país y sus contrapartes, pero dudo que alguien pueda jurar que la nuestra haya mejorado más que la del resto del mundo en las últimas décadas.

Los números referidos muestran, más allá de toda duda, que Uruguay es carísimo. La evidencia anecdótica es contundente, de parte de quienes nos visitan, y nuestra, cuando viajamos. No es casual, en ese contexto, que solemos encabezar cualquier ranking regional de precios en dólares, se trate de lo que se trate: costo de vida, energía, vivienda, salarios, hamburguesas.

En particular, somos un país de sueldos muy altos en términos de dólares, para agregar valor, producir en el país, pero bajos en términos de poder adquisitivo. No en vano, sólo tres de cada diez trabajadores pagan un IRPF que tiene un mínimo imponible bajo.

Claro, como los malos jueces de fútbol, que apelan a un error para compensar otro, dado que somos tan caros, damos tratamiento VIP a las inversiones mediante costosas renuncias fiscales.

¿Cuáles han sido las señales del gobierno ante esta situación? El presidente del BCU ha expresado que es bueno que seamos caros porque ello indica que somos productivos y que, si somos más caros, mejor todavía. Invirtió la relación de causalidad. Error grosero. Los países muy productivos son muy caros, por ser productivos, pero no al revés. Uruguay es muy caro y no muy productivo. Por otro lado, el titular del MEF señaló, desde el primer día, que no sería por el lado de un mayor tipo de cambio que se mejoraría la competitividad y lo plasmó en el escenario quinquenal del Presupuesto con un TCR estable (pero, frente al cual, el TCR siguió cayendo). Las señales desde el gobierno muestran a la cancha flechada: estamos caros, o es bueno y no lo vamos a cambiar. Dale tranquilo al carry. Y encima te meto miedo por si querés seguir depositando en dólares.

Lo anterior me lleva a lo más importante: pululan los que sostienen que el TCR bajo debe ser compensado con reformas estructurales, reducciones del costo país y medidas por el estilo. Pero esto es mezclar peras con ravioles. Se trata de situaciones de diferente naturaleza y diversos tiempos. Si cae el TCR te afecta ya mismo. Si hago reformas (que primero hay que hacerlas, dicho sea de paso) los beneficios estarán pasado mañana. La pérdida de competitividad de origen macro debe ser encarada desde la macro y no con la micro, que tiene otros propósitos y otros tiempos.

Es claro que, si la caída en el TCR es genuina, no hay más que hablar. Si es porque nuestra productividad comienza a volar sea por la razón que sea. A lo sumo, compensar a los sectores afectados por una “enfermedad holandesa” (que acá y ahora no existen). Pero no es ese el caso.

El TCR ha bajado a niveles insoportables porque ha habido mala praxis en la política económica desde hace años. Políticas inconsistentes con un déficit fiscal promedio de más de 4% del PIB en los últimos 10 años y políticas monetarias cambiarias contractivas. Además, una política salarial que recién ahora está abandonando la indexación.

¿Qué cosa extraordinariamente positiva nos ha sucedido en 2025 —y que no nos hemos enterado— para sostener un desplome de 10% en un TCR que ya era muy bajo hace 12 meses? O en 2022, cuando al cierre el año anterior el TCR extra regional estaba en el promedio histórico y en ese año cayó 20%. ¿Cómo explicar un desplome de 24% en el TCR bilateral con China en ese año?

Lo que ocurrió, de nuevo, fue mala praxis. Bajar la inflación a cualquier costo. Incluso se llegó al absurdo, en el BCU, de amputarse el instrumento de intervenir en el mercado de cambios. Está bien que se pretenda bajar la inflación, pero no que se lo quiera hacer a cualquier costo, sin medir daños colaterales previsibles y evidentes.

Y hablemos de los daños colaterales. Porque estas malas políticas imponen ganadores y perdedores, no en la cancha sino en la Liga. Los ganadores son, entre otros, los importadores, los consumidores de bienes importados y los que viajan al exterior por turismo y compras. Entre los perdedores están los exportadores de bienes y servicios y las industrias locales que compiten con bienes importados.

Se trata de una situación equivalente a imponer un tributo a unos y otorgar un subsidio a otros. Por ejemplo, un productor agropecuario está siendo objeto, de manera implícita, de una “detracción” considerable sobre el precio de su producción. Una detracción de porte parecido al que algunos bienes tienen en Argentina. Pero, a diferencia de lo que sucede allende el Plata, el producido de esa detracción no va a la Tesorería, sino que fluye directamente hacia quienes fueron referidos como ganadores en el párrafo anterior.

Lamentablemente, esto no va a cambiar. Es una mala política de país, como tantas otras que tenemos. Y los que se lamentan por la situación son llorones y deben reclamar reformas. Que casi nunca se hacen y cuando sí, no dan para compensar los daños. Sigamos como la rana de la fábula, en la olla a fuego lento.

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