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Acerca de igualdad de oportunidades: lo que el distribucionismo olvida

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

Lamentablemente, los definidos como distribucionistas de flujos o stocks, no tienen para mostar experiencias exitosas de lo que proponen.

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El ingreso que recibe una persona por su trabajo —cualquiera que este sea—, es un flujo y la riqueza que pueda generar por la acumulación de saldos no gastados de esos flujos, es un stock. En el lenguaje de muchos políticos “distribucionistas” la diferencia entre ambos conceptos parece no existir, pues aluden a ambos de manera indistinta, como si esa confusión fuera irrelevante. Y no lo es, pues en uno y en otro caso los instrumentos para lograr mejorar a cada uno de ellos son diferentes.

Distribución del ingreso

El ingreso de una persona es un flujo que consiste en el valor agregado que ella genera al desarrollar su actividad, por lo que el ingreso personal se desprende de lo que hace cada uno. El ingreso resulta más alto para aquellos que trabajan en las tareas económicas que más valora la sociedad a través de su demanda por bienes y servicios, algo que se refleja en el sistema de precios y en la demanda derivada de trabajo y capital. Y también resulta de la eficiencia con que esa persona desarrolla dicha actividad. El ingreso que se puede lograr en esas tareas económicas, es el incentivo para invertir en capital humano, en educación, en capital material y en tiempo.

Lograr ese ingreso implica un sacrificio de tareas alternativas, incluido el ocio como negación del negocio.

En la base de esa carrera por ingresos que tienen todas las personas, es condición necesaria la igualdad de oportunidades. La evidencia empírica muestra que esa condición, si bien necesaria, es muy esquiva. El gran problema de la desigualdad de ingresos y, en definitiva, de la desigualdad distributiva y patrimonial, deriva en gran medida de una clara desigualdad de oportunidades. Hay excepciones de personas que la pueden superar por azar o por capacidad personal, pero son excepciones.

Por razones de condescendencia social y por otras vinculadas con la necesidad de financiar instituciones que desarrollan actividades redistributivas, es que se emplean instrumentos de la política fiscal con fines distintos al macroeconómico. En nuestro país, la tributación y el gasto del gobierno central, de las empresas públicas y de los gobiernos departamentales se orientan en mayor o menor medida a mejorar la distribución del ingreso, pero no a lograr la igualdad de oportunidades. La eficacia de esa tributación y de ese gasto deja mucho que desear, ya que en el camino para alcanzar sus objetivos no repara si los beneficiarios de menores tributos, de subsidios y del gasto público, son quienes realmente reciben el beneficio de esas acciones públicas. Tampoco si ellas lograrán, más allá de una transitoria mejor distribución, que los beneficiarios por sí mismos la hagan, luego, permanente.

Mirado el problema estrictamente desde el ángulo de quienes son los que más tributan el impuesto a la renta de las personas físicas, por ejemplo, parece justificarse moral y lógicamente que el que más gana sea el que más pague, algo que por otra parte desconoce el supuesto que el que más gana puede ser el que más trabaja en las distintas formas de trabajo. Pero cuando se hace el análisis del tema, cuando se le mira en un contexto de equilibrio general, se puede observar que, quien recibe, muchas veces tiene un ingreso mayor por negocio y por ocio, que quien paga ese tributo y los demás tributos de naturaleza directa.

La exigencia permanente de una mejor distribución del ingreso que realizan los “distribucionistas”, no implica que con mayores transferencias a partir de gravámenes o mayores gastos destinados a ciertos grupos, se pueda decir que se nivelan oportunidades como para que, en cierto lapso, ello contribuya a mejorar la distribución del ingreso de manera permanente.

Distribución de la riqueza

La riqueza es la acumulación de excedentes de ingresos de quienes sacrificaron consumo presente para, eventualmente, tener un stock de activos en el futuro, sea para su propio beneficio, el de sus descendientes o, por decisión personal, el de otras personas. Aunque hay excepciones, la riqueza es el resultado del ahorro de muchos años. Los “distribucionistas” hablan de distribuir mejor la riqueza —un objetivo normativamente loable— pero no plantean instrumentos que mejoren oportunidades de quienes hoy no las tienen, para que su acumulación se dé por esfuerzos propios a lo largo del tiempo y sea permanente. Por otra parte, quienes gustan oír sobre estas propuestas no tienen tiempo para esperar un proceso natural o de políticas de mediano plazo para alcanzar lo prometido. Y distribuir la riqueza en el corto plazo implica sacarle a unos, no ya parte de su ingreso, sino parte de lo acumulado a largo del tiempo, para entregarla a otros que tal vez nada han hecho, que menos esfuerzos han realizado y que la podrían consumir y hacerla desaparecer tan rápido como la recibieron.

Distribuir es, en ese sentido, optar por un camino de destrucción de derechos de propiedad, de avasallamiento de las personas y de destrucción del Estado de derecho. Es atentar contra el futuro de la sociedad, pues el daño colateral de la tributación a la riqueza para redistribuir se manifiesta en menor inversión, en aumento del ocio y miseria.

Lamentablemente los “distribucionistas” de flujos o stocks no tienen para mostrar experiencias exitosas de lo que proponen. Ni siquiera muestran instrumentos innovadores que puedan igualar las oportunidades de la población.

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