Un tesoro en rescate: investigadores recuperan la colección audiovisual más antigua y numerosa de Uruguay

Felipe Bellocq y Patricia Olveira, de la FIC, están recuperando lo que es una colección única en Uruguay y en el mundo. El acervo comprende filmaciones del cineasta Carlos Alonso, hechas entre 1930 y 1938 en los 19 departamentos.

Carolina Curti y Felipe Bellocq
Los investigadores Carolina Curti y Felipe Bellocq.
Foto: gentileza

En una sala del Laboratorio de Preservación Audiovisual de la Facultad de Información y Comunicación (FIC) de la Udelar, decenas de rollos de celuloide descansan como testigos de otra época. Allí, los investigadores Felipe Bellocq y Patricia Olveira avanzan fotograma por fotograma y, de a poco, descubren registros sobre un Uruguay de otrora. En la mesa de trabajo, pasan ante ellos carpinterías de los años 30, usinas que simbolizaron progreso, bailes populares y montes que ya no existen como tal. Son fragmentos de El gran film del Uruguay, el proyecto inconcluso del cineasta Carlos Alonso, que entre 1930 y 1938 recorrió los 19 departamentos con una cámara a cuestas y el impulso casi quijotesco de registrar las bellezas naturales y el desarrollo de un país que emergía hacia la modernidad. Ese archivo, conocido hoy como Colección Carlos Alonso, es el registro documental más antiguo, extenso y abarcativo del interior del país. Y estuvo al borde de desaparecer.

La historia de su rescate comenzó en 2017, cuando Bellocq y el colectivo Cine Casero investigaban una película sobre Paysandú. En un recorte del diario El Telégrafo, una mención casi lateral llamó su atención. Y es que Carlos Alonso había filmado allí un documental. A esa altura, el nombre les sonaba familiar. Coincidía con uno de los fondos del Archivo Nacional de la Imagen y la Palabra. “Tiramos de esa madeja y encontramos un universo”, recuerda Bellocq en charla con Domingo.

Con financiación, realizaron una inspección inicial. Lo que encontraron superaba cualquier expectativa. Eran decenas de latas de nitrato de celulosa de 35 mm, un soporte tan noble como peligroso —es altamente inflamable—, y del cual se ha perdido más del 80% de la producción mundial. Que Uruguay conserve un volumen tan grande es un privilegio improbable.

El gran film de Uruguay
Las imágenes fueron realizadas por el cineasta Carlos Alonso entre 1930 y 1938.
Foto: fotograma, parte de "El gran film de Uruguay" de Carlos Alonso.

Trabajar contra el tiempo

La colección sobrevivió casi un siglo en condiciones por debajo de lo ideal. Falta de infraestructura, ausencia de políticas públicas sostenidas y almacenamiento inestable marcaron la trayectoria del material.

“Si no realizamos el pasaje al medio digital ahora, lo perdemos”, dice Olveira. Y no es una exageración. El nitrato se autodestruye con el tiempo y puede incendiarse espontáneamente. El equipo trabaja hoy contra ese reloj químico. Apenas un 10% de la colección está digitalizada, y 2026 será un año entero destinado a esa tarea. Cada lata implica limpiar, estabilizar y escanear el material en alta resolución, un proceso que genera archivos de gran tamaño y exige una infraestructura de preservación superior a la de un uso audiovisual cotidiano. Sin embargo, esa labor técnica es solo una parte de lo que este proyecto busca.

Cuando Bellocq y Olveira hablan de estas imágenes, aparece algo más que un interés profesional, aparece la sensación de estar abriendo un cofre nacional. La colección retrata comercios familiares, intendencias en funcionamiento, el alumbrado público recién inaugurado, escuelas y liceos. También escenas rurales como ferias ganaderas, remates, familias recreándose en los ríos, hombres y mujeres en pleno trabajo. Y paisajes: rutas, montes, sierras, puentes que ya no existen o que cambiaron por completo. “Es muy probable que muchas de estas sean las primeras imágenes en movimiento de esos lugares”, dicen.

Una de las joyas es el registro del puente Barón de Mauá, entonces el más largo de Latinoamérica. Alonso le dedicó un rollo entero, sabía que estaba ante un símbolo de modernización. Esa mirada —la belleza natural y el progreso— fue el motor del proyecto original. Y es ahora el centro del trabajo de recuperación.

 Puente Internacional Barón de Mauá
El Puente Internacional Barón de Mauá, registrado por el cineasta Carlos Alonso.
Foto: fotograma de "El gran film de Uruguay".

Archivo que vuelve a su gente

La digitalización del material es apenas la primera etapa. Luego vendrá la catalogación colectiva, una iniciativa que buscará llevar las películas a las comunidades retratadas para que ellas mismas identifiquen lugares, personas, costumbres y detalles que ningún investigador externo podría reconocer. “Lo que sabemos hoy es muy poco comparado con lo que la gente puede aportar”, señala Olveira.

Se trata de un gesto político y memorialístico, además de metodológico. Es devolver el archivo a su territorio, activar memoria, reconstruir identidad. En un país donde el interior suele quedar fuera de cuadro, estas imágenes restituyen presencia y voz.

En paralelo, los investigadores dirigirán una película contemporánea construida en un 80% con imágenes de la colección. Y, al tratarse de un archivo silente, una de las líneas de trabajo que más los entusiasma es la reconstrucción sonora. A partir de la “musicología visual”, explican Bellocq y Olveira, músicos podrán interpretar qué tocaban las orquestas y conjuntos que aparecen en las imágenes. Donde no exista referencia, el equipo incorporará sonoridades contemporáneas para generar una experiencia inmersiva.

El objetivo final es emular el gesto original de Alonso: realizar una gira por los departamentos, proyectando primero las películas históricas de cada lugar y luego la obra contemporánea. Será un diálogo de casi cien años entre un país filmado y un país que se vuelve a mirar.

Imágenes de "El gran film de Uruguay".
Imágenes del interior del país en la década de 1930.
Foto: fotograma de "El gran film de Uruguay.

Una misión

En Uruguay no existen políticas públicas sólidas para la preservación audiovisual. Paradójicamente, fue la intención de crear una película lo que permitió a los investigadores obtener recursos para salvar un archivo que debería haber sido preservado por el Estado hace décadas. “Debería haber sido al revés”, dicen. Pero, mientras tanto, ellos avanzan.

En el laboratorio de la FIC, Bellocq y Olveira pasan horas, digitalizan, discuten, descubren. Cada jornada abre preguntas filosóficas, históricas y estéticas. La convivencia cotidiana con el material los transformó en guardianes de una memoria que recién empieza a abrirse.

Cuando el proyecto culmine, la intención es que toda la colección quede en acceso público. Las posibilidades serán, entonces, infinitas: investigaciones históricas, tesis de arquitectura, estudios ambientales, trabajos sobre cultura, sociología, educación.

Las imágenes, hasta ahora ocultas, podrán convertirse en nuevas preguntas y de eso parece tratarse este rescate, de devolverle a Uruguay un espejo que nunca pudo mirar. Un país filmado hace casi un siglo está reapareciendo, y con él, la posibilidad de pensar cómo ha cambiado, en qué se ha transformado y qué huellas quiere preservar para el porvenir.

Colección única en Uruguay y en el mundo

El soporte en que fue filmado El gran film del Uruguay, nitrato de celulosa de 35mm, era, en su época, el estándar de la industria mundial. Su calidad estética lo volvió célebre, pero su inestabilidad química (puede prenderse fuego incluso sin una fuente externa) provocó pérdidas masivas de patrimonio en el siglo XX. Lo mismo pasó con el acetato, un soporte más seguro pero también vulnerable al deterioro, sobre todo en América Latina, donde las cinematecas se consolidaron tardíamente. Se estima que más del 80% del material global en nitrato ya no existe. Por eso, una colección completa registrada en ese soporte resulta hoy extremadamente rara y valiosa para estudios de historia social, arquitectura y paisaje.

Una de las latas de la colección Carlos Alonso.
Una de las latas de la colección Carlos Alonso.
Foto: gentileza

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